Me acuerdo clarito de ese día. Un viernes por la mañana, en la escuela, estábamos leyendo el cuento El patito feo, del escritor y poeta danés, Hans Christian Andersen. Era un grupo de cuarenta y dos niños y entre ellos estaba mi sobrina Elvismar que para entonces tenía 11 años y era una de las lectoras más aplicada de mis estudiantes.

     La anécdota es la siguiente. Terminamos de leer El patito feo, y Elvismar me preguntó que si había algún otro cuento de un animal, por ejemplo, el caballo, el cangrejo o el pájaro feo; le dije que no sabía, pero que era cuestión de averiguar y quedamos en que para el lunes les llevaría, de encontrar, otro cuento con título similar. Y resulta que de pronto se escuchó como si algo o alguien se hubiera desprendido del cielo porque fue un golpe seco, sin ecos; como estábamos leyendo, seguimos en lo nuestro, pero no pudimos continuar porque una iguana, grande, asustada y adolorida entró a nuestro salón y como nos agarró desprevenido, unos empezaron a gritar, otros se subían a los pupitres; yo mismo estuve a punto de huir y abandonar a los chicos con el animal.

     Fue muy divertido contar luego la anécdota porque resulta que durante la aparición de la iguana, los chicos la vieron como un monstruo, un animal feo que entraba para hacer de las suyas. Todo ocurrió de manera tan repentina y rápido; en segundos pasamos de un cuento de ficción a uno real y de allí vino la idea de escribir algo que llevara por título La iguana fea.

     El cuento de la iguana nunca se escribió, pero esa noche, en casa, me reía del ridículo que hice debido al susto, usar como escudo a un niño y luego intentar huir del salón; menos mal que reaccioné a tiempo y con ayuda de un obrero, sacamos a la iguana y la pusimos a salvo. Esa noche, mientras me reía y caminaba pensando en qué cuento escribir para llevarle a los chicos, casi piso a un sapo que hacía vida en el patio de mi casa; de ahí tomé la idea, el sapo feo y escribí un libro.

     Y esa es la historia detrás de este libro que se publicó hace años y que la buena de Elvismar, mi sobrina, encontró en una biblioteca por allá, en Caracas y a bien tuvo de enviarme la fotografía que publico. Si a Elvismar le emocionó ese momento, a mí me deja claro que los misterios de la literatura son verdaderamente fascinantes.