EL HIJO DE IRENE | Cuento Original

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«El respeto mutuo implica la discreción y la reserva hasta en la ternura, y el cuidado de salvaguardar la mayor parte posible de libertad de aquellos con quienes se convive».


— Henry F. Amiel

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𝔼𝕃 ℍ𝕀𝕁𝕆 𝔻𝔼 𝕀ℝ𝔼ℕ𝔼


Irene vivía su vida sin muchas expectativas, parecía que viviera por inercia, oculta entre las sombras de una finca moribunda, dentro de los interiores de una casa gris sostenida por maderas vetustas y ventanales llenos de corpúsculos. Vivía con sus padres, ambos ya muy ancianos, su padre; afectado por la longevidad, exponía una identidad amargada y senil, su madre era más aferrada a la cordura, con una actitud más condescendiente con su ahora única hija.

Los niños de los vecinos eran bastante crueles, tachaban a Irene de monstruo atrapado en aquella finca, siendo sus padres sus guardianes. Decían que había devorado a su hermano mayor, y que escupió sus huesos en el pozo seco a unos metros de la casa, pero la verdad fue que este murió en manos de la hepatitis aguda, y esto fue la causa de que su padre cayera en la demencia. Su madre fue más rígida en aquel tiempo, asimilando de manera impresionante la situación, pues pareciera no tener sentimientos para con su hijo, a excepción de Irene, quien era todo su mundo.

En aquellos días tristes, Irene había adquirido nuevos extraños hábitos, recolectaba cabellos y uñas de su hermano moribundo, con los que hacía pequeñas figurillas humanas de bebés, y jugaba con ellos, como si fuera una niña jugando a la mamá. Los días transcurrieron hasta que su hermano finalmente falleció, volviendo su cuerpo rígido y sus ojos cristalinos y opacos. Fue enterrado dentro de los territorios de la granja, en una tumba señalada por una tabla de madera vieja con su nombre escrito.

No hubo rezos ni plegarias en su nombre, puesto que la familia cayó en una profunda desgracia, dejando a un padre desahuciado mentalmente, una madre fría como un cadáver y una hija con costumbres extrañas en un mundo incomprensible para ella. Irene vivió toda su vida en esa casa, a sus treinta y cuatro años jamás había contraído matrimonio, ni concebido hijos, ni obtenido amigos, era una chica torpe con mentalidad limitada, acostumbrada a la oscuridad y al desprecio de su padre.

Un día, un visitante extraño llegó a la finca, portaba vestimenta negra, un rostro pálido como la muerte acompañado de unos ojos tan penetrantes que podían ser detectados hasta en la más ausente claridad. Fue recibido con cordialidad en su casa, incluso por su padre, quien había abandonado la amargura por la alegría al ver aquel hombre cruzar los límites de su portal. Irene sentía por él una profunda desconfianza; le temía, le recelaba, incluso lo aborrecía, pues era como si su presencia estuviera envuelta en una acechante maldad.

Cuando el extraño posó sus ojos en Irene por primera vez, sonrió y la miró de una manera tan extraña, que no hizo más que incrementar el pavor dentro de la muchacha. Su madre le ordenaba que le sirviera de manera hospitalaria, pero ella hizo caso omiso, y en vez de ello le huía, se escondía dentro de la seguridad de su habitación, esperando a que el hombre finalmente se esfumara.

El extraño, muy amigo de sus padres, ocupó la habitación de su hermano fallecido, quedándose allí unos días. Durante su estancia, Irene podía distinguir sus pesados pasos por el pasillo, los tragos que daba con cada bocanada de agua y cerveza, su voz susurrante que se escuchaba como un eco fantasmal, incluso los ruidos que hacía en su habitación; cuando se quitaba la ropa, cuando iba al baño, todo sonido emitido por él era percibido por los oídos de Irene.

Sin embargo, un día, no pudo evitar ser dominada por la curiosidad, por lo que intentó saber un poco más de aquel sujeto. Se acercó sigilosa a su habitación, como una serpiente, mientras el hombre ocupaba el baño de la casa. Se acercó a sus cosas tratando de ver algo que le hablara sobre él, pero en ese instante el hombre había salido del baño, encontrando a Irene hurgando en su maleta, ella lo notó y se disparó en sobresalto, viendo al extraño detrás de ella, observando su fornido torso desnudo y mojado. Lo primero que notó fue un tatuaje, el cual era una espiral con seis lunares a su alrededor. Irene lo observó por unos segundos, luego reaccionó y huyó de allí encerrándose en su habitación.

Esa misma noche, Irene tuvo una terrible pesadilla, soñaba con sombras que la envolvían y estas tomaron la forma de aquel sujeto. Ella se encontraba desnuda sobre su cama, atada y sin posibilidad de liberarse. El hombre se encontraba igualmente desnudo y se echó encima de ella comenzando a violarla. El acto estuvo repleto de imágenes entrecortadas, difusas y con extraños horrores. Irene parecía estar en una dimensión extraña llena de colores abstractos y diabólicos. Gritaba con fuerza, con alaridos cada vez más altos, y en uno de ellos, instantáneamente como un chasquido, despertó.

Miró a su alrededor y estaba sola, con el cuerpo desnudo empapado en sudor. Ya había amanecido, era bastante tarde en realidad, y cuando salió a echar un vistazo notó que el extraño ya se había marchado de su casa. Ocultó aquel horrible acontecimiento a sus padres, y aunque había sido algo que la había traumado, intentó no darle mucha importancia, pero las semanas pasaron e Irene notó que no le bajaba el periodo, comenzó a preocuparse sin contarle a su madre. Pasaron los meses y su barriga incrementaba de tamaño, había caído en cuenta desde hace tiempo que estaba embarazada de aquel sujeto. Sus padres, especialmente su madre, parecían indiferentes ante su situación, porque aunque su barriga se notaba, ellos parecían hacerle caso omiso.

Pasaron más meses e Irene usaba ropa cada vez más holgada, y fue entonces, que su madre le empezó a otorgar mucha más atención de lo habitual. La muchacha, sospechando que su madre tenía conocimiento, le confesó todo lo que había pasado con aquel extraño, y ella, sorprendentemente asintió. La madre de Irene le reveló que todo aquello lo había planeado, y estaba feliz porque todo fue un éxito, ahora solo tenía que concentrarse en tener un embarazo saludable y tener al bebé.

En el noveno mes de gestación, justo el día del parto, una tormenta azotó la finca de Irene, algo jamás visto en aquellos lares. Junto a ella estaban su madre y su padre, mientras se encontraba en aquella labor. La muchacha sentía que se le iba a salir el alma del cuerpo, hasta que finalmente el niño salió de sus entrañas. Escuchó un llanto de bebé y la risa de su madre, miró hacia un lado con los ojos borrosos por el cansancio y notó que su padre sonreía, algo que ella no había presenciado desde la llegada de aquel extraño.

Irene, recobrando la cordura, pidió a su madre poder ver al bebé, y al vislumbrarlo, sus ojos se llenaron de horror. El niño tenía cola de serpiente en vez de piernas, los ojos amarillos y enormes con pupilas negras y finas, y un símbolo en su pecho; una espiral con seis lunares a su alrededor.

FIN


Escrito por @universoperdido. Abril 06 del 2021


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LA RATA REINA

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