El arte románico y la leyenda de Alejandro Magno

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Si su vida ocupa un lugar destacado en las gloriosas páginas de la Historia, su muerte y sobre todo, la ubicación de su tumba, continúan envueltas en la leyenda.

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Al igual que la tumba del famoso caudillo árabe Almanzor, también la tumba de Alejandro Magno continúa, hasta el día de hoy, siendo uno de los retos pendientes para arqueólogos e historiadores.

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Como el actor norteamericano James Dean, Alejandro murió joven, dejando tras de sí, a juzgar por las crónicas y las representaciones artísticas que le sobrevivieron, un bonito cadáver.

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Parece indudable, porque así lo confirman las viejas crónicas, que fue inicialmente enterrado, con todo fausto, en el Egipto de los faraones, concretamente en el oasis de Siwa y que fueron muchos –como siglos después ocurriría con la visita a la tumba del Apóstol Santiago, en Compostela- los peregrinos que la visitaron, pues además se pensaba de él que era un dios o cuando menos, que los intensos logros llevados a cabo en su corta vida, le equiparaban con un ser cercano a los mismos dioses.

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A lo largo de su vida y a consecuencia de sus acciones, se forjaron múltiples leyendas, entre las que destaca aquélla que relata que en cierta ocasión, se subió a los lomos de sendos grifos para contemplar desde el cielo la extensión de sus conquistas.

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Como todas las leyendas, las figuras de los mitológicos grifos se desvirtuaron y con el tiempo éstos fantásticos animales, probablemente de orígenes asirio-babilónico, se convirtieron en águilas, tema éste, que más tarde adoptaron las orgullosas legiones romanas y que muchos siglos después, quizás fuera el precedente que le sugiriera la idea a aquél gran creador de mundos y mitologías que fue John Ronald Reuen Tolkien, quién se valió de estos simbólicos animales, las águilas gigantes, para salvaguardar la integridad de algunos de los personajes más relevantes de su extraordinaria saga El Señor de los Anillos.

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Pero por increíble que parezca, también el arte románico, ese mismo estilo artístico que estaba considerado como el arte por antonomasia de la Cristiandad, se valió de la leyenda de Alejandro Magno y los grifos –posiblemente equiparándola con el orgullo y comparándola con las trágicas consecuencias de figuras como Faetón o el mismo Simón el Mago- representándolo en numerosos capiteles, cuya temática parece que por algún motivo no determinado, destacó, en la Península Ibérica, en una zona muy concreta del Camino de Santiago, a su paso por Palencia.

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AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.

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