Terminal Venezuela

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¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
Que un gran profesor

Enrique Santos Discépolo

Terminal Venezuela

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Llevo horas y horas aquí, sentado en un banco de cemento de la Terminal Venezuela, esperando la ayuda de mi hermano que debe llegar en algún momento de algún lugar. La gente que está aquí esperando recibir algo de alguien que está en algún lugar, como yo, se para constantemente a estirar las entumecidas piernas porque recientemente ha llovido y si permanecemos mucho tiempo sentados en estos asientos de hormigón sentimos un intenso frío en el culo. También hay algunos viejos bancos de madera pero cuando uno se sienta en ellos las tablas traquetean y a veces se desmoronan sola de tanta intemperie desde hace tantos años, de tanto abandono y tanta corrupción que han soportado. Últimamente, recientemente, nos ha caído un gran chaparrón de agua con tormenta. Yo llego aquí a las cinco de la mañana y a esta hora del mediodía me crujen las tripas. Quiero tomarme aunque sea un sorbo de café. Tengo sueño, demasiado sueño. Tengo hambre. Siento náuseas.

Un efluvio de tripas podridas mana por todas partes. Tengo el estómago en ascuas. Ya no estoy seguro si soy yo mismo o es el mundo que hiede tan mal. Es un olor corrosivo, como de vinagre rancio, que me maltrata hasta en los ojos. Yo no puedo de ninguna manera asegurarlo, pero si tuviera que relacionarlo con algo diría que es una hediondez como a miedo, a resignación forzada. Las aguas cloacales que borbotan en la calle se te meten a la fuerza en la piel, te rompen el equilibrio interior y te anulan la voluntad de hacer algo. Aquí crece el verde limo de la desidia, es podredumbre que te despoja de todo, que te somete a la nada.

Bautista es mi hermano mayor, de los nueve hermanos que tuve él fue el que corrió con mayor suerte, será que es "el más avispado" o "el más venezolano", simplemente. Los demás se fueron de esta tierra arrasada. Aquí solo quedo yo con mis esperanzas rotas de sesenta y dos años. Aquí solo quedan mis huesos pelados. Hace tiempo él me mandó a decir con doña Alicia que sí, que él me iba a mandar lo que me había prometido, que esperara, que ahorita estaba de recorrido por las alcabalas del país haciendo su trabajo de seguridad y defensa de la nación, que, dicho sea de paso, está de maravilla, que él me mandaba en un autobús una bolsa con pastillas para la diabetes, harina, arveja y pescao salado. Sí. Él es guardia, él sabe mucho de sobrevivencia y comisiones.

Se ven pedazos de cielo desterrados en las pozas que se han formado, en los charcos de lodo o sobre el asfalto. Hay un permanente hedor a estiércol en el ambiente y ya no puedo entender si es que el mundo es y siempre fue así, si soy yo o es la gente que confunde mi mente con su aliento. Cada vez que los vecinos dicen una palabra cerca de mí me llega una pestilencia a perro derramado. Las moscas ponen sus huevos entre las palabras. Yo mismo apesto a humedad encerrada. Humeo a bosta, a berrinche de mono. En este flaco pueblo de sombras traicioneras todo tiene un tufo a la sangre maldita del escorpión.


La caja de mi hermano está tardando demasiado, tengo meses apostado en este terminal desde las cinco de la mañana porque quiero estar aquí cuando llegue la encomienda y solo me voy a casa cuando empieza a oscurecer. Aunque ahorita mismo está oscuro, las nubes negras, gordas, más que gordas, rechonchas, cubren todo el firmamento retando al sol que por nada se atreve a salir. Estoy entumecido de hambre y náuseas. A cada rato caigo en un hoyo de sueño. Me espabilo para ver si hay algo por ahí que pueda comer, pero en ese momento un frío mortal recorre mi espalda. Me miro los pies descalzos. Grito asustado Epa, mis zapatos; dónde están mis zapatos. Me han robado; devuélvanme mis zapatos. Son unos zapatos viejos, desgastados, remendados, sucios, pero aun así son los únicos zapatos que tengo. Me paro y veo a unos metros de distancia que uno de mis zapatos va rodando como un improvisado balón, cientos de vecinos lo van pasando de pie en pie, como en una coreografía, hasta que se detienen cuando yo logro divisarlo.

Esos zapatos de semicuero fue lo único que a duras penas pude comprar con mi jubilación, después de veintisiete años dando clases de educación en la universidad venezolana. Voy, lo agarro, lo levanto sobre mi cabeza para que todos lo vean y digo con voz temblorosa, entre el miedo y la rabia, este es uno; pero devuélvanme el otro, devuélvanme mi otro zapato. Nadie levanta los ojos de su faltriquera, nadie me mira, nadie, nadie, nadie parece escucharme. Todo el mundo se hace el loco y a mí me punzan las sienes. Respiro de nuevo la fetidez de la peste. Siento aguijonazos como de lanzas rojas dentro de mi cabeza. Mi otro zapato, grito, mi otro zapato, caigo de rodillas con dolorosas arcadas, me rompo, vomito sobre el charco hasta las entrañas y después de tantos años al fin lloro.


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¡Felicitaciones!


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Muchas gracias por apoyar mi trabajo y considerarlo para optar a la mención especial del PROYECTO ENTROPÍA.
Reciban mi afectuoso saludo.

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Tu relato, @oacevedo, recoge una historia mínima de esas que conforman el terrible drama humano que los venezolanos sufrimos en estos tiempos. Está escrito con un ejercicio punzante y doliente de la imaginación y el lenguaje que penetra en lo más profundo de nuestra emoción; nos conmueve, nos turba, ante la casi impotencia que agolpa la voluntad. Gracias por compartir.

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Siempre agradezco al cielo la fortuna de encontrar tus calificadas palabras en este plano, @josemalavem.
Hoy nos toca contar la tragedia del eterno retorno en Venezuela. En este tiempo de nuevas dictaduras vemos en nuestro país cómo la humanidad asiste otra vez en la distancia y el tiempo a presenciar la obra de la miseria.
Mientras, seguimos hacia adelante, como dice el poeta Antonio Machado, haciendo camino al andar.
Te abrazo fuerte, hermano.

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La historia que nos cuentas me dejó sin respiración, la sentí como una agonía que se repite una y otra vez. Una historia que nos ata de impotencia, tristeza e indignación. Esta contada con tal realismo que abruma, y a la vez es hermosa porque haces malabarismos con las palabras las arrancas del alma y las llevas a donde tú quieres. @oacevedo, escribe fuerte, más fuerte para dejarte oír.

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Hola, @evagavilan, este es apenas un relato perdido en el océano de historias lamentables que podemos contar sobre nuestro destrozado país. Creo que debemos asumir nuestra situación actual y, a pesar de los muchos pesares, seguir siempre hacia adelante.
Te saludo, amiga.

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Un relato desgarrador con una crudeza e ingenuidad que solo un poeta como tú puede combinar.
Los curadores en español no pueden dejar pasar este post, por favor, @cervantes! Se exije calidad en el contenido y en el manejo del idioma; expresión de ideas nobles y elevadas. Esto es la expresión más exquisita del idioma español con todos sus matices y registros formales, informales, prosa y poesía.
La historia que retratas se ve a diario en nuestras calles. Los terminales son quizas el repositorio de nuestra miseria actual y tú su daguerrotipo.

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Aprecio y guardo en grandísima estima tus bondadosas palabras hacia mi labor literaria, @hlezama.
Terminal Venezuela es un relato que nace del dolor por las penurias que está pasando una nación que hasta hace poco tiempo era modelo de educación y democracia. En particular, por la penosa situación que sufre la Universidad venezolana y su personal que con tanta dedicación trabajó en los campos de estudio para enrumbar el país hacia un futuro de progreso y bienestar social.
A pesar de las actuales circunstancias, sigamos haciendo nuestro trabajo en pro de una vida luminosa.
Te abrazo muy fuerte, fraterno.

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Amigo quedé sin aliento corriendo detrás de un zapato para devolverte aunque sea un poquito de calor en un pie. No lo alcancé y rompí a llorar; al igual que tu personaje ficticio necesitaba llorar.
Un conmovedor relato de una cruel agonía que se padece hoy en Venezuela.
Gracias por tu sensibilidad de ver, escribir, prosear (se podrá utilizar esta palabra así?) y transmitir a través de tantas imágenes una Venezuela y su mundo Universitario que agonizan.
Un fuerte abrazo @oacevedo

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Gracias, marcybetancourt, por acompañar en su pena a este profesor ficticio que, por millones, anda triste por la actual situación de la universidad y va cojeando su pobreza por los terminales en sombra de Venezuela.
También te abrazo, mi buena y querida amiga.

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Un sentimiento que quiere ser gritado, una rabia que se expresa en la necesidad de dar evidencia de un drama verdadero. Parece ficción. No lo es.
Gracias por el grito, @oacevedo

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Hola, @gracielaacevedo, este relato está más allá de un mero ejercicio literario. Es una lamentable realidad que estamos viviendo en esta Venezuela donde vemos crecer a diario tanta pobreza.
Gracias por tu presencia y tu comentario. Abrazos.

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Solo caminando la Avenida Blanco Fombona o la calle principal de Nueva Cumaná percibes el golpe sordo al olfato de esta realidad, que decir si cruzas la mirada con quien no mira al suelo. Bravo por hacer poesía del horror.

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Ciertamente, @felixmarranz, casi todas las calles de Cumaná están plagadas por la basura y las aguas negras. Estamos viviendo en una ciudad castigada con la desidia por parte de los organismos que deberían encargarse de su limpieza y ornato.

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