El Avaro // RELATO

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La Mansión Garmendia era ahora una residencia para estudiantes. Su propietario era Francisco Garmendia. Un hombre de estricto proceder, aprendido durante sus años en las fuerzas militares, donde llego al rango de Coronel. Francisco era propietario de otras diez viviendas. Transformadas en residencias para estudiantes. Vivía en la ciudad que albergaba cuatro importantes universidades del país. El negocio le generaba excelentes beneficios económicos. Se podría decir que era un hombre que poseía una considerable fortuna.

Una fortuna que no se le apreciaba a simple vista. Al contrario, parecía un hombre arruinado. Diivorciado hace veinte años, poco tiempo después de haberse retirado de la milicia. El motivo fueron las peleas por la economía del hogar. Su ex mujer amaba darse lujos, comprarse ropa y joyas. Esos gustos por el lujo, hicieron que la relación se fracturara. El no estaba dispuesto a darle más dinero. Después de la separación le dejo a su mujer, una vieja casa ubicada en un barrio pobre. El único bien q e adquirió sin que ella le firmara un documento donde renunciaba a sus derechos.

Con su ex mujer tuvo 3 hijos, los cuales no quieren ni verlo. Los inscribió en escuelas públicas y les daba solamente para comprar un pan en las meriendas. Cuando eran adolescentes, dejo de enviarles el poco dinero para alimentación. Les dijo que tendrían que ir a trabajar. Cada uno hizo su vida y se olvidaron de su tacaño padre. Los tres, lograron graduarse, ser profesionales y vivían en el extranjero.

Ahorrar dinero era un obsesión para el señor Francisco. Hace dos años vendió los dos viejos vehículos que tenía en el garaje. No quería gastar dinero en gasolina, cambios de aceite, repuestos y todo lo que necesitaba. ¡Pides más que mi ex mujer! vociferaba a los automóviles todos los días. Para trasladarse de un lugar a otro, se compro una vieja bicicleta negra de repartidor. Tampoco compro más ropa. Le bastaba con sus prendas de los años setenta. No usaba reloj y mucho menos un teléfono móvil. Dejo solo el teléfono fijo en su casa y cada vez que tocaba pagar factura, se le subía la tensión.

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Los vecinos comentaban las extrañas costumbres del señor Francisco. ¡Un pichirre! ¡Qué viejo tan tacaño! ¡Un avaro! ¡Un desgraciado! Eran algunos de los calificativos que recibía. Nadie se explicaba como un hombre dueño de tantas residencias, podía vivir con el aspecto de un indigente. Cuando llegaba a la bodega cercana a su hogar, ocurría que alguna persona que no lo conocía le daba algo dinero, confundiéndolo con un pordiosero. Francisco no lo rechazaba. ¡Aceptaba la limosna! Le servía para completar para los alimentos. Patas de pollo, carapacho de pollo, hígado de pollo, bofe, huevos, y algunos granos eran su dieta. Pero, cuando veía a un mendigo pidiendo para comer. Era incapaz de darle unas monedas. ¡Hoy rezare por ellos! Con esa frase limpiaba su conciencia. .

Los estudiantes de la residencia principal, donde también vivía, se quejaban de no tener el agua siempre disponible. ¡Hay que ahorrar! Les decía, dándoles tips para que aprendieran a ser como él. Cerraba la tubería que llenaba el tanque y esperaba que fuese un día con lluvia. No orinaba en el baño. Lo hacía en botellas de refrescos que recogía de la calle. Luego, el orine rancio era vertido a las flores del jardín. Eso también trajo muchas quejas de los residentes, el olor a orina se hacía insoportable. Incluso, su propio olor era desagradable. Se duchaba solo cuando llovía, por eso, en época de sequia, las personas se apartaban cuando lo veían venir. ¡Olía a perolito de loco!

Una mañana, cuando preparaba su bicicleta para salir, cayó al suelo, fulminado de un infarto. Ningún familiar apareció. Nadie sabía el paradero de su ex mujer e hijos. No tenía contratado servicios funerarios y nadie reclamo el cuerpo, el municipio los destino a una fosa común. La cuenta bancaria estaba en cero. ¡Voy a cobrarlo de inmediato, no me gusta darles el dinero a esos ladrones! exlcamaba cuando le pagaban en cheque. Las diez residencias y otros bienes materiales quedaron en manos del estado. Los funcionaros que se encargaron de inspeccionarlas, encontraron una gran cantidad de dinero, escondidos en el colchón donde dormía el difunto. ¡Ganamos la lotería Compadre! ¡A gozar la plata del viejo ¡ decían los inspectores del municipio, más contentos que niño con juguete nuevo. Una vida privándose de disfrutar el dinero que ganaba. Una inútil obsesión por acumular riqueza que Francisco El Avaro, a la tumba nunca se llevo.

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10 comments
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De acuerdo a la Biblia, ¿Por qué no aceptan ofrendas de los que no son bautizados en la Iglesia de Dios?

Mira el video a continuación para saber la respuesta ...

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Que buen relato compañero, tienes grandes dotes como autor y te felicito enormemente. Este señor Francisco, me recuerda un caso familiar, es increíble que existan personas así dentro de esta hermosa vida, lo mas aun lamentable es una muerte como la de este señor, esto da una clara reflexión: El dinero no lo es todo, importa mas el amor y la compañía de buenas personas.

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