El transporte escolar (relato)

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Cuando los horarios y el tiempo se conjuraron para que mis padres no pudieran llevarme al colegio, cuestiones de adultos que siempre comprometen más tiempo que el que tienen, la solución idónea fue colocarme un transporte escolar.

Confieso que me pareció fabuloso, así no tendría que despertarme tan temprano, ni llegar tan tarde a la hora de mi almuerzo, pero como hay personas que nacen con estrella y otras estrelladas, esto fue peor.

El muy, (impublicable frase), señor del autobús ya desde tiempos atrás tenía una ruta establecida y mi casa se contaba entre las primeras en su recorrido de ida y como es lógico ultima en el de vuelta, mi situación empeoró.

Pasé de bello durmiente a murciélago y de hambriento a damnificado africano, mi reloj biológico aun no acepta tanto castigo y sigue tan confundido como conejo en sombrero de mago, si alguien tuviera una cámara de seguro filmaría conmigo la serie el niño zombie, porque eso parezco de lunes a viernes.

De paso con tantas vueltas llego con hipo de borracho al colegio.

Ya he ido asimilando el martirio y por lo menos hago mis travesuras dentro del transporte.

Sus butacas acolchadas son muy cómodas, más aun cuando mi vecina de asiento es una linda niñita, medio gafa pero atractiva, y con quien platico mucho de vuelta, se llama Susana y su mamá trabaja como Ingeniera en un departamento del gobierno.

El chofer a quien llamamos abuelo, se sabe todas las canciones del mundo, y todos los días nos enseña alguna, por lo que nuestro repertorio musical crece cada día, siempre lo acompaña un joven como de 17 años, quien parece extraterrestre, porque lleva los cabellos peinados hacia arriba y unos audífonos en sus oídos, con los que escucha alguna música rara desde su reproductor de bolsillo, porque hace muecas y se mueve como bailando. Muchos disfrutamos de ese espectáculo extra y hasta le hemos puesto un apodo burlón, le decimos el lunático y suponemos que debe ser nieto del conductor.

Una vez una maestra se fue de cola en el autobús y casi se pone a pegar gritos con las locuras del joven, pero terminó aceptando que cada quien debe vivir su propia vida.

Mi mamá cada vez que llego me pregunta cosas como por ejemplo, que si me trata bien el transportista, que si no conduce a alta velocidad, que si no llego tarde, bla bla bla, pero con el hambre siempre respondo automáticamente que todo está bien, cosa que es cierto, igualmente vive repitiéndome siempre los mismos consejos, como dudando de mi intelectualidad, a veces me aburre, pero creo que lo hace conscientemente antes de mi almuerzo, como una manera de extorsión a cambio de la comida.

Una vez amarramos las trenzas de los zapatos entre si intercambiadas, a uno de los niños y el muy bobo cuando intentó bajarse se enredó y rodó por las escaleras llevándose al lunático, nos reímos mucho pero luego nos asustamos cuando vimos que se había roto la nariz, el abuelo nos perdonó por esa vez y prometió delatarnos si hacíamos algo parecido otra vez, por lo que nos vemos obligados a tremendear de otra forma.

En carnavales, las guerras de pistolas de agua las celebramos en el transporte escolar, así como también nuestros concursos privados y las tertulias infantiles.

Nos hemos acostumbrado a ese interludio entre la casa y el colegio, en el vehículo amarillo y negro que nos regala unas horas extras de camaradería y cuando a mi mama le entran esos remordimientos de conciencia y me propone volver a llevarme digo con énfasis.

-NOOOOO.

Claro en mi caso todo comienza después de media hora cuando dejo mi etapa de Drácula y entro en contacto con la realidad.

Cada día que pasa voy recolectando opiniones infantiles y la mayoría afirma que los horarios escolares son una agresión en contra de nosotros, porque cambian nuestra condición de asnos, palabra empleada por algunos, por la de lechuzas.

Tal vez los verdaderos asnos sean quien los monta en vez del montado.

 
De mi novela "Memorias de Paulito"



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Hola @joseph1965,

El relato hizo trasladarme a la época escolar, donde junto con mis hermanas, con excepción de la menor, pasé una parte de mi niñez, entre el sueño madrugador y la algarabía del retorno llena de vivencias de la escuela. El conductor del transporte, un hombre gruñon, siempre intentaba poner orden y en el gran autobus. De vez en cuando, nuestros padres recibieron quejas por las travesuras infantiles. ¡Que tiempos aquellos!

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