La nostalgia por haber despedido a su hijo en el año 2016 no la dejó vivir en paz, por eso tomó la determinación de migrar también, 4 años después, luego del fallecimiento de su mamá, la única que la ataba en Venezuela. Fue un proceso cuesta arriba ya que debió sacarse un pasaporte nuevo (cosa imposible en dictadura, no solo por el altísimo costo del documento sino también por las miles de trabas que el mismo régimen le impone a la población para forzarlos a que no emigren) para ella y su hija menor.

Luego de obtener los pasaportes había que comprar los pasajes. Unos ahorros más la venta de casi todos los muebles y cosas de la casa alcanzaron para comprar los dos paquetes turísticos que la llevarían a ese nuevo país al que su hijo emigró hace 5 años ya. Cuando todo parecía tener un final feliz, llegó una hecatombe que se haría mundial: la pandemia del Coronavirus. Si en el mundo la pasan mal, en Venezuela se debe multiplicar por 10, y la nueva pandemia no fue la excepción. Con el cierre de las fronteras se desboronó la esperanza de salir de un país cada día más destrozado en todos los aspectos.

Ya van 10 meses de eterna espera en espera de que abran las fronteras para por fin poder completar el viaje. Ya la casa familiar está a punto de venderse, es un dinero adicional que les va a servir para iniciar una nueva vida en el nuevo país. La espera es cada vez más angustiante. Está el riesgo latente de infectarse de coronavirus y con la situación tan precaria en el sistema hospitalario venezolano, si no tienes dinero podrías estar cavando tu propia tumba ya que todo el tratamiento debe ser costeado por los propios pacientes. A esta preocupación debemos sumar las demás calamidades que sufren los venezolanos desde hace años: cortes de luz de al menos, 4 horas diarias, 15 días sin agua, fallas en el servicio de gas doméstico, entre otras tantas.

Esta historia está basada en la historia de mi madre y hermana que están a la espera de salir de Venezuela para reencontrarse conmigo acá en Argentina e iniciar una nueva vida, una vida, al menos, digna.