Decía un antiguo maestro y un inestimable amigo, que cuando el río de la tradición suena, es que indudablemente agua histórica lleva.

Historia y tradición suelen ir de la mano, en un país, España, que ya era viejo cuando dioses y semi-dioses se disputaban la supremacía del mundo antiguo, hasta el punto de que son muchos los historiadores que todavía insisten en situar la misteriosa Atlántida de Platón, en aquélla mítica ciudad de Tartesos, que se supone estaba enclavada en la desembocadura del río Guadalquivir, antes de que Hércules-Herakles se dejara caer por el Jardín de las Hespérides, le robara los bueyes a Gerión y eliminara al gigante Breogán, sobre cuyo cadáver cuenta la leyenda que se eleva el símbolo por antonomasia de La Coruña: la Torre de Hércules.

Guadalajara, a pesar de que durante muchos años figurara administrativamente como parte de Castilla la Nueva, cuenta con una historia y unas tradiciones, que son tan antiguas y fascinantes, como aquéllas otras que fueron imprimiendo carácter y señas de identidad a numerosos sitios de la Península Ibérica.

Una de las zonas más fascinantes de Guadalajara, donde comenzar a buscar esos misterios legendarios que pueden hacer mucho más atractivo y fascinante un viaje, se localiza en una región, la Alcarria, que aun a pesar de los libros de Camilo José Cela y de la excelente calidad de la miel, su producto estrella por antonomasia, todavía sigue siendo bastante desconocida para el viajero en general.

Una de sus capitales principales, es la antigua villa de Brihuega, en tiempos medievales importante bastión fortificado, que al igual que la famosa Cueva de Hércules de Toledo o la soriana ciudad de Medinaceli, también cuenta en sus fascinantes leyendas con la famosa Tabla o Mesa del Rey Salomón, perdida, según las crónicas, poco después de que los ejércitos musulmanes de Tariq invadieran la Península Ibérica en el siglo VII después de Cristo.

Brihuega es famosa, además, por la calidad de sus tres iglesias románicas, que aunque tardías y situadas en esa transición que los historiadores consideran como protogótico, muestran un interesante atractivo, consolidando, de paso, un meritorio aspecto cultural, donde posiblemente destaque, por su belleza, su elegancia y su misterio, la iglesia de San Felipe.

Por su trazo, la iglesia de San Felipe podría ser comparable a la iglesia de Santa María de la Oliva, situada en el casco urbano de Villaviciosa, en Asturias y a aquélla otra, posiblemente también auspiciada por los templarios portugueses de la Orden de Cristo, denominada, lejos estoy de pensar en las casualidades, también como Santa María dos Olivais.

También, como esas dos referencias mencionadas, un símbolo, situado en su parte de poniente, ocupando el espacio destinado a rosetón, por encima de la portada, llama poderosamente la atención y viene a reforzar, siquiera de una manera subjetiva, la relación del lugar, no sólo con los misteriosos caballeros templarios, sino también, con la referida leyenda de la Tabla o Mesa del rey Salomón y uno de los posibles lugares donde se mantuvo oculta para evitar que cayera en manos de los musulmanes.

Sea como sea, se crea o no en el valor relativo de las leyendas o tradiciones, de lo que no cabe duda es de que este singular templo no defraudará al viajero que inquieto por hacer de su viaje una aventura eminentemente cultural, se desplace a este encantador rincón de la Alcarria, y observe, en la elegancia de su planta y en la altura de sus arcos y arbotantes, la magia de aquéllos constructores, precursores de un estilo, el gótico, a los que el genial poeta alemán, Goethe, definía como buscadores de Dios en las alturas.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.