Silvia era la dueña de Angelito, un hermoso minino que era la atracción principal del apartamento donde ambos vivían. Lo tuvo a su lado por años; lo llenó de amor y él le correspondió de la misma manera. Ella le hablaba y él parecía responderle. Solo le faltaba hablar en vez de maullar. Es probable que todos los gatos y sus amos hagan esto mismo, pero lo que yo percibí entre ambos fue una complicidad única, tan especial que despertaba no solo mi envidia sino la de todos los demás amigos. Envidiaba que no se me acercara tan fácilmente como lo hacía con ella y entendía que eso se debía a que tenía muy poco contacto conmigo pues yo residía en otra ciudad, lejos de ellos.

Vivían en un pequeño y hermoso apartamento, en Caracas, donde Angelito era amo y señor. Ya viejo, con pocas ganas de salir a cumplir con su correspondiente actividad gatuna, se volvió perezoso y engordó muchísimo. Le falló su corazón y, seguramente, la edad le cobró su préstamo. Tengo grabado en mi memoria el día cuando se fue. Llamé por teléfono a Silvia para saludarla y conversar un rato y, muy nerviosa, me dijo que la llamara después porque su gato acababa de morir y estaba conviniendo con su hijo a dónde llevarlo; yo me quedé pasmada porque sabía lo que estaba sufriendo mi amiga con esa pérdida y no supe qué decirle. Media hora después ella me llamó y me contó que Guiliano lo llevaría a su última morada, en el cerro Ávila, porque a ella le parecía que en ese sitio su gato seguiría siendo un alma libre como había sido siempre. Allí también sería un minino angelito.

Tengo un grato recuerdo de él, además del día en el que le fotografié mientras dormía una de sus tantas siestas, sin hacer el menor ruido para no despertarlo, pese a que tenía inmensas ganas de reírme por las poses que el gato adoptaba en la cama cuando cambiaba de posición y porque a cada rato ronroneaba muy levemente y luego muy fuerte; la escena era como estar viendo a un viejito que sueña profundamente con tiempos felices. Ese agradable recuerdo que tengo de Angelito se dio cuando Silvia y yo regresamos de mi consulta médica en la que me dieron la excelente noticia de mi remisión. Para celebrar, después de llorar juntas, abrazarnos, volver a llorar, y de hacer varias llamadas telefónicas a mis familiares, pasamos por una pastelería y nos atiborramos de dulces y café. Regresamos al apartamento y nos echamos en la cama, para seguir conversando. De pronto, Angelito entró a la habitación, se subió a la cama y montó sus patas delanteras en uno de mis pies y luego se impulsó y caminó sobre toda mi pierna y mi cuerpo hasta llegar a mi cara; me la olfateó durante varios minutos, sin dejar nada por explorar, mientras yo me quedé absolutamente quieta. Curioseó sobre mi boca, mi nariz y mis orejas, hasta que sus ojos y los míos se encontraron. Ahí se dio un leve estallido de complicidad entre los dos; luego se volteó y me pasó su larga y peluda cola por mi rostro y se fue como si nada importara. Yo me quedé sin palabras. Silvia dijo: Ya te aceptó y sabe que estarás muy bien.

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Las fotografías fueron tomadas con un celular Samsung GT-I8160.