Noé en el Arca | Relato corto |

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Foto original de: Pexels | Riki Risnandar

La enorme compuerta metálica se abrió frente a nosotros. Al otro lado una docena de soldados armados, seis a cada lado, custodiaban desde unas plataformas a lo alto. Uno de ellos portaba un rifle de francotirador, algo inusual al no estar en campo abierto. Aquello me generó incomodidad, y la doctora se percató.

—¿Está todo bien, Pol?

—Me preguntaba... por qué el Estado gasta nuestros impuestos en financiar el mantenimiento de instalaciones tan innecesariamente grandes —ella dejó entrever una sonrisa.

—No es innecesario, necesitamos todo el espacio posible, el Complejo Arca 01 o, como le decimos, "el Arca", es el seno de los estudios más importantes de la nación. Acá nacen proyectos que podrían...

—Revolucionar —me adelanté —. Todos quieren revolucionar algo, doctora, la mayoría fantasea con ser ser revolucionario, pero en mi experiencia la mayoría de las cosas que otros venden como "revolución" no son más que copias baratas de algo que ya existe, y rara vez funcionan.

—Tiene usted un sentido del humor muy extraño, Pol. Al menos puedo garantizarle que esto no es barato. Como podrá ver no escatimamos en gastos.

Tenía razón en eso, solo en las vías de monorrieles y la estructura que conocía hasta ese punto de seguro habían desembolsado varios millones.

—Salvas al mundo creando una vacuna contra el cáncer. Eso sí sería una revolución —comenté, intentaba no prestar atención al número de uniformados con armamento pesado que aumentaba a medida que avanzabamos.

—Respóndame algo, Pol. ¿Si está tan en desacuerdo con la ciencia, por qué aceptó este trabajo?

—Fui un soldado, como esos jóvenes que cargan fusiles allá arriba, después formé parte de la policía militar, servir al bien de mi nación ha sido mi vida entera; y siempre serviré, doctora...

—Mariam —estrechamos manos —. Es usted alguien muy particular, Francisco Pol.

Justo después llegamos a nuestro destino, Noé resaltaba en rojo, impreso en la gris pared sobre la puerta. Un sujeto nos recibió, este no era militar, la bata lo delataba como otro doctor. Saludó a Mariam con mucha efusividad y posteriormente me saludó con una emoción similar. Me dijo su nombre, pero lo olvidé. Caminamos, al adentrarnos pregunté qué era Noé, el doctor respondió que pronto lo sabría.

—Dígame, señor Pol —al escucharle sentía pena por ese hombre, su voz tan tenue daba la impresión de que en cualquier momento se escaparía su última bocanada de oxígeno —, ¿firmó el acuerdo de confidencialidad?

—Sí. Antes de entrar —ambos se quedaron mirándome por un rato, sacaron unas tarjetas de sus bolsillo y las pasaron en simultáneo por dos terminales a los costados de la entrada a la habitación principal.

Frente a nosotros, en medio de la sala, un cristal recubría una sala en forma circular, en ella había una cama, un pequeño televisor, un baño y una alfombra con bloques de juguete y un cubo rubik, con los cuales un niño, de no más de ocho años, jugaba. Él se levantó en cuanto llegamos y apoyó sus pequeñas manos contra el vidrio. Mariam se acercó e imitó el gesto.

—¿Qué carajo es esto? —pregunté. Me enojó ver al niño encerrado como un ratón de laboratorio.

—Él es Noé, tiene una habilidad única en el mundo —respondió Mariam —. Gracias a él hemos logrado grandes avances.

—¿Habilidad?

El doctor cogió un control remoto y encendió la TV, transmitían un partido de fútbol, luego caminó hasta un micrófono conectado al interior del vidrio.

—Noé, ¿puedes decirnos qué pasará? —el chico dejó de jugar, se levantó y puso su atención en el partido.

—Pobre hombre —susurró, a duras penas alcancé a escucharlo. La habitación estaba llena de micrófonos —. El número cuatro de los rojos pateará al número seis de los grises. Parece algo grave, él...

—¿Es esto alguna clase de broma? —intervine, no terminé de escuchar lo que decía el niño.

—Solo espere —dijo Mariam.

Uno de los jugadores, el número seis, recibió una falta por el número cuatro del equipo contrario. Las cámaras enfocaron justo cuando el hombre en cuestión sostenía su gelatinosa pierna. Probablemente había sufrido una ruptura de fémur. «Esto no es en vivo —pensé —, simplemente está grabado».

—Francisco —dijo el niño —. Te esperaba. Llevo mucho tiempo esperándote.

—¿Estas personas te dijeron mi nombre?

—No. Tú lo hiciste —comencé a sentirme mareado, era una sensación extraña —, o.. bueno... lo harás, más bien, lo harías.

Un silencio que pareció eterno se apoderó de la sala al tiempo que un escalofrío recorrió mi espalda. El niño siguió:

—Te necesito... no... te necesitaré.

 

XXX

¡Gracias por leerme!

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Hola @pavonj,

Como acostumbras, nos presentas una cautivadora historia breve, que deja al lector en la expectativa del desenlace. Creo que es digna para una secuela, por lo demás necesaria.

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Gracias por tus palabras, @janaveda. No tenía pensado hacerle una continuación, más bien quería dejar un final así, super abierto. Ahora, quizá la haga. Hay que ponerse a escribir, jaja. ¡Saludos!

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