Te amo hasta los huesos

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(Edited)

Reclinado sobre la raicilla del roble, Milton mantiene la vista en un cúmulo de ramas secas, parece hechizado observando cada detalle. Su rostro demacrado deja ver sus 68 años de edad, algunas cicatrices ocultaban lo perfecto que alguna vez fue, las ojeras insinuaban agotamiento y su escualidez reflejaba extremidades de escasas carne y piel tostada. Además alrededor del cuello llevaba una cadena con una argolla ruidosa en la cual cuelga una oxidada llave que provoca sonidos con cada uno de sus movimientos. Su ropa estaba cubierta de tierra y debajo de las uñas solo había porquería.

Detrás de él, al fondo, se ve una casa vieja de dos plantas, una fina estructura que dejaba evaluar el buen gusto de quién la construyó, aunque a simple vista parece un inmueble descuidado, sin ocupantes, valdría la pena intentar restaurarla.

Milton el huesudo, así lo apodaban los niños del pueblo, vivía solo desde que su esposa se marchó hace dos años, tal situación le afectó a tal grado que se hundió emocionalmente en una tristeza, su corazón se ahogó en ira, y perdió el interés por realizar los deberes en la granja, la siembra se marchitó, el ganado enfermó, pronto los cadáveres adornaban los terrenos en avanzado estado de descomposición, y los habitantes del pueblo veían horrorizados como el alegre, bondadoso y refinado hombre, convivía en esa necrópolis de carne putrefacta.

Era indudable, aquel infortunado diablo que reposaba contiguo al árbol fabricó una coraza para sujetar sentimientos que afloraban por la ausencia de su mujer, ganó la popularidad de desquiciado, temido por sus acciones y mirada perdida que hacía concebir espanto e incertidumbre a cualquiera.

El día ya comenzaba extinguirse, cuando la brisa cambió alertando que la oscuridad estaba lista para su turno. El hombre se levantó, mientras un chasquido parecía surgir de sus rodillas, pero eso no le impidió moverse y franquear donde tendía la ropa, ahí colgaban animales torturados que morían lentamente mientras su sangre goteaba y caía en el tiesto donde solía reservarse la leche. El acto demostraba que el padecimiento de esos animales se había transformado en una práctica placentera para Milton.

Continuó hasta su morada y subió los escalones de madera que rechinaban por el peso de su cuerpo, ya en el pórtico se topó con la silla donde se mecía su mujer para tejer, la observó y temeroso levantó la mano para rozar suavemente con sus dedos los bordes. Permaneció inanimado unos segundos contemplando aquel objeto que tanto le gustaba usar a ella, y un pequeño sollozo delató nostalgia, quizá imaginó verla sentada y él disfrutando tentar sus cabellos. ¡De pronto! El encuentro del viento con la campanilla lo hicieron despabilar y recordó la intención por la cual había regresado a la casa, Milton el huesudo gruñó y apretó los puños por haberse ensimismado. Así que se apresuró y sus sucias botas parecían martillar el piso con desesperación, abrió la portezuela se introdujo e hizo sacudir las ventanas al cerrar de golpe.

El silencio, se adueñó un rato del lugar hasta que fue interrumpido por unas carcajadas y el gemido que provenían del interior de la casa. El sol se había ocultado, el parpadeo de las luces colaboraban para dar un aspecto tenebroso, y en el exterior se escuchaban sapos y grillos corear una balada de muerte, el cual el viejo aprovechó para bailar abrazado a un vestido color pastel, este se movía de un lado a otro con una sonrisa mostrando demencia y congoja. Repentinamente se paralizó, se dio cuenta que alucinaba con su esposa, cayó de rodillas y soltó un alarido ahogado en llanto que hizo retumbar cada escondrijo del lugar. Miltón se levantó, limpio sus lágrimas. Y tomando de nuevo el vestido salió por la parte trasera, se alejó internándose entre las anchas sombras que danzaban por la luz de su farol.

Se paró justo en donde estaba al principio y se cercioró con la vista que estuviera completamente solitario, entonces se acercó a la pilada de ramas y comenzó a retirarlas dejando advertir unas puertas subterráneas que parecían un refugio contra tornados. Se agachó y rebuscó en la tierra hasta cosquillear unas cadenas, tiro de ellas y las puertas se abrieron haciendo un ruido espeluznante y provocando que la polvareda dificultara ver el interior de ese recóndito sótano.

―¡Ya estoy aquí cielo he regresado! Traje tu atuendo favorito ¿dónde estás que no sales a recibirme? ―exclama y pregunta curioso el desgraciado.

Al no obtener respuesta, bajó varios metros utilizando unas escaleras finas de hierro, apenas cabía su cuerpo y al tocar el pavimento se encontró con una escotilla que había sido construida de tal forma que nada pudiese abrirla salvo la llave que colgaba de su cuello, soltó la llave de la argolla la introdujo en la cerradura hasta hacerla girar y dejar sonar el cerrojo que le daba la bienvenida.

Cruzó un pequeño pasillo hecho de viga, y luego movió una cortina, Milton estiró su brazo tratando de empuñar la cuerda de una bombilla que se balanceaba por la corriente de ventilación, al tirar de ella una tímida luz iluminó varios objetos de una habitación espaciosa, habían telarañas y arañas gigantescas que parecían hallarse cómodas en ese arrimo, además se apreciaba un pestilencia que contaminaba el espacio y a unos pasos posteriormente del acceso estaba una pared revestida de recortes de periódico con noticias de chicas desaparecidas. Milton pasó la palma de su mano izquierda por cada fotografía y sonrío como un niño que se acuerda de sus travesuras.

Siguió hasta un rincón y se encontró un pozo, de ahí provenía el fuerte tufo, tomó su farol e iluminó el fondo, habían una infinidad de huesos que aún conservaban trozos de músculos podrido y un cuerpo femenino que parecía reciente estaba desmembrado y bañado en sangre.

―Ustedes me engañaron fingían ser mi amada esposa y por eso debían ser castigadas jamás se los voy a perdonar.―dice Milton lanzando la lámpara.

Al fondo de esa habitación, se encontraba una mesa larga de metal que había sido modificada para parecer una camilla, una lamparilla colgaba justo arriba de ella y en un costado había otra mesilla más pequeña con herramientas o utensilios cubiertos de sangre seca. Milton arrastró un sillón y lo colocó al lado de la cama, se sienta y comienza a observar el vestido, entonces dirige la mirada pasmado hacia una mujer de unos 60 años de edad quien yace acostada agonizando con los ojos hendidos casi que al cráneo, labios amoratados, estaba desnuda, y no tenía uñas. Luego de un par de bostezos, el aterrador hombre se levanta, coloca el vestido sobre ella y se acuesta a su lado acomodando el brazo en su cintura, perdiendose en una fantasía oscura como su mente.


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1 comments
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Maravilloso relato Malhaya maracucha. Ojalá pudiera deleitarnos más seguido con tus historias pero sé que el perverso internet no te deja.

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