El sueño de una Nochebuena más (SPA-ENG)

La mañana de Navidad, ella entró a mi habitación, la de la casa materna que estaba intacta, tal cual como la dejé cuando salí del hogar en el que viví mi infancia para hacer mi familia. Mamá me acarició la mejilla que quedaba descubierta y me dio un beso en la frente para que me despertara y me levantara como cuando era una niña. Yo había llegado de mi viaje y me estaba quedando en su casa. Ella me estaba consintiendo mucho y yo me dejaba tiernamente.

Durante estos días, pasamos largas horas tomando café y conversando como antes. Nos reímos de las anécdotas familiares y trajimos recuerdos que estaban bien guardados para rememorar épocas pasadas.

Me gusta ver a mi madre feliz, riendo y conversando a toda hora, tan risueña y con ese brillo en sus ojos que le iluminan el rostro.

Todos vinieron a casa para compartir la cena navideña y abrir los regalos que reposaban bajo el árbol, finamente envueltos por mamá.

Como cada año, ya habíamos hecho las hallacas, la ensalada y el pan de jamón. Teníamos todo listo, a mi madre le gustaba hacer todo con calma para poder esmerarse en atenciones para sus hijos y nietos. Teniendo todo listo, le quedaba el tiempo para dedicarnos sus cariños.

Por un momento, buscamos a mamá y ya se había ido a su habitación para ponerse bonita, a arreglarse para que nosotros la admiráramos. Ella se sonrojaba con cada piropo nuestro y bien merecido, pues con su edad, se veía muy bien. Era una mamá bien conservada y una abuelita linda con sus cabellos blancos y peinados siempre.

Cuando llegó la hora de la cena, ya todos estábamos alrededor de mamá en la mesa a la que se le sumaban sillas, degustando su comida, conversando, riéndonos hasta no poder más. Los platos sonaban en el ir venir de la cocina a la mesa. Esta era una noche de Navidad muy especial, se sentía en el aire una atmósfera de felicidad, sin igual.

La comida era exquisita, las hallacas estaban mejor que nunca y de todo lo que había en la mesa, no quedó nada. Mi madre estaba feliz con todo lo que comimos. Nunca faltó el brindis con vino blanco o tinto, según el gusto, y después de levantar varias copas se notaba la alegría.

Después de la cena, cuando ya llegó la medianoche y había nacido el Niño Dios, todos acompañamos a mamá a poner el niño en el pesebre y a agradecer por todas las bendiciones y dones que recibimos durante el año que casi terminaba. Sin dudas, este era uno de los momentos más bonitos de la noche que vivimos como familia.

Del pesebre, nos fuimos al árbol. Mamá iba tomando cada regalo, leía el nombre de su dueño y con un abrazo inolvidable para todos, lo entregaba. Siempre con algún chiste o broma para hacernos reír. Así pasamos la Nochebuena en casa de mamá. Una Nochebuena llena de amor y alegrías.

Cuando sentí la mano cálida de mi hija al pasármela por la mejilla, me desperté en medio de un frío que me helaba los huesos. Me estrujé los ojos, no podía creer que todo había sido un sueño, un hermoso sueño con mamá. Todo parecía tan real, tan vívido, que por un momento quise volver a cerrar los ojos, pero ya no podía soñar.

Ahora, ella está en el cielo y desde allí siempre nos acompaña y nos cuida. Está más cerca que nunca de nosotros, en nuestros corazones. Pero, confieso que me gustaría que este sueño se convirtiera en una feliz realidad, como antes, en la que pudiera sentir el abrazo de mi madre, escuchar sus risas y conversaciones, saborear su sazón y pasar la Nochebuena a su lado.

Espero que este sueño tan bonito se repita.