El espejo de mi cuarto // Cuento
Cuando salí, solo había pasado exactamente 10 minutos. Mi papá estaba tan agitado y apurado que mi mamá casi me llevó hasta el auto cargado para no llegar tarde a clases y ellos poder ir al trabajo. Yo volví a intentar atravesar el espejo cuando regresé de clases, pero parecía inútil. Lo intenté durante días. Sin darme cuenta me quedaba admirando el espejo y a la niña largas hora encerrado en mi cuarto. Ya hasta se comenzó a volver un ritual. Colocaba música, a veces jazz, a veces algo clásico, pero lo que más escuchaba era Ricardo Montaner y Franco De Vita. Ellos embelesaban el ambiente de tal modo que la nostalgia de querer volver a estar en ese mundo se hacía tan grade que era imposible que cupiera dentro de mí mismo. O de mi propio cuarto. Era una especie de levitación y todo el resto del mundo desaparecía quedando la niña y yo. Sin espejos, sin paredes, sin cuartos, sin padres apurados, sin tiempo alguno, sin mundo mismo. Con el tiempo fue que me di cuenta que era una transformación sentimental. Era como transformarme en ella, así sentía que ella estaba conmigo. Con los días comencé a sentir que ella estaba conmigo todo el tiempo, que me acompañaba a todos lados. Había días que esa sensación era más fuerte que otros días. Tanto era que, cuando quería ir al baño, le susurraba “espérame aquí, por favor”. Comencé a hablar solo, de pronto me vi contándole todo en secreto. Lo cual me hacía ver más raro de lo que ya era. Así que mi hermano mayor se burlaba de mí y mi novia imaginaria. Mis padres tenían sus propios problemas, así que realmente nunca estuvieron muy pendientes de mí ni de las burlas que recibía.
Mamá, de la nada, había renunciado. Bueno, realmente no fue de la nada; papá se lo pidió de una manera muy forzada. Mamá ya no pudo ocultar más los moretones ni los dolores por los golpes. Así que por miedo a que descubrieran la verdad en el trabajo, renunció. Esa tarde las cosas se pusieron mal en casa y en medio de los gritos y la pelea me encerré en mi cuarto, puse algo de música, me coloqué mis audífonos y me senté frete al espejo. Cerré los ojos tan fuerte y deseé tanto estar del otro lado que cuando los abrí allí estaba. Pero estaba solo, la niña no estaba. Ella estaba en mi lugar. Del otro lado del espejo, con los audífonos puestos y con los ojos cerrados. Lloré por horas, grité, pataleé. No solo por mamá, no solo por papá, no solo por ella. Era por mí. Todo era por mí. Yo no quería que nada de esto estuviese pasando. Deseé no ser yo, deseaba ser alguien más con una vida menos complicada, deseaba no ser tan extraño para el mundo y así tener un lugar real donde ir en vez de estar atrapado del otro lado del espejo de mi cuarto. Deseaba tantas cosas que no sabía qué desear. Sentía tantas cosas que no sentir era la mejor opción. Lloré y lloré, volviendo a llorar otra vez, hasta el punto de quedarme tirado en el piso sin moverme, sin hacer absolutamente más nada que llorar.
Sin darme cuenta me quedé dormido entre mis lágrimas, entre la poca inocencia que quedaba en mi vida. Si es que en algún momento fui inocente. Me desperté por culpa de mi hermano que vino a despertarme, pero no era yo. Yo era la niña, yo estaba en el otro lado del espejo. Él no se dio cuenta de nada, para él todo fue normal. Vi cómo se llevó a la niña consigo. Yo intenté salir, pero no pude. Y realmente no me importaba, no tenía el ánimo suficiente como para que me importara. Salí del cuarto y me fijé que todo era igual. Allí estaba mi familia, o una familia parecida a la mía, igual a la mía. Porque mamá tenía unos nuevos moretones, bueno, viejos solo que se volvieron a formar. Papá estaba tomando una cerveza y viendo la televisión. Mi hermano no estaba, como siempre, y yo volvía al cuarto. Me coloqué de nuevo los audífonos y volví a dormir. A la mañana siguiente la niña estaba en el espejo con mi uniforme, tenía que ir a clases, como yo, solo que de este lado a nadie parecía importarle. Intenté cruzar el espejo sin resultado alguno. No me atreví a ir a la escuela, así que me quedé encerrado en el cuarto. Por la tarde volví a intentar cruzar pero nada pasaba. Yo seguí llorando tirado en la cama; quería volver, quería sentir que todo era normal. Una sensación que nunca he conocido y que pensé que conocía solo porque no estaba en mi propio cuarto.
El tiempo transcurrió y comencé a vivir en el espejo. Ya nada tenía sentido. Para todo el mundo de este lado del espejo yo era la niña y la niña era yo. Nunca se preguntaron qué pasó con mi cabello, el cuerpo delgado y delicado que tenía, con la belleza dulce femenina que bordeaba mi cuerpo. Y me imagino que nunca nadie se dio cuenta que la niña en mi lado del espejo era yo, y que ya no era un niño. Y se hicieron las mismas preguntas. Me imagino que a nadie le importó. Así llegué a este mundo, cruzando el espejo de mi cuarto.
Primo, bienvenido de vuelta, se le extrañaba por estos lados. Bendiciones.
JR.
Muy buen cuento, de logrado y sugestivo tono fantástico, sobre la alteridad y la infancia. Quizás en el fondo sea un homenaje a Alicia a través del espejo de Carroll. Saludos, @spavan697.
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