Sentir que otra vida está creciendo dentro de ti, una extensión de tu alma, otro corazón que late en tus adentros. La conexión única entre madres e hijos.

Elena era mujer trabajadora ejecutiva, dedicada a su trabajo, amaba como ninguna su ocupación, pronto conoció un hombre que le permitió continuar con su rutina de trabajo, la admiraba, estuvo a su lado, pero al final la abandonó con un hijo.

Todo machaba bien, a pesar de la ausencia del padre del pequeño. Pero sucedió algo inesperado en su país y una crisis por el cambio de gobierno la obligó a dejar su empleo. Pasó de ejecutiva a hacer labores del hogar, no eran tiempos buenos, y tras la rutina y la necesidad aceptó una oferta laboral lejos.

Una mañana de Agosto se despidió para hacer aquel viaje, dejó a un lado a su pequeño, su rostro se llenaba de lágrimas al saber que pronto estaría lejos, bajo otro cielo en el mismo universo, pero a horas de distancia en duro vuelo.

En manos de su hermana quedaba su universo, pero nunca es igual, una madre tiene un lazo eterno. Algo le decía que su vida cambiaría en aquel tiempo.

—¡Adiós mamá!... Te quiero—

Esas palabras retumbaban en su pensamiento. Otra ciudad, otro destino, primaveras e inviernos y aquel niño crecía con otros valores, normas y en compañía de otros afectos. Ella sabía que estaba bien pues la familia que lo acunaba fue la misma que la vio formarse en sus talentos.

Muchos éxitos reunía mientras esperaba el momento indicado para poder tener el tiempo libre y dedicarlo a sus afectos. Sin embargo, el entorno es duro, la competencia es cruel, y todos estamos expuestos a perder muchas veces el enfoque importante. Una llamada de vez en cuando, un breve encuentro que la magia de los móviles hacía posible en aquel tiempo. La distancia se notaba en los breves diálogos que mantenían tras la ausencia del día a día.

Ella apurada, siempre con una promesa de que al día siguiente lo llamaría, quizá unos dulces extras en su nombre o aquel juego que el niño tanto quería. Pero no un abrazo antes de dormir o aquel cuento que lo hacia sentir seguro cuando a algo le temía.

— ¿Cuándo volveré a ver a mi mamá? —

Las respuestas siempre fueron...

— Luego cielo, luego—

Al paso de varios años llegan las vacaciones del encuentro una madre que esperaba a su hijo después de un largo tiempo. Todo listo y preparado para el recibimiento de aquel niño que añoraba a su madre desde aquel momento en que el trabajo y las necesidades le transformaron el cuento. Una madre se apuraba para recibir a su primogénito.

Jeremías por otra parte, más alto y más apuesto. Mochila en brazos cargaba, más el equipaje completo, otra madre lo despedía dónde él vivió tanto tiempo. Pero ella ya sabía que llegaría aquel momento. No encontraba las palabras para despedir a su príncipe de cuentos.

—Ten paciencia hijo mío, recuerda que son un solo corazón que se separó por un tiempo— fueron las palabras de quién despedía y le daba consejos.

Y así emprendió su vuelo...

Al llegar encontró una persona diferente a la de sus recuerdos, una madre que se consumió de tanto trabajar para progresar en una tierra de fuego. Ella lo miraba ahora convertido en casi un hombre y no podía dejar de hacerlo, el tiempo les arrebató los días de juegos. Entre sonrisas y besos; ahora dos extraños se encontraban y reconocían su lazo eterno. Sus ojitos se llenaron de miles se sentimientos al ver el pelo gris de una madre a su encuentro. Ya era mayor, su mamá no podía ya estar en esos embates tan exigentes del trabajo extenso, el debía ahora ser quien trabajara por el alimento, al abrigo y el hogar de los suyos, y así se dispuso a hacerlo.

Pero las cosas de la vida les traía un dilema eterno púes muy rápido aquel chico se enamoró sin saberlo, y encontró otro motivo, un norte y su tiempo. Y aquella viejecita se negaba a creerlo, su hijo apenas había encontrado y no quería perderlo. Los celos de madre le hacían un mal juego, pero sin culpas porque ella luchaba con el fuerte remordimiento de haber dejado su hijo tan pequeño.

La madre se apuró en reclamar a quien había dejado encargada de Jeremías. Aquella hermana la escuchó, con nobleza y abriendo su corazón le dijo:

—Fueron muchas fiebres que no te dije para no preocuparte, muchas tareas que nos mantuvieron despiertos, hubo muchas rabias y abrazos que también atrape en el momento; pero estoy segura que debes dejar que el haga una vida sin lamentos—

—Pon las manos en tu corazón y deja que regrese el tiempo. —

Eso se quedó en el vacío, la madre desconsolada sólo lloraba porque siempre creyó que se equivocó en todo momento. Su pequeño se había convertido en hombre de buenos sentimientos, en esposo fiel y correcto, un padre amoroso, aunque ella solo lo vivió un momento.

Pero de igual forma, supo que todo aquello era cierto, no se puede culpar a nadie de los caminos que cruzamos por nuestro propio albedrio, no se puede juzgar al viento y tampoco al destino, no nos dirigen otros cuando reaccionamos y sentimos. Y siempre, siempre tiene más valor un beso que tener mucho dinero un domingo.

Cuando la vida pasó, un regalo el universo le concedió, una mañana de Agosto Elena cargaba en sus brazos los nietos que Jeremías le dio, supo que en ellos había regresado el tiempo; tal como las palabras de su hermana le había dicho, una nueva oportunidad, un encuentro para quererlos. Un nuevo comienzo, miles de besos, mimos y cuentos, una nueva oportunidad para volver a escribir una historia que comenzó con un triste adiós y un te quiero al viento. Porque los lazos de amor, siempre son lazos eternos.

—Cada vez que miro al cielo, en una estrella sé que estás hermana, y como te quiero— le decía Elena cada noche a la ventana a aquella que cuidó de su pequeño.