La Música en la Biblia (final)

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1ª Cor 12:11 “…todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere”. El mismo y único Espíritu Santo, da a algunos el don de servir a la iglesia de Cristo, en la música y los canticos.

En función de éste servicio, con los diversos dones que el Señor regala para ello, se forma el Ministerio de Música. Teniendo en cuenta más que el buen oído; la voz sonora, la formación musical, la sensibilidad, docilidad al Espíritu y la destreza técnica; la humildad, la unción la entrega al Señor.
Cómo todo ministerio, el M.D.M. es un instrumento de Dios para edificar a la iglesia. Por eso debe ser discernido, cuidado y pastoreado. Los hermanos y hermanas que forman un M.D.M. son personas que:
• Se han encontrado con Dios.
• Se ha convertido a Él.
• Conocen, leen y escuchan la Palabra de Dios.
• Dan testimonio con su vida, en una relación con Dios a través de la oración y en relaciones fraternas con los demás.
• Son y se sienten, Iglesia, unidos a sus Pastores y en conformidad con su doctrina.
• Han sido llamadas por el Señor a servirle en este ministerio.
Todas estas condiciones son necesarias aunque algunas, aparentemente, nada tenga que ver con la música. No es preciso, sin embargo, ser joven, tener una gran voz, saber tocar la guitarra. Todas estas cosas, buenas o indiferentes de por sí, no cualifican necesariamente para formar parte de un M.D.M. Lo fundamental, como en toda vocación, en todo servicio al Señor, es su llamada y mi respuesta.
Hay personas a las que Dios llama a este servicio y se resisten a ello. Por miedo a comprometerse, no crecen espiritualmente, sin conocer ni cumplir el plan de Dios para su vida de servicio a la iglesia.
La vivencia espiritual de un M.D.M. es la que lo hará capaz de transmitir el mensaje de Dios con poder y, a su vez, manifestarle a Dios los sentimientos de su pueblo, siempre movidos por el Espíritu Santo.
Todo ministerio es como una pequeña comunidad. Y así debe crecer: como una pequeña comunidad que canta y hace cantar a la Iglesia de Dios. Una comunidad unida que edifica la unidad del cuerpo de Cristo. Los hermanos y hermanas de un M.D.M. desarrollan por tanto, un mutuo ministerio, animándose, exhortándose, apoyándose y consolándose los unos a los otros, de modo que el ministerio se convierta en un lugar de comunión dentro de la iglesia.

Ilustración: Se puede comparar el M.D.M con un puente: Un buen puente, sería un medio de unión, de acercamiento y de comunicación de Dios al hombre y del hombre a Dios. Cuando un puente funciona como debe, los pasos del hombre son más seguros. Cuando un ministerio de música funciona bien, la asamblea camina con más seguridad. Un mal puente: Es el caso del hombre que construye su casa (servicio) sobre arena (Luc 6:48-49. Este servicio se torna débil e incluso peligroso. El ministerio no proyecta a Dios, se proyecta a sí mismo. El pueblo no llega a Dios tan fácilmente, se queda en el puente, porque le faltan piezas tan fundamentales como humildad, sometimiento, discernimiento, oración, vida santa. No hay puente (no hay ministerio), el hombre sí puede entrar en comunicación con Dios sin la ayuda de la música y del canto, pero el camino de la iglesia es más laborioso y difícil, al no utilizar este puente tan accesible.
El mensaje que un M.D.M. da, tanto a los cristianos como a "los de fuera", depende en gran parte de su expresividad, es decir, de la manera en la que sus miembros manifiestan su autenticidad de oración y de vida, en cómo viven el canto y lo expresan con su cara, sus gestos, con toda su actitud corporal.
Un M.D.M. tiene que transmitir la Verdad. Por ello, cada nuevo canto ha de ser meditado. Hecho de cada uno, orado para luego ser cantado por todos con plena convicción. Un punto fundamental es velar por la unidad del M.D.M. La verdadera unidad, la comunión profunda, no es automática. Es un regalo de Dios, que debe ser preservado contra los ataques del enemigo.

No hay nada más natural o sea, propio de nuestra naturaleza pecadora, que las rivalidades, los celos, los resentimientos, que surgen porque no hemos sido valorados como nos merecemos, porque nuestra opinión no ha sido tenida en cuenta, porque no se consideran nuestros dones y cualidades. Después se canta como si nada hubiera pasado, como si formásemos un ministerio unido pero en forma secular.
Ahora, la corriente de Gracia no pasa. El Espíritu Santo no puede usar libremente un ministerio de música, si hay barreras entre las personas que lo forman. Llegado el caso, si hay un conflicto latente que no ha sido resuelto, es mejor dedicarse a orar en lugar de ensayar, cantar y tocar. Cuando hayamos confesado nuestras fallas, pedido perdón y perdonado, recuperando la comunión en Jesús, cantaremos y tocaremos con verdadero gozo en el Espíritu Santo, Espíritu de Amor, de Unidad y de Perdón.
La riqueza de éste Espíritu es infinita. Él es el siempre nuevo, el que "hace nuevas todas las cosas". Sus manifestaciones son multiformes, sorprendentes, y no las podemos reducir a nuestros esquemas y clasificaciones.

Podríamos hablar de un don de música en sentido general, como el don de experimentar y transmitir por medio del canto y la música, la acción del Espíritu. Pero si profundizamos más, vemos que Aquel que es Señor y dador de Vida, capacita a un M.D.M. con herramientas muy variadas, todas necesarias y complementarias. Unas son cualidades o facultades naturales potenciadas y transformadas por su acción, y otras son toda una sorpresa. Por eso es mejor hablar en plural, sobre dones para la música y el canto.
1ª Cor 12:4 "…Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu".
1ªCor 12:7 "Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”.
1ª Cor 12:19 "Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?”.
A cada miembro de un M.D.M. se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. Y así, por obra del mismo y único Espíritu, uno recibe el don de exhortar y animar; otro el don de profecía y palabra inspirada a través del canto. Éste recibe el don de discernir; aquél el de interceder. A unos, este mismo Espíritu les da don de salmodiar y cantar bajo su inspiración. Otro recibe del Espíritu el don de dirigir.
El que discierne no puede decir al que salmodia, “No te necesito”. El que dirige no puede decir al que profetiza a través del canto, “No me haces falta”. Un M.D.M. no es un coro que se valore por el número de voces, ni un conjunto musical, que se mida por la variedad de sus instrumentos. Son los dones, los que marcan la diferencia. Estas herramientas santas que Dios pone en nuestras manos (débiles y pecadoras), son con lo que verdaderamente el Señor "construye la casa" y "guarda la ciudad".
La música y el canto están al servicio de la oración. El M.D.M. está al servicio del cuerpo, de la iglesia y por tanto, unido a la cabeza y sometido a aquellos que el Señor, ha puesto como pastores y ministros en el nombre de Jesús POR MEDIO DEL ESPIRITU SANTO.

El M.D.M. está siempre bajo la autoridad de quien dirige la alabanza. Y desde esa unidad con los que dirigen, guía a la iglesia con el canto. De ahí la importancia de que M.D.M y dirigentes oren juntos antes, de que los responsables ejerzan sin temor su ministerio, y de que el M.D.M. obedezca con amor.
Para que un M.D.M. pueda ser canal del Espíritu, tiene que estar desatascado y limpio. Cada uno de sus miembros tiene que llevar una vida digna del llamamiento que ha recibido. Vida de oración diaria, de lectura de la Palabra de Dios que es la Biblia, meditación en la misma, hacer actividades para el Señor y tener fe en todas las actitudes que se tienen para servir con fe y devoción. ¡Vivir en la Gracia de Dios, para ser canales que la dejen correr!
Por lo tanto es fundamental, que todo M.D.M. ore con verdadera humildad, fe, esperanza, así como con intercesión para que sean tocados los hermanos de la iglesia, y solo sea de honra y gloria para Nuestro Omnipotente Dios, antes de servir. Esta oración debe de ser conforme al servicio que se va a prestar. Orar con corazón contrito y humillado, sometiendo al Señorío de Jesús todo pecado, herida, problema o división. Adorar y entregarse, dejar a Dios ser Dios. Así podremos fluir con gozo y gratitud.
La Iglesia debe orar para que Dios conceda sus dones para la música y el canto, y levante muchos M.D.M. dispuestos a servirle más. Si el Señor nos regala ministerios de Música ungidos, no es para que el resto de la iglesia se calle. La música es algo de todos, nada puede sustituir al canto en común. Mientras toda esta renovación de la música y el canto, por muchas y buenas que sean sus aportaciones y novedades, se quede al margen de la vida normal de los grupos, comunidades, asambleas y celebraciones, no conseguirá su verdadero propósito.
El propósito de Dios es siempre el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, su edificación y su expresión. Sólo el Cuerpo de Cristo da sentido a un M.D.M.

Israel es el pueblo de Dios. De forma natural los israelitas cantaban para Dios y el primer objetivo de su música, era aclamarlo y glorificarlo, Sal 29 y 47. De las más de quinientas citas en las que se menciona la música en el AT, nueve de cada diez, se refieren a cantar o tocar para Dios, dándole Gloria.
Preguntas: ¿Formas tú parte de ése pueblo dichoso? ¿Conoces la aclamación? ¿Por qué "cantamos" en lugar de "decirle" a Dios nuestros sentimientos de regocijo y agradecimiento?
Cuando hablo, esencialmente es mi inteligencia la que funciona. Con mi razón puedo identificarme con las palabras de un Salmo, e incluso repetirlas porque reflejan mi forma de pensar. Pero cuando las canto, una parte más profunda de mi personalidad entra en juego. Mis sentimientos, mi cuerpo, todo mi ser, se involucra en la aclamación a Dios. La música subraya cada una de las palabras, las amplifica, las graba en nuestros corazones y mueve nuestras zonas más profundas, impulsándolas hacia Dios. La música moviliza tanto nuestro subconsciente como nuestro cuerpo.

Si un cristiano real nunca tiene deseos de cantar, ni siquiera en su corazón, ¿No es esto, una señal de que algo no va bien en su vida? Pablo señala el canto como una primera manifestación de la plenitud del Espíritu y al mismo tiempo, como un medio para aumentar esa llenura de Dios (Efesios 5:19).
Decía Jesús en Mt 12:34: "…De la abundancia del corazón habla la boca". Si no tenemos nunca un canto en nuestra boca, es que hay un vacío en el corazón. De lo contrario, ¿Cómo no aclamar a nuestro Dios, cómo no gritarle alguna vez la alegría que sentimos al pertenecerle? Si hay cantos en abundancia, cantar a Dios tiene la facultad maravillosa de llenar aún más, nuestro corazón. Cuando seguimos a Dios, no hay lugar para las palabras; sólo para los Aleluyas, los gloria a Dios Todopoderoso.
Sal 32:11 dice "Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón"
Pregunta: ¿Qué es "aclamar"? ¿Cómo hemos de aclamar a Dios? ¿Ve ud cómo reaccionan, como actúan, los hinchas de un equipo de futbol, ante la fugaz victoria de sus jugadores?
La victoria de Jesucristo, Único Dios Vivo y Verdadero, debe ser aclamada más que todas las victorias de los hombres. Así nos lo dice la Palabra en el Sal 33:2-3 "Aclamad a Jehová con arpa; cantadle con salterio y decacordio. 3 Cantadle cántico nuevo; hacedlo bien, tañendo con júbilo”. En medio de nosotros, el Señor también juega un partido definitivo. Sabemos quién es su enemigo. Y conocemos de quién es la victoria. El triunfador, el goleador victorioso, ¡Es el Cordero de Dios, nuestro Señor y Salvador Jesucristo!
Nuestras iglesias, todas nuestras reuniones, seamos cinco, cincuenta o cinco mil, harán bien en asemejarse más a un estadio de fútbol donde se juega la final. En realidad, es bien sencillo; sólo hemos de alterar el orden de las letras en la palabra, y en lugar de iGOL! , gritar iGLORIA! con entusiasmo desbordante, con todo el ser, a pleno pulmón, corazón, estómago, brazos y piernas. ¡Hasta que se caigan los techos! Y los techos de nuestra indiferencia, orgullo, complejos, apariencias e intelectualismos.
Que nadie crea que esto son modernidades carismáticas. La aclamación al Señor, era una realidad constante en las celebraciones del pueblo de Israel. Con toda normalidad, el Señor era aclamado cómo "Héroe Victorioso".

El Salmo 29, después de exhortar a los hijos de Dios a aclamar su gloria y su poder, nos describe la respuesta del pueblo Sal 29:9: "En su templo todo proclama su ¡GLORIA!". Dice "TEMPLO", no estadio o cancha de futbol. Tenemos que reforzar estructuras y techos de nuestras Iglesias, a fin de que resistan las vibraciones y estruendos que han de venir. Entre nosotros, los cristianos, la aclamación ha quedado reducida a fórmulas como el "amén" o el " aleluya". Cuando el cristiano contempla la Resurrección de Jesucristo, se siente llevado por el Espíritu a reconocer su Señorío y a expresar su admiración en palabras, en cantos, en risas, en sílabas entrecortadas, en aplausos, en gritos, en silencios, en lágrimas, según Dios da a cada uno. Lo básico no es lo que se dice, sino el amor y la adoración que brotan del corazón.
2ªRey 3:11-12 y 15 "Mas Josafat dijo: ¿No hay aquí profeta de Jehová, para que consultemos a Jehová por medio de él? Y uno de los siervos del rey de Israel respondió y dijo: "Aquí está Eliseo, hijo de Safat, que servía a Elías. 12 Y Josafat dijo: Este tendrá palabra de Jehová. Y descendieron a él el rey de Israel, y Josafat, y el rey de Edom. (Dijo Eliseo), 15 Mas ahora traedme un tañedor. Y mientras el tañedor tocaba, la mano de Jehová vino sobre Eliseo".

La música no ocupa el lugar que le corresponde en las celebraciones ni en la vida de la Iglesia, fundamentalmente por una razón: “falta verdadero discernimiento espiritual”. Todas las personas que han sido puestas por el Señor para pastorear en su nombre, tienen una misión muy concreta: conocer los caminos del Espíritu, en cada momento y situación, y guiarnos por ellos. A esto se le llama visión. Los pastores, los superiores, los dirigentes de una iglesia han de ser, ante todo, hombres y mujeres de visión.
Para ser hombres y mujeres de visión se necesita, en primer lugar, que el Señor regale el don de discernimiento. Además tenemos que conocer la acción del Espíritu a través de los dones. Esto significa formación, por un lado y discernimiento espiritual, por otro.

Ahora bien, hermano responsable, ¿Tienes formación suficiente sobre el ministerio de música? ¿Tienes, como Elíseo, discernimiento espiritual y experiencia en éste ámbito? Nunca se nos ha enseñado el valor de la música en la Biblia, ni tampoco su función en la vida del cristiano y en la vida de la Iglesia.
Normalmente, los responsables, que tienen otras muchas cosas importantes de las que ocuparse, no ven por qué razón, deberían perder su tiempo en una cosa tan accesoria como la música. Desde la perspectiva de la palabra de Dios y de la Tradición de la Iglesia, debemos cambiar nuestros esquemas, desterrar muchas concepciones falsas y empezar a conocer lo que verdaderamente es y no es, la música ungida por el Espíritu Santo.
a) El canto y la música no son tapagujeros ni elementos de animación. Son oración, adoración, puente, manifestación de Dios.
b) No es cierta la igualdad música = jóvenes. Los dones para la música y el canto son dones del Espíritu, que los derrama "sobre toda carne". Dios da lo que quiere, a quien quiere y como quiere.
c) Tocar instrumentos, tener buena voz o saber música, no significan más que una predisposición. No cualifican de por sí, para este ministerio. Como en cualquier otro ministerio, lo fundamental es la llamada del Señor y nuestra respuesta de conversión y entrega. La unción no es un elemento estético, sino espiritual. No puede aprenderse en ningún conservatorio. Los que cantan y tocan para el Señor, deben primero, escucharlo mucho, adorarlo en su Cuerpo y su Sangre, ayunar y vivir en santidad.
d) La música no debe ser el rótulo luminoso de una oración o el fuego de artificio de una liturgia, sino el abono que poco a poco, va aumentando el fruto de la iglesia. Igual que todo don, no es plenamente verdadero hasta que no es humillado y purificado. Por ello, es inútil y peligroso consentir y mimar a los "músicos" y "cantantes" para que no se vayan de la Iglesia o del grupo. El sometimiento es la clave del crecimiento.
e) El canto es algo consagrado a Dios. Podemos, y a menudo lo hacemos, profanar un canto. ¿Cómo? Cantando al Señor por el simple placer de cantar, por desahogarnos, cantando mecánicamente, sin pensar en la letra. Es decir, cantando un canto a Dios como un canto profano. Algunas personas incluso, son capaces de charlar con las de al lado, mientras la iglesia canta. ¿Se atreverían a hacerlo cuando alguien está orando? Los cantos son oraciones cantadas, palabras realzadas por una melodía. A fuerza de cantarlos, muchas veces pueden perder poco a poco su significado. Por eso es bueno, en ocasiones no cantar y escuchar e interiorizar el texto en silencio.
f) "La Palabra hecha canto, nos da la capacidad de retener las verdades bíblicas. Toda la inspiración melódica cristiana, inspiración del Espíritu Santo, se pone al servicio de la Palabra. Y cantando con la unción del Espíritu un texto del Evangelio, un himno, un Salmo o un cántico de Isaías, el Señor actúa con poder y su Palabra hace lo que dice, convierte, libera, transforma, sana. La música pone alas a la Palabra y se convierte en un arma de luz y verdad, que vence las tinieblas.
Mediante la palabra hecha canto, el poder del Espíritu Santo, se abre camino para actuar en el corazón que lo necesita y lo busca. Así se refuerza el poder evangelizador de la palabra.
g) La música y el canto actúan como lo que podríamos llamar un "catalizador espiritual". En química, un catalizador es una sustancia en presencia de la cual otras reaccionan, es decir, se combinan con mayor facilidad y rapidez. De modo semejante, la música ungida por el Espíritu, potencia otras manifestaciones del mismo y único Espíritu, como la profecía, la palabra inspirada, la sanidad interior. Algunas veces el canto prepara, limpia, crea un silencio profundo en la iglesia, para que el Señor pueda ser escuchado. Otras es el mismo canto el que contiene el mensaje profético, la Palabra del Señor. El canto también es usado por el Señor para tocar nuestros corazones, para derramar su amor en heridas que, a veces, ni siquiera conocemos pero que nos oprimen interiormente. Y así el Espíritu entra en lo más profundo de nosotros y nos sana interiormente, utilizando la música para llevarnos a la conversión, la reconciliación, la sanación y a la paz.
Quien no haya vivido todo esto, no podrá apreciar como es debido los dones del espíritu. Sólo cuando se tiene experiencia del modo como el Espíritu Santo actúa en muchas ocasiones, se puede empezar a reconocerlo y apreciarlo.
Los pastores, los responsables, deben conocer y discernir la acción del Espíritu y de todas sus manifestaciones, de modo que en la iglesia, cada uno ponga al servicio de los demás, el don que ha recibido" (1ª Ped 4:10). De lo contrario, la Iglesia estará sentada y pobre, sobre una riquísima mina de dones que desconoce por completo. Y si en una iglesia sólo actúan los dirigentes y no todos los miembros, habrá que preguntarse seriamente si, al renunciar a los dones, no se ha renunciado también al Espíritu.
El don supremo es el amor. Y todo don es para la unidad y el crecimiento del cuerpo de Cristo, la iglesia. La música y el canto son servidores y constructores de unidad o no son nada. Es una gran responsabilidad de los pastores velar porque todo sirva para la edificación. El ministerio de música está al servicio de la iglesia, pero si la iglesia no canta, si no se mete en el río de la música y se empapa bien, el ministerio no está cumpliendo su función. Como todo ministerio, ha de morir para dar vida. Evitemos dar privilegios a un determinado estilo de música.
Si somos capaces de alternar y armonizar lo "clásico" con lo "moderno", los distintos miembros de la asamblea podrán expresarse e integrarse mejor en el canto. Sin que se den cuenta, irán ampliando sus horizontes, su sensibilidad musical. Y empezarán a apreciar lo bueno, lo tocado por el Espíritu, independientemente de que sea nuevo o antiguo. En este sentido, el responsable de la música se parece al padre de familia del cual nos habla Jesús "que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas". (Mt 13:52).
h) En toda reunión debe existir un equilibrio entre la palabra, el canto y el silencio. Es verdad, el silencio da sentido y valor al canto y a la palabra. El silencio es, por un lado, un momento específico de la celebración, pero por otro, es también una cualidad de la celebración, una realidad espiritual, en donde la palabra y la música, encuentran un ambiente propicio y eficaz. De la misma manera que el silencio marca el ritmo de la música y hace brotar un nuevo movimiento, así en la oración, el silencio es como un regulador que aparece como fruto de la palabra y el canto. Un silencio ha de valorarse más por su intensidad, que por su duración.
¡Cuidado, con usar el canto como una respiración asistida, como un llena silencios! Avivar artificialmente a una congregación, a la que el Señor llama a escuchar, es una decisión equivocada, guiada por inclinaciones humanas, no por verdadero discernimiento espiritual. Hay momentos en los que el canto sí, debe irrumpir con decisión en un grupo centrado en sí mismo o disperso, para disparar y sostener la alabanza. Hay momentos de verdadera exultación, de aclamar, gritar al Señor, bailar para Él. Y la música ha de estar ahí hasta que se caigan los techos. Pero hay otros momentos en los que los músicos y las voces deben callar. La música prepara el silencio, en el que Dios habla y actúa.
Quienes han recibido de Dios el don de pastorear a otros, no deben permanecer en la ignorancia o la verdad a medias. A ellos, antes que a nadie, les dice Pablo en 1ªCor 12:1:
"No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales". Refiriéndonos a la música y al canto, podemos decir que la variedad de dones y la abundancia con que el Espíritu Santo los está comunicando en todas partes, nos muestra que son importantes para el crecimiento de la Iglesia y que no podemos mirarlos con indiferencia. Necesitamos conocer su significado y sus fines, para no caer en exageraciones y saber usarlos y discernirlos su autenticidad.
El Señor nos ha hecho "colaboradores suyos" (1ª Cor 3,9). La música es un don de Dios, ¿Por qué reservar a unos pocos privilegiados, el improvisar y componer cantos para el Señor? No se trata de componer cantos para otros, sino en primer lugar, de cantar en tu corazón para Dios y después, ¿por qué no?, a pleno pulmón en medio del campo o mientras vas conduciendo.
Todos podemos improvisar una melodía para ofrecérsela a Dios. Empieza partiendo de cómo te encuentres, del sentimiento que tengas: admiración, gozo tristeza, alabanza, angustia, paz. Expresar un sentimiento lo potencia, lo afina. En algunas ocasiones, al expresarlo, nos liberamos de ese sentimiento. Toma como modelo a los salmistas, que decían a Dios todo lo que les pasaba interiormente, tanto si era la amargura, rebeldía o incomprensión, se liberaban de ellas cuando las expresaban. ¡Déjate llevar por esta necesidad de expresarlo y encuentra en ti mismo, las notas que mejor correspondan a lo que llena tu corazón!
Si desafinas, no te preocupes. Tampoco si la canción tiene reminiscencias de otras melodías, estás cantando en comunión con la Iglesia de Cristo. No importa que lo que acabas de cantar pronto se te olvide, Dios no lo olvidará nunca, Él lo ha registrado. Todo esto se va desarrollando y cultivando. Si superas la primera duda y dejas que tu corazón se lance a cantar, irás descubriendo como, en muchos momentos, la música puede expresar lo que hay en tu interior, en la libertad del Espíritu al corazón de Dios.
Dios nos dice que hemos sido creados para su alabanza y que el pueblo que Él ha formado, proclamará sus alabanzas (Is 43:7; Is 43:21; Efes 1:14). Alabar es lo que haremos durante toda la eternidad (Apoc 5:9-13). El canto implica a todo nuestro ser (Espíritu, Alma y Cuerpo) en la alabanza. Es un medio excepcional para desconectamos de nuestro propio mundo (nuestros pensamientos y preocupaciones) y centrarnos sólo en el Señor.

Con frecuencia somos egocéntricos incluso en nuestras oraciones; volvemos a lo nuestro una y otra vez. El verdadero canto de alabanza, dirige nuestra atención sólo hacia Dios. A condición, claro, de que vivamos el canto, de que cantemos con toda la mente y todo el corazón. En Pentecostés los Apóstoles "proclamaban las maravillas de Dios", Hch 2,11). Magnificaban a Dios, o sea, hacían grande su nombre. Llena del Espíritu Santo, la primitiva Iglesia prorrumpía en himnos y cánticos inspirados.

Este cantar alabanzas a Dios y proclamar su gloria, que comienza en Pentecostés, es heredado por la liturgia de la Iglesia, conservado especialmente en sus doxologías. Y es sólo un anticipo de lo que ya vive la Iglesia triunfante (Apoc 14:3).

Alabar a Dios es más una actividad del corazón que de los labios. Las palabras que utilizamos para alabar al Señor en realidad, son parecidas a las que se usan en los anuncios publicitarios: "Bueno, excelente, maravilloso, extraordinario, etc. Las palabras que podamos pronunciar los hombres, no son nada, ante la inmensidad del Creador, cualquier lenguaje humano es incapaz de expresar al Dios infinito. Ante nuestra incapacidad de expresar a Dios, nos entregamos con el canto como si fuésemos flautas que suenan sólo cuando pasa por ellas, el viento del Espíritu.

El Espíritu Santo es quien alaba en nosotros a Dios, al Soberano, al Padre, al Cordero. "Es el Espíritu Santo (decía un cristiano de la Edad Media) quien dispone nuestros corazones para la alabanza; él forma en nuestras lenguas los sonidos del canto sagrado".
Este es el misterio del canto de alabanza, el espíritu del hombre animado, tocado, soplado, por el Espíritu de Dios. Nuestra música de alabanza y adoración se asemejará así a un iceberg; lo que aparece sobre el agua (lo que se oye), ha de ser sólo la octava parte de lo que está sumergido (lo que vibra en el corazón).
El Señor se complace en la alabanza de su pueblo. Y la voz de su esposa, la Iglesia, le parece dulce como "un panal de miel" (Cant. 4:11). Nuestra voz ha de subir a Él como incienso (Sal. 141:2), que brota a medida que el Espíritu de amor mueve el incensario, que es nuestro corazón. ¡Ofrezcamos a Dios el sacrificio de alabanza, el fruto de los labios que confiesan su nombre!” (Heb 13:15).
¡Alabemos al Señor con todas las lenguas del mundo, con todos los instrumentos de la orquesta, con todas las voces de la creación, con todos los afectos del corazón!

La danza

En el Salmo 149-150 y varios más, dice que alabemos su nombre con danzas e instrumentos y que seamos fieles a su palabra. El ministerio de la danza es muy antiguo y además es parte del hombre mismo.
La biblia nos cuenta que Miriam en el mar rojo, en la batalla de Jericó, el rey Saúl, el rey David y varios sucesores más, que danzaron con toda su fuerza, vigor, gozo y alegría delante de Jehová, Jesús y el Espíritu Santo. Porque para ellos son la victoria, la exaltación, gloria, alabanza, regocijo, gratitud, majestuosidad y amor.

Además de la adoración que se desborda, a nuestro Rey el que todo se merece, cuando se danza hay liberación, ministración, profecía, amor alabanza y adoración; a Adonay, Yahveh, el Shadai, Jehová de los ejércitos.

Cabe destacar que nuestros ministerios, no son nuestros, no son del ser humano, son de nuestro Dios Todopoderoso. Debemos profundizar en la Biblia más y más y recordar que Dios está restaurando las cosas en su iglesia. Y la adoración es lo primero, ya que a través de ella, es que reconocemos que solo hay un Dios, que es el Rey y Señor y que todas las cosas son de Él.

Dios les bendiga , espero que este estudio haya sido de bendición para sus vidas.



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@pdc, Yes, we can serve Spirituality with the help of Music and Singing. Stay blessed.

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Amen, thank you for your comment, God bless you.

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