CLAUDIO Y EVA

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«Ha intentado hacerse indiferente a los sentimientos mediante la razón, que es como intentar convencer con palabras y argumentos a un paquete de dinamita de que no explote».


— Sándor Márai

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ℂ𝕃𝔸𝕌𝔻𝕀𝕆 𝕐 𝔼𝕍𝔸


Jamás conocí a una pareja de gemelos tan particulares como lo eran Claudio y Eva, dos adultos que vivían en una casa arcaica del pueblo de “Sanhain”, a unas cuantas cuadras de mi casa materna. Los recuerdo muy bien cuando era niño, jugábamos en la cera frente a la casa del viejo Germán. Compartíamos helados caseros hechos por la señora Carlota, quien vivía a una cuadra más delante de la casa de mis amigos. Jugábamos a las escondidas con Eurídice, quien hoy día es mi esposa y ella recuerda, tanto como yo, aquellos tiempos que vivimos junto aquellos dos hermanos.

El tiempo pasó y dejamos de ser unos niños. La adolescencia sobrevino en nuestros cuerpos y cada quien tomó rumbos diferentes. Claudio y Eva habían sido inscritos en otro colegio y conocieron nuevas personas, al principio mantuvimos la amistad, pero al pasar el tiempo, comenzamos a eludirnos entre nosotros, hasta que aquella bella niñez se convirtió en vividos recuerdos felices de una vida despreocupada.

Eurídice y yo llegamos a la adultez, nos casamos y tuvimos dos hijos, la vida nos dio la dicha de otorgarnos gemelos de sexos opuestos, igual que nuestros primeros amigos de aquel entonces. Decidimos llamarlos como ellos; Claudio y Eva, y para nuestra sorpresa, nuestros hijos adoptaron la misma personalidad de sus similares.

Cuando los regañábamos a ambos, se miraban a los ojos antes de responder, o se quedaban callados agachando la cabeza, se metían en su habitación y no respondían horas más tarde. Los niños guardaban secretos entre ellos, cuchicheaban a nuestras espaldas, encerrándose en sus habitaciones, observándose en silencio como si hablaran entre ellos telepáticamente, en un códice de miradas que ni yo ni mi esposa jamás pudimos descifrar.

Aunque me agradaba la idea de que ambos hermanos se llevaran tan bien, me parecía perturbadora la manera en como nos miraban algunas veces, sintiendo que fuésemos ajenos para ellos, personas en quienes no podían confiar. El tiempo pasó hasta que cumplieron dieciocho años, y un día después de haber cumplido la mayoría de edad, Eurídice murió, quedando yo solo con mis dos hijos de personalidades extrañas.

El funeral se concretó y mis hijos no lloraron, y horas después de ya estar en nuestro hogar, ellos se encerraron en su habitación. Claudio y Eva nunca quisieron dormir en cuartos separados, quisieron siempre estar unidos, como dos seres enlazados por el mismo hilo, o dos cuerpos manipulados por la misma alma. Siempre estaban juntos y a veces eso me aterraba, puesto que había extensas horas en que yo no los veía, y cuando por fin salían de su habitación, me observaban como a un extraño y no me presentaban ningún atisbo de sentimientos.

Un día, llegaron dos oficiales a mi casa, buscaban a mis hijos por ser testigos de un crimen. Los llamé, ellos se presentaron, con los rostros pálidos y los ojos abiertos hasta el límite. Los oficiales aseguraron que mis hijos estaban presentes en el asesinato de una muchacha, la cual habían violado y estrangulado entre cinco chicos. Claudio y Eva se miraron entre ellos como solían hacer, como comunicándose a través de sus expresividades faciales, luego miraron a los policías y al unísono aseguraron no haber estado en la escena del crimen.

Los oficiales los desmintieron gracias a la declaración de una chica, quien era otra testigo ocular del suceso y su verdad incluía la presencia de los gemelos. Ambos chicos de nuevo se miraron entre ellos, esta vez con más sorpresa, y mientras hablaba con los oficiales para tratar de entender mejor las cosas, los chicos salieron corriendo por la puerta trasera, los policías me apartaron con brusquedad y fueron tras ellos, atrapándolos en la valla al final de nuestro patio.

Mientras yo presenciaba con asombro el suceso, un mensaje de texto llegó al celular de Eva; el mensaje venía de una chica llamada Érica y, al abrirlo, quedé horrorizado por lo que decía:

«Lo siento muchachos, tuve que confesar, perdónenme de verdad…»

FIN


Escrito por @universoperdido. Abril 10 del 2021


La imagen de portada es de mi propiedad, tomada con un celular Moto E4 y editada con PhotoScape y Snapseed.


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