El diagnostico (Relato)

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Sentado en cuclillas entre los árboles que rodean, en compañía de los cardones, el pequeño trozo de tierra se encuentra Erasmo Espinoza.

Sus ojos están fijos en un punto lejano, entre épocas de tiempo que se conjugan y forman un solo presente, consecuencia de varios pasados, que desfilan entre la lejanía de la tarde, bajo el sol que genera sus rayos de vida entre la pequeña tierra y el gran lago.

A su alrededor, paisajes vistos por sus ojos infinidades de veces, árboles que ha visto crecer en su estancia allí, a sus espaldas los huesos secos de lo que debió ser un perro, de cuya muerte los zamuros hicieron un festín y su carne sirvió para llenar los estómagos de las aves, paso curioso de la naturaleza que logra que de la muerte siga generándose otra existencia.

A lo lejos puede ver los edificios de la ciudad de Maracaibo, tiempo detenido en su memoria cuando puso su pie por primera vez en ella; han transcurrido cuarenta y un años de ese momento pero su mente lucida puede detallar paso a paso su corta estancia allí.

Corría en el almanaque el año de 1943.

Su padre triste por el destino que le esperaba lo llevaba de un brazo, mientras que con el otro sostenía a su hermano menor.

Eran tiempos difíciles en la región y el país, Isaías Medina Angarita gobernaba desde hacia dos años cuando López Contreras le entrego el poder.

Tenia en esa época de cambio de gobierno 15 años y era un mozuelo feliz de vivir en el conuco de su padre, allá en el pueblo de La Quebrada, en el estado Trujillo y de ayudar a este en la cosecha y cría de animales que le daban el pan diario a toda su familia.

Dos años después comenzó para el una nueva vida, un doctor de la sanidad llegó hasta el conuco e hizo un examen completo a todos los que habitaban allí. Terminado este llamó a su padre a solas y mientras ellos hablaban, él junto con su hermano y el resto de la familia continuaron sus labores normales.

La cara del medico en ningún momento delató algo fuera de lo común, la de su padre posteriormente tampoco.

Dos días después el viejo vendió un buey al que tanto cuidaba y quien le servía para llevar el arado y los reunió a ellos dos en su cuartucho de tosca construcción, hecho de barro y caña. Abrió la ventana para que el frío de la tarde acompañara su conversación y tras algunas palabras que ellos no entendieron debido a su edad e incultura, les declaro: “Mañana nos vamos a Maracaibo”.

La idea de un viaje en tiempos donde hacerlo costaba bastante y el transporte era muy escaso, alegró a los dos jovenzuelos que durante toda la noche no durmieron haciendo planes para lo que eran unas vacaciones.

Bajaron por la carretera nacional hasta el pueblo de La Rita y desde allí por una vía de tierra llegaron a Palmarejo.

Una barcaza, transporte de la época, con una plataforma de madera que le servía para transportar los escasos carros, les llevó hasta el puerto de Maracaibo.

La visión experimentada en esa primera estancia allí, dista mucho de la experimentada en meses recientes con motivo de una pequeña visita a la ciudad.

Del muelle de las barcazas, su padre y ellos, fueron hasta la entrada de la Nueva Belloso subiendo por el Nuevo Circo, lugar donde estaba el edificio de la Sanidad, donde se encontraban los epidemiólogos de esa época.

Era septiembre de 1943 y a su padre, hombre de escasos conocimientos, acostumbrado a las faenas del campo, le costó mucho trabajo movilizarse en la pequeña ciudad que no era ni una octava parte de lo que es ahora.


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Allí un doctor los reconoció y le dijo al viejo delante de ellos:

-Llévelos a Providencia.

Desde allí bajaron por la calle Venezuela hasta la altura de la Beneficencia publica, hoy hospital Central y llegaron hasta el muelle de las barcazas.

Pasaron la noche en la plaza, cosa común en aquella época, cansados por el sueño y la fatiga del viaje ambos durmieron esas horas hasta que el otro día embarcaron en el ferry, a lo que se les ocurría un paseo por el lago.

Su cuerpo estaba bien, solo unas pequeñas peloticas que siempre su madre se las atribuyo al calor era lo único extraño en su anatomía.

Nunca antes habían montado en un barco y la experiencia les resultó fascinante, aunque sus estómagos sintieron el rigor del bamboleo producto de las olas y les comenzó a doler un poco.

Varios guardias los miraban con recelo mientras las otras personas lo hacían con curiosidad y cierto desprecio.

El pito del ferry que se detuvo fue la señal para que un pequeño bongo, que aun se encuentra en el muelle de la isla, los fuera a buscar y los depositara en el puerto de esta.

El rostro curtido de su viejo nunca llegó a expresar gesto de dolor o tristeza, si acaso en el fondo se palpaba un sentimiento de amargura que ellos le atribuían a su vida pasada, en la que sufrió los rigores de la dictadura de Gómez, a quien odiaba con toda su alma.

Les dio un beso en la mejilla y perdido entre los recuerdos de los ratos difíciles pasados para criarlos y levantarlos hasta hoy les dijo adiós.

-Solo será cuestión de unos meses, luego volveré a buscarlos.

Ellos si lloraron, mientras el bongo se alejaba para llevar a su padre, las lagrimas y los gemidos de dos muchachos que se sentían abandonados llenaron el aire y el agua de sentimientos profundos.

Un hombre los condujo hasta lo que sería su estancia por muchos años.

La soledad lo atacó por algunos meses mientras su enfermedad fue avanzando.

Allí en la isla fue que llegó a enterarse que tenia lepra

 

Extracto de mi novela "Providencia"



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