A los pies de otro Relojero |

Dedícame la cercanía de tus ojos para inmortalizar cada hora y hacer un retrato con todas las miradas que he perdido este mes. No dejes que el tiempo separe nuestra distancia y nos transforme en olvido, porque los segundos morirán sin un propósito si no recuerdas que acá te espero.

Al final del día, la puntual noche arriba y tú no.

Me niego a otro desencuentro y tras esa errática decisión, elijo, torpe y desesperada, unirme a la vigilia de tu voz, opto por conversar con la escurridiza luna, ella al menos me anuncia que, por momentos, se va y a su vez entiende la soledad de quien no alcanza a su anhelado astro rey.

El tiempo del uno sin el otro nos vuelve polvo. Las excusas, buenas o malas, reales o inventadas, nos aproximan a un precipicio, allí será donde el valiente libre albedrío de algunos de los dos dará su paso y caerá a un abismo, un abismo que al principio nos invadirá de miedo y ansiedad, pero aquel viaje terminará de golpe, a los pies de otro relojero.

Somos distancia y olvido, pero nada más yo soy quien mendiga que estés un segundo más, dos instantes extras, tres minutos a mi lado, tras cuatro horas de charlas y cinco realidades de sueños compartidos.

El tiempo iba lento en mi agonía, pero se volvía fugaz, incesante y efímero, cuando estuve en tus brazos.

Remiendos y golpes al reloj de mi vida...
¡Acelera, acelera! ¡Rápido, muévanse manecillas!
Puede que hoy sea el día que decida
dejar de ser un esperanzado cronómetro.