Las inhóspitas serranías castellano-leonesas, ancladas en su mediática soledad, albergan pueblecitos que en ocasiones ofrecen a los ojos del viajero la sensación de estar profundamente dormidos en un tiempo que lejos está de ser el aún y el todavía.

De casas apiñadas alrededor de la vieja iglesia y siempre a la vista de los muros de un castillo donde antaño los grandes señores de la guerra imitaban la mirada penetrante del águila sobre su presa, los envejecidos vecinos viven taciturnamente pensando en esas nieves de antaño, que ya no han de tornar.

Como tampoco volvieron aquellos mozos, que hatillo al hombro partieron rumbo a los grandes productores de sueños que son las grandes capitales, donde posiblemente se encontraron con el peor de sus enemigos: las quimeras.

Y mientras tanto, aferrándose a las férreas raíces de su valle, los viejos, colocando la leña en el lagar, sueñan siempre con la llegada de la bendita primavera.

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