Martha levantó la mirada; Saturno y sus anillos se veían más grandes desde la posición en donde se encontraba, en el balcón del palacio. Entre sus brazos, Evie dormía plácidamente.

Retirándose del balcón, colocó a Evie en la cuna que estaba al lado de su cama y se sentó en las orillas del lecho. Reflexionó sobre su situación; su mente se debatía entre el deseo de regresar a casa con su hija o dejarla en Plutón. Por un lado, desconocía si Evie podría tolerar el oxígeno de la Tierra; temía que la bebé muriera con tan solo llegar al otro lado a través del portal. No obstante, si la niña sobrevivía en las primeras 24 horas de estancia en la Tierra, la gente empezaría a amagarla en preguntas... Y estaba segura que nadie se creería que había sido secuestrada por extraterrestres con forma humana conocidos por el folklore urbano como "gente sombra", casada con un príncipe cruel y despiadado, y vivido como fugitiva entre otros extraterrestres con forma humana en Plutón.

No, nadie le creería. Ni siquiera el Papa o su abuela. En su lugar, estaría sujeta al acoso y al prejuicio en redes sociales acusándola de ser una casquivana insensible y desconsiderada.  Se imaginaba la humillación constante por parte de sus vecinos: todos mirándola con desaprobación. Sus amigos no le dirían nada, pero ella supondría que la juzgarían con dureza a sus espaldas dado su estado financiero actual. Su familia tampoco diría nada, pero la criticaría y le negaría su ayuda por prejuicios.

Así mismo, estaba el aspecto económico. Antes de su matrimonio forzoso con Haeghar, ella era una mujer desempleada; vivía sola en un pequeño cuarto en el centro de la ciudad.  Su último trabajo formal fue como docente en una preparatoria durante seis meses. Después de ser despedida injustamente por expresar su desacuerdo con las políticas de la escuela en materia de manejo de los grupos y la pasividad esperada ante los alumnos, recurrió por segunda vez al trabajo autónomo realizando pequeños encargos de transcripción cuya paga era demasiado poco y apenas le alcanzaba para pagar la renta.  

Y si pagar la renta era difícil, criar a una hija en esas condiciones de vida sería todavía más complicado.

En cuanto a la idea de dejar a Evie en buenas manos, la idea realmente le parecía más desalentadora que alentadora. Dejarla sería repetir su misma historia, prácticamente condenarla a la infelicidad, a no conocer el amor de un padre y de una madres. No había abuelos amorosos, como fue su caso; el padre de Haeghar de seguro dejaría que sus hijos la mataran, como era la tradición en la familia. 

¿Qué haría entonces? Aceptar su destino, como le dijo la Noria de Talavnt, una pitonisa de los desiertos de Titán. Aceptarlo y dejar que las cosas fluyeran.