Hospitalidad de corazón

Es normal querer alargar el tiempo junto a las personas que se identifican con nosotros, sobre todo cuando se coincide con las prioridades de la vida, cuando hay comprensión, apoyo y reconocimiento, de eso se trata la ternura de recibir a alguien para compartir la vida. Asumimos sus afectos como nuestros y ayudamos a ser guardianes de su alma.

Así queremos quedarnos y ser huésped del amor que cuida cada una de nuestras mañanas.

Quien decide abrir su hogar, su corazón a otro debe recibir todo lo que ese nuevo ser contempla, su energía, su amor, sus esperanzas, de allí reside la importancia de ser también un huésped que entregue valores positivos, que aporte respeto y venere la morada.

En estos tiempos un aire pandémico aterra y hace fría las moradas, pero en el Cosmos de Dios las acciones buenas quedarán marcadas porque recibir a alguien sin cobijo es cubrir también nuestra alma, una acción buena trae consigo el reflejo de aquel que recibe a cambio lo que ofrece.

No es fácil apartar el temor que causa la gran prueba que el mundo para, pero la hospitalidad del corazón es un valor y un reencuentro con lo humano que nos bendice desde que la luz se asoma al alba.

La hospitalidad nos acerca a aquellos que se nos semejan en el corazón, en el amor y en la complicidad de la calma, es colocar sabanas de amor para mitigar el frio de la soledad que a veces acompaña a aquellos que desesperadamente buscan cambiar lo que no aporta, que una vez entristeció sus ojos frente a los caminos o las palabras que lo desalentaban.