Tesoro

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El tesoro más valioso de nuestro Sistema Solar está escondido a simple vista. Es la fuente de vida más poderosa que ha existido desde el principio, pero también puede ser usado como un instrumento de gran destrucción.

Ese era el objetivo de Ruk Iasoth, un demonio que habitó en las estrellas hace eones.

Era conocido por tener la piel totalmente negra, cubierta de estrellas brillantes. Sus dos grandes ojos eran como enormes galaxias, girando infinitamente en direcciones opuestas. Verlo, era como mirar al Espacio moverse. Montaba una carrosa hecha con una nebulosa, que emitía varios colores y dejaba una estela de color a su paso. La carrosa era impulsada por dos ballenas, enormes criaturas que vagaban el Cosmos buscando alimentarse de los restos de mundos ya muertos. En su mano, Ruk Iasoth siempre llevaba un mandoble, el cual blandía despiadadamente con ambas manos, y con el cual era capaz de cortar mundos por la mitad.

El demonio solo tenía una misión, robar la fuente de vida de nuestro Sistema. El Sol, el tesoro más invaluable, creado con la esencia pura de los Celestiales, protectores del Cosmos.

Por eones los intentos de Ruk Iasoth fueron en vano. No logró acercarse lo suficiente a nuestro Sol, los Celestiales se aseguraron de frustrar los planes del demonio.

Pero era determinado en su objetivo, era la representación de todo aquello que deseaba destruir empleando el poder para crear. Ruk Iasoth fue de los pocos demonios estelares que logró escapar de la zona neutral, y dar forma a un cuerpo.

En un momento, llegando a la mitad de la segunda era, luego de la Gran Explosión, Ruk Iasoth logró acercarse a nuestro Sol al engañar a los Celestiales.

Su gran carroza dejó una estela por todo el Sistema, rodeando los planetas. El demonio se detuvo frente a la gran estrella. Las dos enormes ballenas expulsaron gases gélidos por los orificios en sus cabezas. Ruk Iasoth contempló su tesoro con codicia, sus ojos con forma de galaxia centellaron. La energía que el Sol irradiaba era exquisita, y pura.

Con las dos manos blandió su gran mandoble y con un gran impulso trazó un arco con la hoja para partir el Sol a la mitad.

Pero el arma no llegó a tocar el Sol. Un grueso látigo de fuego emergió de la esfera y detuvo la hoja. Ruk Iasoth quedó estupefacto. Vio como de la superficie del Sol surgió una figura.

Un gran zorro hecho de puro fuego emergió, con grandes largas y puntiagudas colas. Nueve de ellas. Con una sostenía el arma del demonio. El zorro no tenía ojos, pero Ruk Iasoth sintió una poderosa mirada que se posaba en él. El calor que emitía la criatura era incluso más intenso que el mismo Sol. El demonio sintió su piel hervir. Su arma se estaba derritiendo frente a sus ojos.

El zorro lanzó el resto de sus ocho colas como agujas, hacia el demonio. Produjo ocho heridas en el cuerpo de Ruk Iasoth. Malherido y con su arma destruida, el demonio se retiró

Victorioso, el zorro volvió a dormir dentro del núcleo de la gran estrella.

Este enfrentamiento fue una prueba definitiva, de que el poder de la vida siempre encuentra una manera de prevalecer.

En cuanto a Ruk Iasoth, el demonio se resguardó en un rincón del Cosmos. Esperando a que sus heridas sanen y así volver a enfrentarse a su rival.




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