El Zángano XXII. Veronica

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(Edited)


Ilustración


El zángano es una serie de relatos basados en la mítica leyenda urbana del Estado de Mérida, Venezuela, sobre un brujo que absorbe la vitalidad de sus víctimas hasta arrastrarlas al umbral de la muerte.

Relatos anteriores:

I. Judith
II. Judith (continuación)
III. María
IV. Alicia
V. Alicia (continuación)
VI. Matilda
VII. Matilda (continuación)
VIII. Raquel
IX. Betsabé
X. Betsabé (continuación)
XI. Amanda
XII. Amanda (continuación)
XIII. Bianca
XIV. Epítome I
XV. Eva
XVI. Eva (continuación)
XVII. Sabrina I
XVIII. Sabrina II
XIX. Sabrina III
XX. Beatriz
XXI. Beatriz (continuación)


Obras originales realizadas por mí


Verónica

 
De las fauces de la bajeza han surgido las almas más puras, inocentes y apetecibles, para los entes insaciables. No han encontrado rumbos las felonías, así que chocaron con lo más cercano que tenían, dejando vulnerables a las víctimas al despojarlas de toda defensa de su ser.

Los ojos en la oscuridad rivalizaron entre ellos un interés que no podía negarse y comenzaron a sentir sentimientos muy oscuros, como envidia, celos, rabia y el que causó más daño de todos, la codicia.

Estos sentimientos sanguinarios y hostiles llamaron la atención de una criatura que fue la más destructora de todas. Tal bestia se llevó consigo las lágrimas, la belleza y las ganas de vivir de su víctima. Nadie conoció muy bien a Verónica sino su hermano Jacinto.

Verónica y Jacinto surgieron de las profundidades de las penurias, sobreviviendo en el hueco de una ciudad ruinosa, atiborrados de carencias que los conllevaron a tomar difíciles decisiones. La miseria de vivir sin un padre y una madre enferma siendo solo unos niños, les enseñó a convertirse en audaces ladrones de comida.

Las calles de la ciudad no eran rivales para sus ligeros pies, sus conocimientos sobre escondrijos, puertas hacia alcantarillas y lugares abandonados les daba ventaja para cualquier escape. Verónica corría segura de que nunca iba a ser atrapada y detrás de ella, intentando seguir sus pasos iba Jacinto.

Eran inseparables de niños y la vida dura de las calles nunca los separó. Al crecer, las cosas comenzaron a cambiar, el sentido de supervivencia de Verónica nunca la despojó de su inocencia, y ella creció como toda una mujer sin conocer los apasionantes placeres de la carnalidad.

Jacinto si conoció el amor, en las labores de una cantina en la que trabajaba en horarios nocturnos. El nombre de su más grande amor era María, una mujer voluptuosa de belleza mancillada por los errores de su pasado, pero aún vigente en su exterior. Jacinto quedó perdidamente enamorado de ella y un par de meses de salidas y encuentros pasionales decidió hacerla su esposa.

Verónica se encontraba en un estado aislado, sin saber de las novedades que vivía su hermano. Estaba escondida en otro mundo, fuera de las miradas de desprecio de las personas, los prejuicios dañinos y la falta de consideración por parte de pensamientos llenos de frialdad.

Ella buscaba su propósito y no le importaba si debía llegar lejos para encontrarlo. Enviaba con regularidad cartas a Jacinto, quien guardó cada una de ellas en un cajón especial de su madre. Era así como él sabía cada detalle de lo que Verónica hizo en su vida, hasta que no llegaron más noticias a sus manos.

Jacinto sin embargo, no contó detalles de su vida a su hermana ¿por qué? Eso es un misterio que hasta el día de hoy no se ha podido descifrar. Verónica no sabía que su hermano estaba casado y que su esposa esperaba a su sobrino. Jacinto pensaba que el no haberle dicho a su hermana sobre aquellos acontecimientos tan importantes, ha sido la causa del cese de sus cartas.

Permaneció preocupado un instante, no sabía que pensar. La última carta que recibió decía que se encontraba en un pueblo al sur cercano a la frontera del país, y que de ser necesario cruzaría la línea limítrofe para cumplir sus propósitos, cosa desconcertante para Jacinto, pero no tanto como las otras cosas que aunque insignificantes, parecían exponer un comportamiento que para él era extraño.

En sus cartas Verónica hablaba de sus sueños como si se tratara de recuerdos de vidas pasadas que ignoraba por completo, sin embargo, le afectaban con fuerza y no dejaban que continuara con su camino con la misma energía con la que comenzó.

Podía percibir en sus palabras de que estaba infectada de inseguridades y de miedos que no podía evitar. Cada vez que leía con detenimiento, su corazón se alarmaba hasta llegar a pensar lo peor. Verónica era una mujer fuerte para él, por lo que leer ese tipo de palabras decadentes lo preocupó bastante.

Un día Jacinto decidió investigar por sí mismo, le dijo a su esposa María que iría a buscar a su hermana, y después de despedirse se dirigió al último lugar en donde ella estuvo por última vez, la ciudad del sur junto a la frontera. Jacinto estaba lleno de pánico, temía que a Verónica le hubiese pasado lo peor, las pistas no dejaban nada bueno en el camino destapando cada secreto insólito.

Continuará...



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