Crónica de una noche de redadas en un funeral. // Serie: Pequeñas crónicas de lo cotidiano.
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Crónica de una noche de redadas en un funeral.
Esa voz que tronó en la oscuridad era de una mujer, pero en aquel momento no era mujer, era la voz de un policía que detuvo la noche, logró hacer un paréntesis en el tiempo y congelarlo con el miedo. Esa voz quebró el silencio arrullado por las oraciones. No hubo saludos, no hubo permisos solo desmesura y atropello de una autoridad mal usada donde imperó más el instinto animal que hay dentro de un ser humano.
En ese momento el llanto se bifurcó entre el duelo y el miedo, la voz que no era femenina daba ordenes por medio de gritos, ordenaba a todos los hombres a tirarse sobre el polvo seco del patio, las mujeres y niños a un lado del cercado de púas, estas, miraban y no miraban como agredía esa mujer policía. Desde el ataúd, a lo mejor ella, la difunta no podía percibir si el llanto era por su ausencia o por aquel acto de barbarie.
Esos funcionarios blandían sus armas como si trataran con personas de alta peligrosidad, un murmullo corría entre el polvo, voces anónimas que se paseaban entre el desconcierto:
─Ese de la capucha es el prefecto del pueblo─ dijo alguien entre la sombras.
─pero el sabe quienes somos...
─Pero no le importa ─ dijo otro.
─¡Ustedes, cállense o me los llevo presos!
Los llantos saltaban entre el miedo y el dolor de ver aquellos policías pasear sus cañones sin importarles que los niños gemían y temblaban.
─¡Pérez, revisen todo! el que tenga antecedentes se va con nosotros, busquen dentro de la casa, volteen todo si es necesario.
─Yo una vez caí por pelear en la calle… ─sonó una voz asustada.
─ ¿Dime donde está el Alex?
─No se quién es ese…
─Nos dijeron que el vive aquí!
─pregúntele al prefecto...
─ Respeten que esto es un velorio ─dijo una señora
─Pero…¿por qué se llevan a mi yerno? él no ha hecho nada.
Los hombres tirados en el piso esperaban que la orden del miedo no los tocara, mientras un frio cañón se paseaba por sus cabezas, esperaban no ser parte de los elegidos, querian abrir los ojos y ver que la pesadilla había pasado.
─¡A mi esposo no se lo llevan carajo, él no es un malandro!
─Es por averiguaciones ─replicó otro policía con algo de calma pero sin bajar su arma por si acaso.
─¡Todos en el suelo y las mujeres, con los ojos en el piso! No quiero a nadie mirando! ¡Vamos!
Fuente separadores: crow png from pngtree.com
Imagenes editadas con PowerPoint, PhotoScape y https://deepdreamgenerator.com
Un relato que recoge bastante bien el ejercicio absurdo y abusivo de la violencia policial, en un contexto que la hace más irónica aún. Saludos, @silher.
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