LA LECTURA


Desde niño me acostumbré a disparar. Primero fui el pistolero del lejano Oeste, el sheriff del pueblo, el bueno de la partida; luego probé ser el malo, el forajido que se enfrentaba al vaquero de paso, al hacendado ganadero para despojarlo de sus bienes; me gustaba su valentía, su arrojo; y cuando se enfrentaban el sheriff y el bandido, sufría contradicciones porque a veces quería que ganara el segundo, porque me parecía simpático, imponente, con su cara de “yo lo puedo todo”; porque era la primera vez que veía en mi imaginación a un tipo fuera de la ley; y además, tan parecido al comisario; bueno y malo me parecían alambres de una misma frontera; vestidos de forma similar, tipos rudos, acostumbrados a la inclemencia de la región donde se ambientaban sus escenas, es decir, allá, en el siglo XIX en los Estados Unidos de América; época en que la novela del Oeste, un subgénero literario narrativo de la literatura popular o de consumo se popularizó, cuando la expansión de esta nación hacia el llamado lejano Oeste.

     Esas contradicciones fueron muy intensas porque yo era un muchacho acostumbrado a sólo ver lo bueno; mi entorno social era netamente familiar: el bueno de mi padre, la buena de mi madre, los buenos de mis tíos y así; de modo que cuando simpatizaba con el malo del libro me sentía culpable, como si estuviera pecando por elegir al forajido y no al sheriff; sentía que estaba rompiendo un plato y como me daba temor acabar con la vajilla completa, al final me inclinaba nuevamente por el bueno del sherff.

     Así viví mis primeras lecturas, escondido en una especie de culpa, de la que no hablaba con nadie porque aparte de mi tío Miguelito, que era el que me proporcionaba las novelas vaqueras, nadie más leía en el aquel campo de casas con techos de palma, paredes de bambú, conucos de maíz y rutinas de hogar durante todo el año.

     Pero no por eso dejé de ser un pistolero, me gustaba leer esos libros donde aprendí a ver con la imaginación a hombres y mujeres diferentes a los de mi familia; aprendí a imaginar desiertos, estuve en mis primeras peleas con armas blancas, descubrí un mundo sanguinario, con asesinos que se volaban la tapa de los sesos porque sus pulgas no se caían bien o tipos que se unían para ir en contra de los indefensos; con muertos que eran devorados por los buitres; pero también donde siempre se imponía la justicia, el bueno; el sheriff empezó siendo mi primer prototipo de justiciero, no sólo porque era el símbolo del bien, sino porque las maravillas que hacía con su revólver eran impecables, disparar desde la funda, matar a tres o cinco forajidos en un mismo duelo era algo que excitaba mi imaginación porque le daba a mi cerebro una realidad diferente, rica en imágenes, sugerentes de situaciones.

     Desde entonces empecé a amar el mundo ficcional; me atrapó la mentira de la narrativa como a otros los atrapa la mentira del cine. Desde niño leí por gusto, no me lo impusieron, fue un acto espontáneo y aunque algunas veces me sentí culpable por mi inclinación hacia los personajes malos, después descubrí que con la lectura todo se vale, que es posible ser unos y otros; ser el aventurero, el charlatán, el malo de la película o el Sherlock Holmes o el Quijote, porque un libro es un escenario con armas infinitas en el que mueres y matas por pasión, por la necesidad de vivir algo distinto a tu propia realidad.

     Desde entonces me declaro un asesino en serie porque acabo con la historia de alguien en minutos y vuelvo por otros porque no me canso; porque una de mis manos siempre está presta a sostener el libro mientras la otra pasa la página. Soy un asesino. En estos momentos tiro en la cama mi revólver, humeante, porque lo acabo de leer. Tengo mis manos manchadas; me duele el libro en el que acabo de morir.




Texto y fotografía de @jesuspsoto



0
0
0.000
14 comments
avatar

Hermoso post @jesuspsoto. Con la lectura puedes llegar a ser quien tú quieras y viajar a los lugares más remotos. El límite solo lo fijas tú. Me parece maravilloso que renazcas una y otra vez después de cada lectura.

0
0
0.000
avatar

Asimismo es, amiga. Gracias por tu amable visita.

0
0
0.000
avatar

Magnífico post, amigo @jesuspsoto. Muy atractivo modo de recrear vivencialmente la libertad y versatilidad que nos procura la lectura, actividad proteica por excelencia. Somos en ella el mismo y el otro. Saludos.

0
0
0.000
avatar

Excelente texto, me has hecho volar en el tiempo a aquellos años de muchachito cuando literalmente "me robaba a escondisdas" unas novelitas vaqueras que leía mi primo que se llamaban "Estefanía" o algo así... je je je... Puro "western" caray... Saludos, gracias por compartir y feliz Domingo para todos por allá tocayo @jesuspsoto !

!discovery 35
!VSC
!PIZZA
!BBH

0
0
0.000
avatar

Muchos de nosotros tenemos una historia común con estas novelas vaqueras. Gracias por la lectura.

0
0
0.000
avatar

Sí, las historias del lejano oriente estadounidense tenían ese poder de hacernos tambalear entre el bueno y el malo. Más cuando al final, el malo, obligado por las circunstancias, terminaba por hacer justicia en un pueblo con gente desamparada.

En mi caso, las historias de Salgari surtían el mismo efecto. Aunque no recuerdo estar llamado al lado oscuro. ¡Qué si ahora uno lo piensa bien! También está presente en la violencia misma.

Feliz domingo, mi amigo. Por favor... sigue asesinando a otros con tus excelentes escritos.

0
0
0.000