La sincronicidad en la novela “Cubagua” de Enrique Bernardo Núñez

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Es justo y necesario insistir en la importancia meritoria que tiene la novela Cubagua del escritor venezolano Enrique Bernardo Núñez, nacido en Valencia (Estado Carabobo) el 20 de mayo de 1895. Sobre él y esta novela publiqué hace casi dos años un breve post, que pueden leer, si están interesados, en el siguiente enlace.


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El escritor Enrique Bernardo Núñez - Fuente


No me detendré en su biografía (puede consultarse en la referencia indicada y en *). Sabemos que ejerció muy productivamente el periodismo como escritor y fundador, que fue historiador (realizó significativos estudios de personalidades históricas) y cronista de Caracas por varios años, además de una amplia carrera diplomática. Su valor más relevante está en el campo literario, particularmente por la novela a la que he referido: Cubagua, de la que trataré sucintamente uno de sus principales aportes.

Cubagua, que fue publicada en París por su propio autor en 1931, es una obra hito de la novelística venezolana y de la hecha en lengua española. No ha sido divulgada y promocionada como se lo merece. Es una realización de gran calidad ficcional, pero, a la vez, histórica, dimensiones que se entremezclan y crean un halo de sugestiva ambigüedad, donde reside uno de sus aspectos de mayor valor. Esa mixtura, confusión y ambivalencia es lo que he querido significar con el uso de la palabra sincronicidad.


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Fuente


La sincronicidad, concepto propuesto por el psicólogo Carl Gustav Jung, en cuanto coincidencia acausal de tiempos diferentes, me resulta útil para ese valor señalado en Cubagua.

¿En qué consiste? Para los que no han leído la novela, mediante un narrador omnisciente, aunque poco confiable, se nos presentan, de modo entreverado, dos historias de la isla Cubagua: la colonial, la correspondiente a la violenta explotación de las perlas (Colón descubrió esa isla en su tercer viaje), y la presente, en el siglo XX, de la inicial explotación petrolera. Entre otros recursos, nuestro escritor logra sugerirnos esa sincronicidad a través de los personajes, usando referencias cruzadas muy cuidadas, coexistencias en el tiempo, singularidades y semejanzas, creando eso que un crítico ha llamado “personajes-espejos”, como ocurre con Lampugnano – Leiziaga, Fray Dionisio, Nila Cálice, entre los capitales.

A continuación reproduciré algunos fragmentos de los haré anotaciones muy elementales.


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Isla de Cubagua (Fotografía de Grecia Salazar Bravo) - Fuente


En otro tiempo existía aquí una raza distinta. Sacaban perlas, tendían sus redes, consultaban los piaches, usaban en sus embarcaciones velas de algodón. Nacían y morían libres, felices, ignorados. Después llegaron descubridores, piratas, vendedores de esclavos. Los indios descubrieron entonces entre las zarzas, junto a una caverna, morada de adivinos, una figura resplandeciente. Tenía un halo de estrellas y un pedestal de nubes. El monte estaba cubierto de infinitas estrellas blancas. Piadosamente la condujeron a un valle y allí erigieron un santuario. Desde aquel día las playas y laderas de la isla manan un olor suave y deleitoso. Los piaches huyeron, se levantaron poblaciones, la tierra pasó a otras manos. Ahora un denso silencio se desprende de las cimas. Todo aquello ha pasado en un tiempo demasiado fugitivo, como el que comienza ahora.

En aquel momento Leiziaga vio cerca de él a Nila en traje de baño rojo y blanco. Tomaba las conchas más hermosas para lanzarlas en el azul infinito. El disco de nácar brillaba en el torrente de luz como la luna en el día. Leiziaga creyó haberla visto toda la vida o al menos hallar una imagen que vivía confusamente dentro de él. Barro maravilloso en cual se funden y plasman los deseos. Las olas llegaban en tumulto, lentas grabadoras de rocas, imprimiéndose en las costas.

(Del capítulo I: “Tierra bella, isla de perlas…”)

El narrador nos sitúa históricamente mediante una semblanza (donde se hace alusión al origen del culto a la Virgen del Valle), escrita con el lenguaje poético característico de la novela, al pasado de la isla, para luego enlazar en el presente con Nila Cálice, personaje multivalente, que viaja en el tiempo, de origen nativo.


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Fuente


Fray Dionisio se vuelve borroso en la penumbra. Sus ojos se hunden mientras habla lentamente. A veces diríase que ha muerto.
Leiziaga le ofreció un cigarrillo y acercó su vaso.
–Por cierto –continuó en tono más familiar– que este Lampugnano tiene semejanza con cierto Leiziaga. ¿No andas como él en busca de fortuna? Todos buscan oro. Hay, sin embargo, una cosa que todos olvidan: el secreto de la tierra.

Leiziaga se inclinó de nuevo sobre el plano de Nueva Cádiz. Después se le ocurrió un pensamiento que le hizo reír. ¿Sería él acaso el mismo Lampugnano? Cálice, Ocampo, Cedeño. Es curioso. Recordó este aviso en el camino de La Asunción a Juan Griego: “Diego Ordaz.- Detal de licores”. Los mismos nombres. ¿Y si fueran, en efecto, los mismos? Se volvió a sentar, a un gesto del fraile, que hojeaba un cuaderno amarillento, un manuscrito antiguo.

(Del cap. II: “El secreto de la tierra”)

En este fragmento la sincronicidad posible se manifiesta, incluso por el pensamiento del protagonista de la novela: Leiziaga, a partir de la sugerencia de ese otro personaje central, atemporal: Fray Dionisio de la Soledad (curioso nombre), quien sugiere la “identificación” ente Leiziaga y el explotador colonial, Lampugnano.


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Ruinas de Nueva Cádiz (Cubagua, 1977) - Fuente


Nueva Cádiz fue sacudida por tormentas y terremotos, atacada por los piratas y los caribes. Cuando cesó el tráfico de esclavos los vecinos huyeron. No había ya quien llevase agua ni leña. La ciudad quedó abandonada y el mar sepultó sus escombros. Quisieron hacer una ciudad de piedra y apenas levantaron unas ruinas. Cardones. La voz de fray Dionisio suena como un eco: Laus Deo.
–¿Has comprendido, Leiziaga, todo lo que ha pasado aquí? ¿Interpretas ahora este silencio?
Fray Dionisio se pasó el pañuelo por la frente, por aquella calvicie, remate de una cabeza que parecía desenterrada.
Pero no importa, piensa Leiziaga. Las expediciones vuelven a poblar las costas. Se tiene permiso para introducir centenares de negros y taladrar a Cubagua. Indios, europeos, criollos, vendedores de toda especie se hacinan en viviendas estrechas. Traen un cine. Se elevan torres de acero. Depósitos grises y bares con anuncios luminosos. También se lee en una tabla: “Aquí se hacen féretros”. Los negros llegan bajo contrato. Los muelles están llenos de tanques. Los buques rápidos con sus penachos de humo recuerdan las velas de las naos.

(Del cap. III: “Nueva Cádiz”)

La destrucción de Nueva Cádiz, el nombre con el que los conquistadores bautizaron a la isla, es no sólo producto de los fenómenos naturales, sino de la acción humana, que parece repetirse, y sobre lo cual llama la atención a Leiziaga el fraile, quien -se sugiere- está en la historia desde el antiguo pasado, aun habiendo muerto. La frase final del fragmento es elocuente.


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Fuente


Pero con el sol los recuerdos importunos desaparecen. El mundo es hermoso y sólo ella existe. Venus asciende hasta la luna. Tendido en la arena, Leiziaga se olvida del petróleo, de los tesoros sepultados en Cubagua, de su misma vida anterior y observa el jeroglífico que los cardones van trazando. El mar acumula en la orilla su nieve efímera, sus flores, sus algas. La imagen de Nila sobrevive. Sus pies morenos se han hundido en aquella blancura deslumbradora. Una tarde muy remota otra mujer cruzaba el mismo mar, adorada de los hombres que le ofrecían perlas. Había tanta dulzura y piedad en su mirada como el pensamiento que descendía del cielo. La infinita esmeralda se oscurece y en ella caen gotas de aceite. Los alcatraces pasan y repasan en fila gastando las horas. Un canto indescifrable, lento y prolongado, remonta, remonta hacia el lucero de la tarde y el silencio se hace más denso entre los cardones. Tres días, quinientos años, segundos acaso que se alejan y vuelven dando tumbos en un sueño, en la luz de días inmemoriales. Espuma.

(Del cap. VII: “Thenocas”)

En este fragmento, de una belleza indudable, todo parece fundirse en el placer de la memoria atemporal y el presente, por la contemplación, el recuerdo y el deseo de Leiziaga: la explotación de las perlas y del petróleo, de la Nila Cálice de ayer y hoy, como en el vuelo de los alcatraces o la espuma del mar, concreta y efímera.


Referencias:

Núñez, Enrique Bernardo (1972). Cubagua (5ª ed.). Caracas: Monte Ávila Editores.

Si quisiera leer y descargar la novela, puede acudir a este enlace
¡Ojo! No conozco edición con traducción al inglés.


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Saludos profesor @josemalavem fascinante artículo, muy bien ilustrado, gran relato colmado de historia y poesía. Noto el porqué de la insistencia. Es un tema atrayente, para revisarlo en detalle. Gracias por compartir.

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Cubagua es una de las novelas que más me ha fascinado, y es triste que el poco reconocimiento que se le da, porque es una joya y una obra maestra. Gracias por este interesante análisis.

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Agradecido por tu atención, estimado @edujo. Así es, Cubagua es una novela fuera de serie entre las venezolanas e hispanoamericanas, de la talla de cualquier otra norteamericana o europea. Saludos.

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Se ve interesante esa obra, me gustaría leerla, además es muy nuestra

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