El viaje | Relato | The Journey-Story

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Yoribí ha llegado a la edad ritual. Es el momento cumbre, el más deseado por los jóvenes de su comunidad, el que marca la distancia entre dos etapas de la vida. Desde niños han vivido rodeados de historias sobre lo que significa llegar hasta aquí. Un tiempo en el que se enfrentaran a una especie de cambio de piel. Dejaran de ser niños para transformarse en hombres con diferentes destinos, algunos serán guerreros, otros simples trabajadores, los menos serán entrenados en el arte de intermediar con los espíritus, Chamanes los llamarán.

Pero ese cambio no se da de un modo natural como la maduración biológica. La transformación que va a iniciar Yoribí requiere superar algunas pruebas. Es un ritual vivido generación tras generación desde el inicio de los tiempos. Su padre, su abuelo y todos los hombres que lo precedieron pasaron por un momento como este. Algunos no lograron superarlo, dejaron su vida en el intento. Así ha sido desde el inicio de los tiempos...

La primera prueba tiene que ver con el agua. Como todos los de su grupo Yoribí es un ser del agua. El río y él son una unidad. En el agua transcurre toda su vida, desde el nacimiento hasta la muerte. El río le da alimento, le abre los caminos del mundo y le provee de una fuente inagotable de recursos para la imaginación. Por eso en su primera prueba se enfrentará a este compañero de la vida, debe llegar a una Piedra muy alta, que pocos han visto, situada en el medio del río. Si los Dioses lo aprueban regresará convertido en hombre. Si no…

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Con la soledad como compañera Yoribí inicia el esperado viaje. En su pequeña curiara lleva lo indispensable, algo de fruta, carne seca, pescado ahumado y algunas yerbas para mitigar el dolor producido por las quemaduras del sol.

Desde un sitio idéntico pero opuesto, situado mucho más allá de los cielos, los Dioses lo observan. Cada uno toma partido sobre el destino de aquel pequeño Guarao. Cada uno procurará hacer más difícil o placentero el viaje de Yoribí.

Para medir el temple del muchacho, Nabarao, el mal espíritu de las aguas, encrespa súbitamente toda la superficie del río. Potentes olas golpean inclemente los lados de la pequeña curiara. Yoribí nunca ha visto nada como aquello. En todas las expediciones hechas por el río solo ha llegado a sentir la fuerza de la corriente cuando es época de lluvias, pero las olas son algo nuevo para él.

Kuai-mare, el señor de los cielos, escruta el rostro del muchacho. No ve en su semblante ningún gesto que delate temor. Esa entereza lo convence de que aquel pequeño imberbe porta la fortaleza del guerrero. Asiente, levanta ligeramente sus manos, y pone en movimiento el auxilio del menor.

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Un cardumen de toninas aparece de la nada, ubicadas a ambos lados de la curiara forman una muralla ante las embestidas de las olas. Nabarao, arremete con fuerza, pero las toninas se multiplican. Una severa mirada de Kuai-mare hace que el maligno espíritu de las aguas desista en su empeño. Yoribí, divisa ya en el horizonte la gran piedra que emerge del agua.

Aprovechando el impase entre Nabarao y Kuay-mare, otro espíritu decide poner trabas. Es Betere, el dueño de los vientos. Un ventarrón salido de la nada, levanta la punta de la pequeña embarcación, amenazando con voltearla. Yoribí se lanza hacia adelante buscando hacer contrapeso, pero su esmirriada humanidad es poco lo que puede hacer ante la furia del viento.

De nuevo Kuay-mare fija los ojos en el rostro del pequeño viajero. Ni un ápice de miedo logra ver. Solo arrojo y determinación es lo que le devuelven los ojos del niño. Ya no necesita más, está convencido, ha nacido un nuevo guerrero. A un gesto suyo Bure-kua-mana, el gran zamuro que lleva desde el cielo las semillas a los hombres, se pone en movimiento. Raudo vuela sobre la curiara. Se posa frente a ellas y en modo vertical comienza un incesante batir de alas. Betere siente que no tiene fuerzas suficientes para detener al gran Zamuro, decide retirarse. El viento cesa.

Yoribí está frente a la gran piedra. Siente que sus ojos se pierden en la inmensidad. Una bandada de guacamayas le trae el collar de piedras, el símbolo de su estrenada hombría.

El retorno sucede de modo distinto. Sentado en el medio de la canoa, con los brazos cruzados en el pecho, el nuevo guerrero siente como las toninas lo devuelven a los suyos.

El viaje ha terminado, una vez más se cumplió el ritual. Los Guaraos en la orilla besan el río…

Gracias por su tiempo.

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Todos tus comentarios son bienvenidos en este sitio. Los leeré con gusto y dedicación.

Hasta una próxima entrega. Gracias.


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Las fotos, la edición digital y los Gifs son de mi autoría.


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