LA RATA REINA

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«Cada virtud sólo necesita un hombre; pero la amistad necesita dos».


— Michel de Montaigne

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Una gran celebración se alzaba entre los súbditos del reino de Ratania, la princesa Rasha, por fin fue tomada en matrimonio por el bien de su familia la cual era una monarquía en decadencia. Los ciudadanos cerraron los negocios, abrieron las puertas de sus casas, colgaron luces en los edificios, los adornaron con serpentinas. Los padres se vistieron elegantes, les colocaron a sus hijos las mejores ropas. Juglares extranjeros y anfitriones fiesteros fueron convocados e hicieron una animada caravana. La gente gritaba, cuchicheaba, celebrando con energía, esperaban con ansias la llegada de la pareja real.

Rasha, la nueva reina, asumió el trono del país fantástico de las ratas, pues ella, era la siguiente en la línea del trono. Se sintió nerviosa, insegura y poco imbuida con el espíritu de monarca, ya que le daba miedo asumir un mando por el que no estaba preparada. Los sirvientes se desplazaron de un lado a otro con gran velocidad. La gran mesa de eventos jamás había estado tan adornada con ornamentas y utensilios suntuosos desde la llegada del rey de Martinica. Las mucamas se apresuraron en buscar los mejores vestidos, otras se preocupaban por utilizar el maquillaje más apropiado para la reina, y otras se encargaron de cepillar el hermoso pelaje blanco de la nueva rata reina.

La madre de Rasha observaba los preparativos con algo de desconsuelo y tristeza, le pareció injusto que fuera destronada por cumplir una edad inapropiada para un monarca, es de decir, por ser demasiado vieja para gobernar. Sentía que aún podía dar más de sí, y mientras acariciaba la gran mesa de eventos, deslizando sus dedos por el mantel blanco y los utensilios plateados, le vino a la mente de manera repentina el querer huir, pero estaba en manos de un juramento al que debía cumplir hasta su última instancia, si quería disfrutar de la fortuna que le sería dada antes de partir.

El esposo de Rasha; Bartolomeo, era un conde en bancarrota, su familia le había desheredado por derrochar la fortuna en bebidas alcohólicas finas y mujeres licenciosas costosas, perdiéndose en hoteles suntuosos plagados de finos apartamentos para gente de la realeza o de la alta burguesía. Fueron exhaustos los consejos de los altos jerarcas consejeros de la futura reina de no contraer matrimonio con el conde, pero Rasha no siguió los sugerencias, sirviéndose en cambio de su corazonada por formar una unidad con aquel noble errante.

Nadie pudo hacer cambiar de opinión a la princesa, y la boda se efectuó en los salones reales del palacio de Ratania, llamado desde sus orígenes “El palacio de los Blancos Quesos”, y luego de hacerse señora del conde, un día después, se coronó ante su pueblo como reina de Ratania. Su familia la vio como única esperanza de salvar a su estirpe, aquella que traería de nuevo fama a la monarquía.

Durante un tiempo, la reina y el conde vivieron en amena felicidad, hasta que un día, la Reina Rata cayó en una profunda tristeza, muy repentina y bastante desconsoladora. Los ratones nobles se dieron cuenta de esto, aunque trataban de ocultarlo por todo los medios posibles, pero era cuestión de tiempo que su ausencia se notara, y como una fuga de información indetenible, el pueblo notó la melancolía que acaecía sobre su reina.

Rasha estaba por completo ensimismada, no quería ni contarle a su marido el porqué de su padecimiento, por lo que este convocó a los más altos jerarcas del reino, sirvientes de su señora, para que invocaran a los más famosos juglares, comediantes y maestros del entretenimiento para intentar alegrar a su señora. Todos llegaron en bandadas, hicieron espectáculos privados para la Rata Reina, pero ella, en su letargo de melancolía, no esbozó ni la más leve sonrisa.

La situación fue preocupante para la monarquía, y también para el pueblo de Ratania, quienes sentían el pesar de su reina, pues si ella no sonreía, toda la atmosfera del reino se envolvía en una bruma gris y peligrosa. Los niños ratones ya no jugaban en las calles, la comida no sabía igual, los edificios, que alguna vez fueron deslumbrantes, se volvieron opacos, sucios y gradualmente las enredaderas de los árboles los ocupaban con horror.

Las cosas no podían ser más preocupantes, hasta que, un día, un hombre de orejas enormes y pelaje gris llegó al reino y se presentó ante su señora, dijo que era un juglar convocado por la nobleza y los jerarcas lo dejaron pasar. El trovador, al estar frente a la reina, tocó una canción muy hermosa, una que jamás se había escuchado en esta parte del reino, y fue la letra de esta, lo que conmocionó a la reina, porque contaba una historia hermosa sobre una joven que soñaba ser una heroína.

La Rata Reina, emocionada, se levantó de su trono y se acercó al trovador, tomó su mano y le dio las gracias, y el trovador hizo una reverencia y se quedó en el suelo por unos minutos, hasta que Rasha le ordenó que se levantara. Después de unos segundos, la reina confesó a todos el porqué de su tristeza y la pena que le causaba comentarla.

Hace una semana exactamente, le había llegado una carta de su anciano padre confesándole que una vez tuvo una hija fuera del margen de la realeza, era valiente y muy vigorosa, y cada año le enviaba un regalo para que ella nunca lo olvidara. La niña creció y se convirtió en una gran piloto de aviones de guerra, siendo una de las mejores incluso participó en la Gran Guerra de hace varios años, pero murió en esta, ya que un cañón enemigo derribó su avioneta y su cuerpo quedó calcinado hasta convertirse en cenizas.

La reina estuvo triste porque, un año antes de la Gran Guerra, conoció a su hermana sin saber que eran de la misma sangre, y se hicieron amigas ya que compartían las mismas aficiones. Ella le prometió a la monarca aprender a volar, una vez que se convirtiera en reina, y ahora su hermana se fue a los cielos, pero esta vez, sin avionetas que la eleven.

FIN


Escrito por @universoperdido. Abril 04 del 2021


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ROSA
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