La caja | Escritos de una mente desequilibrada XXXVIII

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Es de noche y está lloviendo, las farolas de la calle no llegan a iluminar por completo el callejón, así que el final se encuentra sumido en una oscuridad, que si bien es parcial, no por eso deja de ser un abismo que oculta secretos que no cualquier persona puede soportar.

Un hombre aparentemente de cuarenta años de edad sale caminando con cuatro perros recién nacidos en una caja que lleva bajo el brazo izquierdo, sé que son cuatro porque los coloqué ahí. Lo veo colocar la caja en el asiento trasero de su auto, luego sentarse frente al volante, encender el auto y comenzar a conducir lentamente por las calles mal iluminadas de los suburbios bajo una lluvia que aún no decide si convertirse en el azote de este mundo o seguir siendo el llanto desconsolado de una madre que se acaba de quedar sin su hijo.

Después de seguirlo por una hora a la mayor distancia posible sin perderlo de vista lo veo detenerse frente a un edificio que se observa abandonado, la única señal de posible vida que se puede notar es la entrada libre de basura, rompiendo el patrón de suciedad que rodea el edificio. Me desvié en el siguiente cruce y me detuve en el siguiente bloque, caminé hacia el edifico tratando de encontrar una entrada diferente, pero no lo logré, aunque un agujero me permitió ver cómo el hombre colocaba la caja en el lado derecho de un compartimiento doble para luego cerrarlo, después de segundos que se hicieron eternos el compartimiento izquierdo se abrió permitiendo al hombre sacar la misma caja de cartón con un contenido diferente.

Otra vez de vuelta al auto, aunque esta vez coloca la caja en el asiento del copiloto con el cinturón de seguridad incluido. Justo cuando sentarme frente al volante lo veo pasar con cierto apuro, no me preocupo, sé a dónde se dirige, así que con lentitud reviso las herramientas que se encuentran a mi lado y las vuelvo a dejar donde estaban, nada me hace falta, así que emprendo mi camino hacia uno de los últimos destinos que voy a visitar esta noche

Gracias a que no tomé ningún desvío y fui directamente a su casa llegué media hora antes, tiempo suficiente para preparar todo lo necesario y no durar más tiempo de lo esencial. Lo escucho guardar el auto en la cochera, no enciende ninguna luz, camina en total oscuridad por toda la casa hasta su cuarto y deja la caja entreabierta sobre su cama, se quita los zapatos y se dirige a la cocina, lo escucho llenar un vaso con agua y tomarlo con rapidez, está nervioso. Vuelve a entrar en su cuarto, deja la perta abierta y comienza a desvestirse. Está tan absorto mirando el contenido de la caja que no escucha la puerta cerrarse.

Esperar es lo único que hago y no tarda más de un minuto en darse la vuelta, había dejado la luz de la cocina encendida y cuando cerré la puerta el resplandor dejó de darle la iluminación necesaria para lo que iba a hacer, hay perversidades que se avergüenzan de sí mismas y no se atreven a mostrar su rostro ante la luz. No importaba si se daba la vuelta o no, pero ver la vida desaparecer de sus ojos cuando le clavé el cuchillo en su garganta me dio la satisfacción suficiente, aunque no necesaria para seguir haciendo este trabajo.

Abro la caja fuerte, saco lo todo el dinero en efectivo que encuentro y lo guardo en una bolsa, tomo la caja y la coloco junto al dinero en el asiento trasero de mi auto. Vuelvo a la casa, riego gasolina en todas las habitaciones y enciendo una pequeña llama en el cuarto principal donde yace el cuerpo sin vida del hombre. No espero a que el fuego se apodere de todo y comienzo a conducir por la ciudad hasta llegar a un edificio que comencé a frecuentar los últimos meses, me detengo frente a la otra calle y apago el motor, esta es la parte más difícil, nunca deja de serlo.

Salgo del auto y respiro el aire fresco de la madrugada, hace frío, dentro de poco va a comenzar a salir el sol y debo estar en otro lugar para ese entonces. Tomo la bolsa con el dinero y la caja, me dirijo lentamente al edificio y dejo las cosas frente a la puerta, toco el timbre y me alejo hacia mi auto. Alguien sale, siempre sale alguien, no me quedé a esperar, pero las primeras tres veces fue así, desde entonces no me preocupo por eso.

Al regresar a casa ya se encuentra una caja frente a la puerta trasera, el contenido varía siempre, pero en esencia es siempre el mismo, una nota que contiene el nombre de cuatro animales que debo buscar y dejar en una callejón a oscuras; la dirección del hombre o mujer que recogerá la caja y luego la intercambiará por otra en algún edificio desvencijado de la ciudad; los materiales que me permitirán acabar con la vida de la persona y la clave de la caja fuerte para sacar todo el dinero en efectivo que se encuentre ahí. La dirección donde debo dejar el dinero y la caja nunca cambia, es el mismo orfanato que se encarga de todos los bebés que he ido dejando a través de los meses, desde que comencé a recibir estas instrucciones.

Me resistí al principio, pero la promesa del asesinato de mi hija secuestrada me obliga a hacerlo, en algún momento me la van a devolver, si acudo a la policía, me detengo, o intento rastrearlos, me van a llevar con ella solo para torturarla y asesinarla frente a mí, y no puedo permitir que eso suceda. No tengo la certeza de que será devuelta a mí, pero si puedo salvar vidas inocentes en el proceso, lo voy a seguir haciendo. En algún momento todo se va a detener, solo espero que no tarde mucho, cada día duermo menos y no sé en qué me estoy convirtiendo. Ojalá todo acabe pronto y pueda volver a dormir con tranquilidad.

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