Relato: La primera sangre (Final)

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Parte uno 


Parte dos 


Parte tres

"La cabeza y el corazón son los puntos débiles del lykaios", recordó Simon mientras bajaba del tejado. 

Phil era golpeado contra la pared por la bestia repetidas veces, pero el joven no soltó su agarre. Tenía que ganar tiempo hasta que la ayuda llegase o hasta que se cansara de tener sujeta a la bestia y pereciera bajo sus garras. Lamentablemente lo último estaba por suceder, pues en un solo movimiento la bestia logró zafarse y le rasgó la parte inferior de su estómago; cayendo al suelo, Phil levantó la mirada con desafío. 

"Esto es el fin, después de todo", pensó mientras veía como la bestia se preparaba para asestar el golpe mortal... Que nunca llegó.

La bestia, al sentir el golpe de un objeto a sus espaldas, se volvió. El niño, blandiendo una especie de lanza, le gritó que era a él a quien quería. La bestia estuvo a punto de ignorarle, pero Simon le lanzó su otro zapato y luego canicas con el tirahule, instándole a que fuera por él. Phil no podía creer lo que estaba viendo; ¿acaso el niño buscaba su propia muerte?, ¿que no le han enseñado que se necesita a muchas personas para poder matar a un lykaios? 

La bestia, harta, se lanzó a por él.

-¡SIMON, CORRE! -gritó Phil, debilitado, en un esfuerzo por levantarse.

El aludido solo se echó para atrás, con la lanza entre sus manos. Sin embargo, se cayó al suelo, con la lanza a un lado.

-¡SIMON, NO! 

Todo quedó en silencio.

Phil, con esfuerzo, se levantó para ir por la bestia al momento en que un grupo de hombres llegó con armas, cadenas y antorchas. 

La escena que presenciaron los dejaron boquiabiertos que por un instante creyeron que estaban soñando: La lanza había atravesado el cuello de la bestia. Una lanza sostenida por un niño visiblemente asustado pero con el valor suficiente para enfrentarle. Un niño que, con un grito ronco,  terminó de atravesársela al ver que la bestia todavía estaba dispuesta a darle muerte. 

Lágrimas escurrían su rostro mientras cerraba los ojos. La pesadilla había terminado, aunque no creyó que fuera él mismo quien terminara con ella. Él, un niño de apenas 12 años, una edad en la que aún no debía tener su primera sangre. 

Una mano en el hombro le sobresaltó.

Su abuelo Hvitserk le miraba con una mezcla de orgullo, preocupación y seguridad; soltando la lanza, se abrazó a él.  

El doctor Simon Fairchild, de 28 años, contempló las páginas de un libro que recién le había entregado su padre. En aquellas páginas se guardaba toda información relacionada con la Locura de Licaón, enfermedad que transformaba a cualquier licántropo en un lykaios. Dejando el libro de lado, se levantó de su escritorio, tomó su saco y su sombrero, y salió de su casa en Stepney. 

Durante el camino reflexionó particularmente sobre aquella noche de invierno de 1864; era la medianoche cuando él y su hermana Rose habían acompañado a la niñera y a su novio a una casa embrujada cerca de Spitafields. Sus padres estaban en Whitby con sus abuelos y sus tíos cazando a un lykaios que había sido visto por la zona, por lo que habían dejado a Simon y a su hermana a cargo de Caroline Brigge; ésta aprovechó la oportunidad de no estar bajo la supervisión familiar para escabullirse con Sean Miller a aquél lugar. 

Miller había apostado a Hugh Elderton, el mejor amigo de Phil Fraser, que aquella casa estaba infestada de fantasmas reales. Con cierto estupor recordó cómo, en medio de una discusión entre ambos varones, apareció el lykaios: un hombre de vestiduras raídas y con espuma en la boca cuyo cuerpo se deformaba rápidamente. Phil de inmediato instó a todos a salir y huir; Hugh y su novia hicieron caso omiso, pensando que podría tratarse de un vagabundo enfermo. 

Estaban equivocados: La cabeza de Hugh fue arrancada. 

El caos se desató; todos corrieron por distintos lados. Simon, dejando a Rose en manos de Phil, fue a salvar a Mary, quien se había caído al suelo. El frenesí, el miedo y el instinto de supervivencia le obligaron a esconderse con su compañera detrás de un mueble arrinconado en la habitación cercana. Minutos después, Simon y Mary huyeron de aquél lugar con la bestia tras ellos.

Atravesando el parque y llegando a lo que pudo ser el centro de Spitafields, Simon y Mary se escondieron en otro edificio abandonado, a donde Phil los había encontrado. Ya en las afueras, Phil había resuelto enfrentarse a la bestia ante la posibilidad de morir en sus fauces, pero Simon determinó lo contrario: Sí o sí aquella bestia debía morir, y la oportunidad que se había presentado la aprovechó contra todo pronóstico. 

Aquél acto insensato, sin proponérselo, le granjeó el respeto de los loup garou. Matar a un lykaios requería de muchas personas tan solo para controlarla, pues su fuerza, su velocidad y su ferocidad eran superiores a las de un licántropo normal. Pocos habían matado a un lykaios con poca asistencia; entre esos pocos se encontraban sus padres y su abuelo Hvitserk. Y él se unió a ellos esa noche, cuando Joseph Bergen le entregó una mitad de la cola del lykaios y la otra a Phil por su valerosa asistencia. 

-¿Listo para la cacería? -escuchó que le preguntara Phil, de 35 años mientras entregaba la antorcha a uno de sus acompañantes.

Los dos estaban de pie, a campo abierto, acompañados de una muchedumbre armada. Delante de ellos, Rose se acercaba corriendo con un lykaios de grandes proporciones tras ellas.  

-Siempre -respondió Simon con una sonrisa mientras que él y Phil salían a su encuentro.

Fuente de la imagen: Youtube



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