El ejemplo (Cuentonimio reflexivo)

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El gran día llega para Cristofer.

El cumpleaños de su hijo será inolvidable.

Ha escogido con cuidado a los invitados para no tener que pasar algún mal momento por las impertinencias que el alcohol pueda generar, ya que a pesar de ser una fiesta infantil, como se acostumbra hay una paralela para los padres.

El último de la lista ha sido Wilmar, el más reciente de su exclusivo grupo de amistades libre pensadoras y rebeldes, aunque el anterior nombrado no encaje perfectamente en ese concepto ya que por momentos es algo puritano, sobre todo con lo referente a normas del idioma y otras tonterías, como siempre le dice.

Comparten la afición de escribir y participan en algunas páginas web donde intercambian sus inspiraciones, aunque desde ópticas diferentes.

Sin embargo sus coincidencias en medio de las divergencias han permitido nutrirlos de conocimientos y generar una empatía que supera lo malsano de alguna confrontación.

Esa noche, como adivinando haber sido el invitado de cola es el último en hacerse presente, cuando ya la celebración está en su climax y los juegos de los animadores hacen gritar delirante a los pequeños compañeros del agasajado.

La cara de asombro y el murmullo general acompaña la entrada de él, impecablemente vestido con un traje de tonos claros, acompañado por su pequeño hijo de unos seis años aproximadamente, con el rostro manchado de algo grasoso, muy parecido a cualquier mecánico de autos, su ropa entonando con brazos y caras inmundas parecen haber sido sacadas de alguna botella, ya que las arrugas son como las inmisericordes líneas de expresión de algún anciano nonagenario y la pulcritud de estas está signada por manchas de diversos colores con diferentes grados de intensidad.

Cristofer, quien se encuentra atendiendo a uno de sus jefes, corre al encuentro del amigo y tomándolo del brazo, prácticamente lo arrastra hasta el cuarto más cercano preguntándole.

-¿Qué significa esto?

De forma natural le responde.

-¿De qué hablas?

No percibe aliento etílico ni ojos enrojecidos como para pensar que su amigo está bajo la influencia de alguna droga, por lo que es severo en sus palabras.

-¿No me digas que no te das cuenta que estás haciendo pasar vergüenza a tu hijo? ¡Míralo!

Rápidamente le responde.

-Está diferente a todos pero no veo que mal pueda haber en que no cumpla ninguna norma de pulcritud. ¿No se va a ensuciar igual cuando termine la fiesta?

-No puede ser. ¿Te burlas de mí?

-No, pero recuerdo que nuestras diferencias siempre están en la aceptación o no de las reglas establecidas.

-Es diferente, son escritos no niños.

-¿No nacen los niños de nuestras entrañas? ¿No son estos nuestra satisfacción y ejemplo? No veo cual es la diferencia entre un hijo y algo que escribimos, ambos son creaciones propias y tal como las mostramos, damos ejemplos a quienes los leen o miran.

Ambos tienen nuestra firma y amor y merecen ser tratados respetuosamente. Así como ves hoy a mi hijo, lucen siempre tus escritos que llamas rebeldes.

Sale dejándolo.



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Este post fue seleccionado para el reporte diario de la comunidad Emprendedores 2.00
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