Relato: Güzelay y la Madre Emperatriz

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Con la cabeza en alto y con una determinación mezclada con un temor que se esforzaba en ocultar, Güzelay caminó lentamente hacia la sala de la Madre Emperatriz. Las concubinas que la veían pasar murmuraban entre sí, preocupadas ante lo que podría ser el destino de quien era considerada la más rebelde y problemática del harén.

Muchas compartían la idea de que Creonte, el favorito de la princesa Oranna, merecía morir; éste había violado y matado a aquellas concubinas que no gozaban de la simpatía de la princesa, e incluso se atrevieron a expresar su alegría al ver cómo Güzelay lanzaba la cabeza del agresor a los pies de la abusiva hija menor del emperador Ergane VI de Saturno con su gran favorita, Ecclesía de Nibiru. Incluso pensaron que finalmente Oranna recibiría un escarmiento por parte de la Madre Emperatriz, quien no ocultaba su desdén hacia Ecclesía.

Por desgracia, ocurrió lo acostumbrado: Oranna no sufrió consecuencia alguna por sus actos.

Güzelay no se había decepcionado. Deepika, una de las nuevas favoritas del emperador, le había advertido de antemano que no tuviera esperanza por recibir justicia por parte de la familia imperial en relación con Oranna. No obstante, la Madre Emperatriz permitió que Güzelay se retirara con la orden de presentarse al amanecer en su sala del trono, ubicada en el Palacio de las Apactrias.

Con un hondo suspiro, la joven esperó a que los guardias abrieran la puerta de ámbar y oro para poder ingresar a lo que ella consideraba una exhibición exageradamente obscena de opulencia.

La habitación tenía sus paredes de color rojo con oro, con columnas blancas cuyos acabados superiores estaban finamente adornados con volutas, en las cuales se podían notar piedras preciosas de tonos azulados. En el centro de la sala había un trono de oro y éter, en donde se encontraba sentada una mujer pelirroja de extravagantes atavíos oscuros y una corona aperlada cuyas puntas semejaban a la luz del sol.

En ambos lados del trono se encontraban diez damas de compañía, quienes observaban de forma meticulosa a la recién llegada hacer una profundo reverencia con las manos extendidas por los lados.

"Larga vida a Laemia, Madre Emperatriz de Saturno", saludó Güzelay.

Con magnánimo gesto, la mujer la instó a incorporarse, diciéndole: "Bienvenida, Güzelay de la Tierra. Has llegado justo a la hora fijada".

"He procurado estar aquí con la mayor puntualidad posible para no hacerla esperar, Madre Emperatriz".

Sonriente, la Madre Emperatriz le indicó que tomara asiento en la mesilla que estaba a su lado izquierdo, junto a un gran ventanal. La terrícola obedeció, con ligera desconfianza y en guardia ante lo que pudiese ocurrir.

En medio del desayuno, la Madre Emperatriz dijo: "Tu vientre es para un general, no para un príncipe".

Aquellas palabras hicieron que Güzelay mirase a la Madre Emperatriz con cierto recelo. No era extraña a la percepción que la corte imperial saturnina tenía con respecto a las mujeres del harén, mucho menos al papel que éstas podían ejercer en el tablero político... Excepto que en la Tierra, al menos en el caso de los harenes otomano y chino, las mujeres no eran vendidas a los prostíbulos de los nobles más influyentes, como suele en el Imperio de los Cinco Planetas con aquellas que no son seleccionadas por la Madre Emperatriz para formar parte del harén.

"Debo decir que has demostrado ser un auténtico quebradero de cabeza para Ecclesía y dos de mis nietos. A mi otro nieto, Haeghar, lo mantienes con la ilusión de que yació contigo cuando en realidad recurriste a la inteligencia para evitar que te toque", dijo la Madre Emperatriz mientras una de sus damas le servía un poco de té.

Güzelay no dijo nada. Se guardó bien de no mostrar sorpresa, pues sabía que todo ruego caería en oídos sordos. La Madre Emperatriz continuó: "No tengo miedo de equivocarme que quizás serías una magnífica emperatriz si mi nieto no fuera un idiota. Hasta podría decir que naciste para ser una hija de la guerra".

"O sea que recibiré un castigo por defenderme de un hombre que ha cometido abusos contra las mujeres del harén", dijo Güzelay con una mezcla de determinación y desafío.

"No. Lo de Creonte era algo que se veía venir. Oranna lo sabía; se lo advertí en su momento. Pero dado que ella es la más estúpida de mis nietos, era de esperarse que recibiera el más cruel de los escarmientos. Ahora, dejémonos de rodeos y vayamos al grano".

"Usted dirá".

Inclinándose hacia una de sus damas, la Madre Emperatriz le susurró unas palabras en el oído. La doncella, con solemnidad, se apartó y fue hacia la entrada de la sala. Güzelay sintió que los colores se le iban cuando vio entrar a la sala de la Madre Emperatriz a un hombre de estatura alta, piel bronceada, ojos castaños y cabellera oscura ataviado con una armadura de hierro y una larga capa azul rey.

De toda la gente que tenía en mente, Adelbarae Borg era el último que se le ocurriría. El Carnicero de Neptuno era famoso por su ferocidad desmedida y su crueldad absoluta en la batalla. Según le llegaron a decir su fiel doncella Aghar y sus tres amigas del harén, Deepika, Makeba y Ji-won, el general había hecho actos innombrables que lo hacían un hombre temido hasta por el propio emperador. De todos era sabido su pasada relación con Ecclesía, con quien tuvo un tórrido romance durante dos lunas, o cuatro años terrícolas, a sabiendas de que era pareja del emperador.

Lo que sea que esté haciendo la Madre Emperatriz al respecto sin duda no era nada bueno. Y Güzelay sabía que debía pensar en algo pronto si no quería enfrentar a un destino mucho peor que ser la concubina de Haeghar El Terrible.

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Fuente de la imagen: Pexels

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