Llamar tres veces. Microficción

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Ahí está otra vez; es la tercera vez esta semana. Tal vez sea demencia senil. Anticipo que cruzará la calle hasta mi puerta; preguntará por Mariana y de nuevo le diré que Mariana murió hace tiempo, que sus hijos se fueron, que nadie ha vivido allí desde hace mucho. Repetirá que es Jacinto Peña, que Mariana es su esposa, que se supone que los vería este día. Pero no.

En un pestañear, ha desaparecido. Solo he alcanzado a ver la puerta cerrarse detrás de él. Adentro hay personas; veo sus sombras deslizarse de la cocina a la sala. El movimiento es constante, como si se tratara de una fiesta.

El anciano se asoma a la ventana y me saluda. “Ven”, me dice. Y yo voy de inmediato, sin pensarlo, llamada por un sentimiento que pudo haber sido de familiaridad. Al llegar a la puerta, me detengo y toco. Una mujer de servicio me recibe. Le digo que el señor Jacinto Peña me ha invitado. Ella me observa con extrañeza y me invita a entrar; una vez en la sala, señala hacia un cuadro colgado en la pared derecha. “¿Ese es el Jacinto Peña que usted busca, señora?” En efecto, aquel era el hombre, solo que el pincel había sido bastante benevolente con sus arrugas. La expresión de mi rostro habla por mí y la mujer continúa. “El señor Jacinto murió hace más de cincuenta años, señora.”

Desconcertada, me alejo de la mujer y estiro la vista hacia la cocina y las otras estancias que alcanzo a ver desde mi posición. No hay nadie. Entonces, la lógica me abandona y comienzo a horrorizarme. Retrocedo hasta el umbral y me detengo. Desde allí puedo escuchar otra vez los ruidos del festejo, pero apenas pongo un pie dentro de la casa, desaparecen y solo queda el silencio y la mirada condescendiente de la mujer se servicio.

“Venga otra vez, señora. La tercera vez, ellos le atenderán”.



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