Mi historia con Mariana

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(Edited)

Hubo una época, en que antes de decidirme por una muchacha, era hábito esperar la venia de mi pandilla para acercarme a ella. Era una actitud, que de cierta manera dejaba en evidencia la inseguridad de un carácter inmaduro. Pero con apreciarla, Mariana deshizo eso. Ya no puedo recordar el vestido que tenía aquella noche, pero sí me acuerdo de que se le ceñía a la cintura, y que tenía un color oscuro que combinaba con su pelo lacio y largo que contrastaba con su piel profundamente blanca. Era una imagen especial, y no necesité la aprobación de ningún amigo para inventarme una ceremonia con la cual poder conocerla. Y aún así, entre bromas que iban y venían, alguien de mi grupo la había señalado como compañera válida para "aprender a bailar casino".

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Después pude comprobar que ella también me había notado y que me consideraba atractivo. Razón supongo de que me aceptara la galantería de sacarla a bailar, cuando no tengo ni idea de cómo. Pero para hacerlo, me le arrimé con seguridad y le hice la propuesta sin titubear, y como en el baile tampoco hubo nada que pusiera a prueba mi espontánea confianza, pues las cosas fueron bien. No es que hubiera escogido por pareja a la reina de los ritmos tropicales: hasta los tiempos fuertes de cada compás le eran esquivos. Y como el trato se mantuvo al menos en el rango de lo aceptable, conseguí una manera de volver a verla. Y con esa manera vinieron otras más.

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Desde su forma de hablar hasta sus movimientos, todo en Mariana denota cierta levedad, cierto acabado sutil. Camina ligeramente inclinada hacia adelante, y cuando sonríe lo hace plenamente, inspira confianza. Más de una vez me dijo que podía llegar hasta tal punto de relajación que lograba sentir la sangre circulando por su cuerpo. Y a esta impresión tenue le echaba por contraste una fogosidad confesada en la intimidad del modo más desenfadado. Esta mujercita breve me ayudó a descorrer un velo que en mi educación había sido puesto por muchas manos, y que ha sido de esos elementos centrales que me han impedido entender la psicología del ajeno por no atenderlos: a todos los seres vivientes con la posibilidad de "hacer el amor", (o follar, en un sentido menos comprometido) les gusta hacerlo, y parte de sus impulsos va a ser en busca de realizar tan agradable acto.

Es un espíritu soñador, que persigue lo sublime, con una veta contemplativa apreciable. Podía compartir una velada conmigo en el patio de su casa, y dejar pasar las horas hasta la mañana bajo el ritmo de la conversación más amena y natural. Recuerdo que nos sentábamos en el suelo, ella apoyaba sus muslos en los míos y se hacían pliegues en su saya, y su mirada casi nunca se apoyaba en mí, lo que dotaba todo de un aire inaprensible, como de sueño. Yo por momentos compartía su risa y me llegaba una calma afable. La atmósfera se cargaba de ese estar y no estar, parecía que en esa posición, con sus manos reposando en mi vientre, y apuntando hacia el vacío, se dejaba llevar por los pensamientos que salen a la luz a veces cuando el cuerpo reposa. Y mientras, yo me sentía un niño al borde de un abismo desconocido, un abismo del que no quería estar lejos, quería arrimarme a él y escuchar la voz que por allí vagaba decirme (tal y como una vez me dijo en broma): "¿Qué quiere el niño? ¿Qué le pasa? ¿Qué busca mi niño? ¿Mi niño, qué haces?"

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Más de una vez he leído que cuando se está fuera del país se llegan a comprender cosas de él que dentro del mismo no se perciben. Yendo más allá de los países, es bueno cuando se está en cualquier embrollo intentar apartarse por un momento y echar una mirada imparcial, que pueda desentrañar aquello que de otro modo no se entiende. Aterrizando en el caso de Mariana, ¿qué le puede ofrecer un muchacho aún más atrapado que ella en la distopía nacional, (distopía nada maquillada, ni cuidada en cada detalle como las que se venden al por mayor en el mercado americano, sino de las reales, de las impúdicas y arrojadas a un olvido casi insalvable) sin un plan directo para salir de ella, ni con incentivos que alivien la austeridad? ¿Qué tiene un muchacho lo suficientemente orgulloso como para pensar que no necesita tratarla con cuidados, y buscar un detalle que la engalane, en las palabras y en los gestos, y que le hace ver que desea una relación más íntima? Sólo el lastre de un compromiso con el que no quiere cargar. No está en sus planes corregir faltas que le desagraden, o remendar alguna actitud de una personalidad que aun necesita pulirse en el trato con ella. Ni recibir las quejas de alguien que espera de su persona lo que precisamente no va a ser.

Así que fue sincera conmigo. Hasta donde podía serlo sin arriesgarse a quebrar ciertas cosas. Quizás por intuición se dio cuenta de que en mi burbuja particular había ciertas reglas o detalles que yo desconocía por falta de experiencia, o que simplemente no les prestaba atención. En todo caso no iba a ser quien reventara dicha burbuja. Y con razón temía que yo no la fuera a entender. Con todo esto, tal vez no deseándolo, ni yo tampoco, el trato entre Mariana y yo ha terminado enfriándose.

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Con el tiempo, he decidido ponerle un mote que resuma un poco cómo la percibo, algo que se le ajuste plenamente, que la empaquete con lo que comprendo y lo que me resulta un misterio. Le he puesto "La incontenible". Mariana, la incontenible. Si es que hasta suena bien. La veo en el diario, en el trato social, cuando camina y sus pies se mueven con el mismo misterio que me encandila, y me imagino lo que sigue habiendo tras su saya de mezclilla mientras repito mentalmente su nombre con el título nobiliario que le he adjudicado. Me digo también que "toda montaña desconocida comienza con un trauma". Y entonces pienso que esa frase la encontré entre sus piernas, allí donde caben tantas cosas, tantos sueños, tantos deseos.

Sé que todo eso es una metáfora, al igual que el nombre de Mariana, otra falsedad para encubrirla. Pero ella es real. Tan real como su deseo de no caer en el olvido absoluto. Sin embargo, ¿acaso el destino final de todos, no es caer en el olvido más certero? ¿Qué piedra podrá escoger, que resista más que el tiempo, para esculpir su nombre? ¿A qué poder acudirá para ello y a cambio de qué?

Si se lee bien, se verá que soy yo quien se desvanece de vez en cuando. Alimentando intrascendencias.



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una historia poética y al mismo tiempo con esplendor de romanticismo, narrada desde una perspectiva imaginaria, soñadora, expresa deseo de cercanía, amor, aventura, muy interesante @diazrock saludos y buen día.

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Una historia de amor muy expresiva y conmovedora... Saludos..

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