Un minuto de silencio por el monstruo - Relato

avatar

Un minuto de silencio por el monstruo


photo1465232864974427e6e8b0e54.jpeg

Un minuto de silencio por sus almas, había dicho el padre en la misa. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, la frase seguía merodeando por su mente. Seguía escuchando la voz grave y pausada del cura cuando dobló una esquina y se detuvo abruptamente. Algo en el suelo había capturado su atención, casi demasiado tarde. Había estado a punto de aplastarlo con la suela de sus zapatos.

Cuando enfocó la mirada en la cosa negra que yacía sobre el suelo, el estómago le dio un vuelco. Era un ave ensangrentada. O lo que quedaba de ella. Sintió que el suelo se estaba tambaleando a sus pies y que su consciencia se quería esfumar de su cuerpo. Sintió la necesidad de aferrarse a una pared, respirar profundo para seguir funcionando, clavarse al suelo como un ancla para evitar ser arrastrado por el viento que lo llevaría al valle de la inconsciencia, porque, ¿Qué sería de él si su cuerpo se quedaba tendido a merced de quién sabe qué carnicero hambriento de vidas? Pero no ahí. No cerca del pequeño cuerpo del ave.

Con la precaria fuerza que consiguió reunir, caminó unos cuantos pasos y se sentó en una acera esperando que el malestar se le pasara. No pudo evitar recordar que así había empezado todo, aquella cadena de asesinatos que mantenía horrorizada a una ciudad entera.

Al principio se habían encontrado animales descuartizados en la calle, lo que nadie imaginaba era que se trataba de un preámbulo de lo que sucedería después. Lo que siguió fueron los cuerpos, los cuerpos humanos despojados de la vida de una forma brutal, capaz de hacer temblar el hilo de la sensibilidad a cualquiera, hasta a la más fría y acostumbrada persona.

El pánico fue en aumento paulatinamente. Ya no solo se trataba de un asesinato cada tantos días, sino que la cifra iba en aumento y de forma diaria. Lo que se podría esperar en estos casos es que se descubra rápido al culpable, nadie podía matar tanto sin dejar huellas, pero no. El rostro del asesino seguía anónimo.

Pobre quien hiciera esos descubrimientos, pobre quien se atreviera a imaginarlos. Pobre quien conociera a la o las víctimas, pobre quien cayera en las manos despiadadas del asesino.

Un minuto de silencio por sus almas: y el rostro de su hermana apareció por su mente queriendo pero sin poder evitarlo. Ya no como intentó recordarla en la iglesia, sonriente, malhumorada, bromista, juguetona, viva, sino como un amasijo de carne tirado en la carretera.

Sin darse cuenta, empezó a emitir quejidos y un temblor incontrolable se apoderó de sus manos. Se abrazó las rodillas con fuerza, como temiendo que se fueran hacia algún lado sin su permiso y dejó que las lágrimas amargas le cayeran sobre el rostro y las piernas. El dolor era tan insoportable que casi podía palparlo, ¿cómo se le preparaba a una persona para soportar la ausencia del ser amado, arrebatado por los brazos de la muerte? Un minuto de silencio por sus almas, ¿pero qué se le dedica al alma condenada al quebranto de quienes viven ese horror? ¿Cómo salvarse del vacío y el dolor?

Se limpió las lágrimas del rostro y se sorbió la nariz. Mientras hacía la pausa en su trayecto de regreso a casa, las calles se habían ido quedando vacías. Era mentir si decía que no le importaba, pues aunque era dueño de esa sensación de que ya nada puede importar o salir mal provocada por el dolor, lo cierto era que había un velo de inquietud dentro de sí. El ruido de las hojas secas al ser aplastadas lo trajo de vuelta a la realidad y antes de poder darse la vuelta sintió que lo tomaban del hombro. Instintivamente, su corazón empezó a martillear fuerte dentro del pecho.

Pero no, no corría peligro. Se trataba de Marco, su mejor amigo.

—¿Estás bien? —le preguntó, mirándolo directo a los ojos. Sergio no pudo hacer nada más que asentir—. ¿Debo sentarme a tu lado, o nos ponemos en marcha?

—Es lo mejor, ya está oscureciendo —respondió Sergio y se levantó. Mientras se sacudía los pantalones, prosiguió—: aunque sería bueno…

—¿Qué sería bueno? —preguntó Marco, sin saber si Sergio se había detenido abruptamente porque la idea no importaba, o porque volvía a perderse tras sus pensamientos.

—Nada —respondió y empezó a caminar.

—Vamos, puedes contarme.

—Lo sé, sé que puedo contarte —y mientras Marco le pasaba el brazo por encima del hombro, le contó—: sería bueno encontrar a ese cabrón y hacerlo sufrir mucho. En eso pensaba.

Marco se mostró incómodo.

—Es decir, ¿servirte de carnada para vengarte?

—Eso mismo. ¿Qué pasa, no estás de acuerdo?

—Entiendo que estés dolido, Sergio, pero no sé si eso sea…

—¿Dolido? —preguntó, interrumpiéndolo—. No, no estoy dolido. ¡Estoy destrozado! ¿Qué mierda pensarías tú si ese maldito le hace algo así a tu hermana, o a tu madre? ¿No pensarías en encontrar a ese desgraciado y picarlo en pedacitos? ¿Te quedarías sentado tragándote todas las malditas charlas de cómo deberías afrontar el duelo y continuando con tu vida como si nada…?

En esa explosión Sergio se había soltado del brazo de su amigo, que estaba en completo silencio, como temiendo decirle cualquier cosa.

—No sé cómo reaccionaría de estar en tu lugar —admitió—. Solo me preocupo por ti. No quiero que nada malo te suceda.

Ante la confesión, Sergio no respondió y siguió caminando. El frío iba en aumento y una fina llovizna había empezado a caer. El silencio poblaba las calles.

—La policía lo encontrará. Cuando lo haga, se pudrirá en la cárcel. ¿Esa no es una mejor tortura cualquier otra?

—¡La policía, la policía, la policía y una mierda! —gritó Sergio y caminó más rápido. Marco casi tuvo que correr para alcanzarlo.

—¿Qué harás? —preguntó, jadeando. Nunca se le había dado bien la actividad física.

—Nada que te importe. Solo olvídalo.

—No puedo olvidarlo.

—¿Ah, no? —preguntó, deteniéndose en seco. Se miraron a la cara. Sergio pudo ver su propio rostro en los ojos de Marco. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender no le gustaban esos ojos. La punzada de inquietud creció.

—No, ¿cómo voy a…?

—¿Por qué te preocupas tanto, Marco? Acaso tú… ¿Conoces al asesino? —dijo, retándolo con la mirada. La pregunta contenía una acusación disimulada.

—¿Qué mierda estás diciendo? ¿estás insinuando que yo tengo algo que ver con todo esto…? —preguntó, con el ceño fruncido. Sergio no respondió, apresuró más el paso. No quería admitirlo, parecía una locura, pero empezaba a sentir miedo.

Marco lo alcanzó y lo agarró por la mano para hacer que se volviera y le diera la cara. El movimiento fue brusco, algo nada extraño en él. Normalmente era calmado pero cuando se enojaba, no tenía reparos en no controlar su temperamento. Sergio respondió empujándolo, lo cual hizo que Marco cayera en el suelo.

—Estuviste con ella ese día —dijo Marco, con la mirada perdida.

Sergio frunció más el ceño, pero evitó responder. Marco tenía ganas de abalanzarse sobre él y golpearlo, pero se alejó. Se alejó con el rostro inexpresivo de su amigo grabado en su mente. Temía haber cometido un error. Pero quizá temía más haber tenido razón. Cuando escuchó que Marco se levantaba, echó a correr.

El pánico incrementó cuando escuchó que Marco corría tras él. Era cierto que había dicho que quería encontrarse con el culpable, pero jamás había pensado tenerlo cara a cara, y mucho menos sabía qué hacer si se trataba de su mejor amigo. Jamás podría haberlo imaginado, que alguien tan cercano pudiera desenvolverse junto a él y no sospechar nada. Absolutamente nada. ¡Estúpido!

Era cierto, quería venganza, pero en su cuerpo solo habitaba el pánico. Sin pronunciarlas, su cabeza había pensado en tantas preguntas en tan solo un milímetro de segundo. ¿Cómo alguien como Marco podría ser capaz de matar brutalmente y a la vez ser tan amable que no levantaba sospechas? ¿Cómo alguien así pudo haberle hecho eso a su hermana, que la conocía de toda la vida? ¿Qué tipo de mente, trastornos, traumas, poblaban su mente? ¿Qué lo movía? No saber estas respuestas solo hizo crecer su miedo. Siguió corriendo.

Todo esfuerzo de escapar resultaba inútil frente al callejón sin salida a donde se había adentrado. Las paredes estaban mohosas, resbaladizas y manchadas, las nubes espesas ocultaban cualquier atisbo de iluminación. Quizá debería gritar, pensó, tocar a alguna puerta para ver si corro con suerte, pero no lo hizo. Más por cuestión de orgullo que por otra cosa. ¿Ya no había quedado suficientemente en pena al huir así?

Marco recortó la distancia entre ellos y se quedó a escasos metros de Sergio. Este por su parte no se movió. Parecía como si el frío del ambiente se hubiese colado dentro de sí y empezaba a hacer nido en sus entrañas. Eso sentía, una sensación fría.

—¿Por qué…? —fue lo único que preguntó. Aunque hubiese querido hacer miles de preguntas, solo salió esa. Marco sonrió, aunque era una sonrisa sin gracia y sus ojos estaban tristes.

—¿Por qué? Ah, ¿te refieres a por qué mato? —Dijo, haciendo un movimiento repetitivo con la cabeza de asentimiento—. No puedo creer que pienses eso. Que sea yo el asesino. Que haya matado a Roxi.

—¡No digas ese nombre! —gritó Sergio—: En tu boca suena sucio.

Y creyendo que era un cínico, se abalanzó sobre él. Fue fácil tirarlo al suelo y posar sus manos en el delgado cuello de Marco. En un principio intentó liberarse de las manos que apretaban, pero luego sus brazos quedaron tendidos a los lados.

—Yo no maté a Roxi… Roxana. No he matado a nadie —dijo, mientras empezaba a ponerse morado. Sergio lo soltó y se echó atrás. Empezó a llorar descontroladamente, cubriéndose el rostro con las manos. Ya no sabía que era cierto y qué no. Ya no sabía siquiera cómo comportarse, qué hacer, si confiar en su mejor amigo o si esa confianza sería el error cometido por todas las víctimas. Frente a sí, Marco tosía y se incorporaba.

—Sergio… —dijo, pero no en el tono conciliador de antes, había algo extraño en su voz. Algo que hizo que Sergio levantara la mirada y pudiera comprender de qué se trataba. Era miedo. Marco veía hacia donde él estaba y tenía tanto miedo en su mirada que se estaba echando hacia atrás. Señaló con el dedo en su dirección.

Sergio lo miró con los ojos dilatados y se dio la vuelta, en busca de lo que había espantado a Marco, pero no había nada, no había nadie. No obstante, él seguía retrocediendo.

—¿Qué sucede? —preguntó y rápidamente cortó la distancia que los separaba. Alargó la mano para tocarlo, pero Marco pegó un chillido de espanto y se apartó.

Sergio no comprendió hasta que miró la mano que había sido rechazada. Era la garra de una bestia. Bajó la mirada y la posó en un charco que se había empozado en el suelo. Medio humano y medio bestia era el reflejo que le devolvía. Pensó en los animales… Los cuerpos… pensó en Roxi… Oh, en Roxi…

Cuando se acercó a su amigo, pudo verse reflejado también en sus ojos. Por eso había tenido tanto miedo. No era Marco quien lo había asustado, había sido él mismo. Antes de que pudiera pensar, antes de que pudiera odiarse, todo se oscureció y perdió la consciencia.

«Marco Serrano, de diecinueve años de edad, es la siguiente víctima de esta cadena de asesinatos…», rezaba el titular del periódico de esa mañana.

photo1563201193fbcdda379d2e.jpeg


Fuente de las imágenes

1 2 3 4


Había escrito una parte de este relato para un concurso en el que participé hace como un año o más, solo que el límite de palabras era poco y quise editarlo y extenderlo un poco más. Espero lo hayan disfrutado.


0
0
0.000
6 comments
avatar

Colmena-Curie.jpg

¡Felicidades! Esta publicación obtuvo upvote y fue compartido por @la-colmena, un proyecto de Curación Manual para la comunidad hispana de Hive que cuenta con el respaldo de @curie.

Si te gusta el trabajo que hacemos, te invitamos a darle tu voto a este comentario y a votar como testigo por Curie.

Si quieres saber más sobre nuestro proyecto, acompáñanos en Discord: La Colmena.


0
0
0.000