La casa estaba oscura. El hombre llegó pasadas las 12 de la noche. Llegó callado, ocultando el rostro. Entró a la habitación y fue directo al cuarto de baño. Allí abrió la ducha y borró cualquier rastro que lo hiciera sentir culpable, amenazado, transgresor. Borrar las huellas de algunas cosas puede llevarse horas o toda una vida, por lo que usó mucho jabón, agua y un tiempo infinito. Trató de cerrar la llave de la regadera, pero vio cómo una gotera caía sobre las baldosas impresionantemente blancas. Trató de apretar la llave, pero fue imposible.

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Cuando se animó a salir del baño, entró a la habitación vestido con un pijama, con los dientes limpios, pero con el temor de un homicida. Se acostó y en ese instante volvió a escuchar la gotera de la regadera. El sonido mecánico y puntual era un parpadeo en mitad del silencio. Cualquier ruido en la noche puede ser amplificado cuando no hay calma adentro. Por lo que cerró los ojos, pero no pudo apagar los oídos ni el cerebro. En ese instante sintió que la gotera hacía eco. Abrió los ojos y afinó el oído: la mujer a su lado lloraba.

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Llanto y gotera eran líquidos ruidosos que se expandían más allá de la habitación. El hombre estaba quieto con los puños apretados y con el corazón en suspenso. Nunca antes quiso desaparecer, hasta hoy. Sentir estar lejos, muy lejos de aquel ruido mojado que amenazaba con destruir los cimientos. El hombre temía que la casa, la cama, su matrimonio se quebrara debido a aquel sonido, por lo que puso la almohada encima de su rostro y sintió que todo el peso del mundo le caía encima. A esa hora, los minutos se hicieron lentos, duros y torcidos. Todo era una despiadada espera del final.

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Al principio sintió que la cama se mojaba, pero aun así intentó mantener los ojos cerrados. Cuando el sabor salado le llegó a los labios, el agua corría ya entre sus manos. Su cuerpo flotaba y el escándalo que hacía el agua y el llanto bajo su cuerpo, lo hizo estremecer de miedo. El agua y el estallido ascendían sin ninguna misericordia y el hombre temblaba ante las posibles consecuencias. Entonces pensó que así podían nacer los terremotos, los maremotos, el caos. El poder de las alas de una mariposa, la gotera de una regadera, el llanto de una mujer...

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Suspendido en el vacío, al día siguiente, el cuerpo del hombre flotaba en remolinos feroces de agua que inundaban la habitación. Un rumor tenebroso, aguas impetuosas, sostenían al hombre, lívido e inmóvil. Las goteras de la casa y de la mujer lo ahogaron en un vendaval crecido. Como el agua, el miedo había crecido lento, salado y fulminante. Y es que hay ruidos que se desbordan y otros que al escucharlos, matan, como el llanto de una mujer y las goteras de una casa.

HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS