EL GRITO QUE NO SE ESCUCHÓ

Nada había conmovido tanto al pueblo como la desaparición de María a los catorce años. Jamás se consiguieron sus restos, pero todos asumieron que había muerto. Aunque recién llegado al lugar, se le asignó el caso al detective Márquez.

El detective visitó la casa de la muchacha, donde la tristeza parecía haber tomado forma en el polvo al ir cubriendo todos los espacios. El lugar era una crátera colmada de sombras. Márquez quiso correr las cortinas para dejar entrar un poco de luz.

–Sin el sol no corren los días –lo interrumpió la madre de la chica, que había perdido brillo en los ojos y, rojos, miraban si ver.
Márquez volvió las cortinas a su lugar. Indagó un poco en la habitación de la muchacha. Preguntó por los lugares que frecuentaba, amigos, entre otras cuestiones de rutina.

–Ella tendrá que regresar, en la víspera de los muertos para decirnos –escuchó que le dijo la mujer.

El detective pensó que la mujer había enloquecido por el trauma. Normal, se dijo. Y aunque recordó que eran los últimos días de octubre, no le tomó mayor importancia, pues era un hombre escéptico.

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El treintaiuno había lloviznado toda la tarde, por lo que el detective no se movió de la comisaría. Al salir era de noche. Sentimientos de resignación y fantasías impudentes se entretejieron de una forma muy extraña. La impresión le agobió de un modo sofocante. El mundo alrededor pareció enmudecer. La sensación de vaguedad, como si estuviera soñando despierto, como si no supiera si estaba vivo o muerto, lo fue copando hasta entrarle un gran miedo. Quiso correr y no pudo. Abrió los párpados y no halló cosa en que poner los ojos que no fuera recuerdo del olvido.

Se santiguó y tomó camino a la casa de la chica. Tras las cortinas se adivinaban algunos ruidos ajenos a los que había percibido durante su visita. Pensó en brujerías. Entonces escuchó un grito largo como de animal perdido. Los pestillos de las puertas se abrieron desde adentro. Los ojos del detective, parecieron dos pozos de agua fresca frente a lo que veía.

La mujer se movió; fija la mirada triste, las manos, cruzadas sobre el vientre. La muchacha entró arrastrando los pasos, demudada. Luego quedó inmóvil, solo se movían las gruesas lágrimas que empezaron a mojarle la cara. Los ojos, chiquitos, con un anillo de agua en la pupila, brillaron agudos por un instante. La mujer le anudó un pañuelo al cuello y le peinó el cabello largo alrededor de las orejas.

–Por favor recuérdeme –dijo la chica dirigiéndose al detective, que tenía la boca apretada, mientras respiraba fuertemente y esquivaba los ojos. –Aunque no sepas mi nombre, mi grito está atrapado en el mundo de los vivos y usted me verá algún día donde están las cenizas de los que habitan tus sueños en las sombras; las cenizas de tanta gente soñada y muerta doliéndote –finalizó y desapareció.