Hoy es uno de esos días

que no sé cómo empezar a describir pero las palabras de a poco empiezan a salir. Un día en el que extrañarte reventó, se fue acumulando por mucho tiempo mientras lo evadía y hoy, sin razón alguna, no alcanzó la contención. Un día en el que la mente divaga rebelde entre los recuerdos, las proyecciones, algunos escenarios imaginados y expectativas de un futuro que no nos llegó. Recuerdo señales del pasado que me iban advirtiendo lo que estoy pasando y aún así despierto a media madrugada soñando en que todo puede ser distinto. Puedo acostarme entre cóleras y despertar ilusionado por los sueños que en minutos se van borrando. Viceversa sucede también.
Es uno de esos días en los que la carga se vuelve insoportable, en los que la soledad y el creer que se amó puede más que cualquier voluntad que le ponga, simplemente es un día más —de los que a veces duran semanas— en el que el sufrimiento se vuelve el dueño de las riendas. Entonces dejo de ser, por días, quizás otra vez por meses, para encontrarme atado; atascado, a la gravedad del momento, del día, de la tierra que transito y sentir especial algo que no fue, que no deja volar, que me repito para no olvidar para no confundir: nunca fue.