Relato: Deber (Ilona)

Sus manos acariciaron mi rostro; las mías las rodearon, no queriendo soltarlas. Mirándole fijamente a los ojos, pude notar en él una despedida. Aquello me asustaba; aún no estaba lista para aceptar este destino que al parecer ya estaba escrito. Mi hermana, mi hija y yo nos marcharemos junto con las otras mujeres y niños quienes, al igual que yo, daban el último adiós a sus esposos, a sus padres, a sus hermanos. 

No quería resignarme a una vida sin mi padre y mi esposo; no quería hacerle saber a los enemigos de mi familia ese sentimiento tan terrible y aniquilante.  No, no quiero ni puedo darles el placer de verme derrotada. Prefiero guardarlo por dentro, en el fondo de mi alma; una y otra vez me repito que si he de llorar, será cuando pise suelo inglés, a solas o delante de la familia de Haytham. Aquí no, no en los Cárpatos; aquí debo mantenerme fuerte por mi hermana y mi hija. 

Levanto la mirada al mismo tiempo que estrechaba a mi hija en mis brazos. Ellos cada vez más se hacían menos visibles, casi unos puntos. De mis ojos no cesaban de brotar lágrimas cristalinas.

De repente una idea loca se me cruzó en la cabeza; una idea que debería rechazar, mas siento que es necesaria.

Me quito el collar que mi esposo me había entregado la noche anterior; el dije era una figurita de madera, la representación de un hombre con yelmo. Me volví hacia mi hermana; ésta al parecer comprendió lo que iba a hacer, pues me suplicó que pensara en la niña, que confiara en mi esposo y en nuestro padre. Yo le repliqué que confiaba en ambos, mas no consentía dejarlos a ellos y a un puñado de hombres solos contra un probable ejército de vampiros, licántropos y lykaios. 

La caravana se detuvo; yo me bajé de la carreta y les dije lo que sentía, lo que pensaba; algunas de las mujeres se ofrecieron a acompañarme. Las demás acordaron llevar a los niños hacia Targoviste, en donde Elisabeta les aguardaba. 

Abracé a mi hija, quien me rogaba que no fuera; le prometí que regresaríamos su abuelo, su padre y yo por ella, y que los cinco nos marcharíamos hacia nuestro nuevo hogar. Dejándola en los brazos de mi hermana, le hice prometer que, si no regresaba, que se marchara a Inglaterra y que se quedara bajo la protección del abuelo de mi esposo y de sus padres.

Una vez hecho eso, partí con las mujeres hacia el campo de batalla.