Ausencias En La Catedral Interior -Un trabajo de palabras-

La emigración se instala como enfermedad, como plaga. La gente huye, escapa, busca su sustento en otra parte. El terruño de origen se queda allí como suspendido en el tiempo.

Los que nos quedamos sufrimos las ausencias, el síndrome del nido vacío, las grandes casonas desiertas. Así estas moradas sean pequeñas, se sienten inmensas, vacías.

Al principio, comienzan los paseos nocturnos, cuando el insomnio se impone y la preocupación o la falta de ellos en la casa no nos permite dormir o descansar tranquilamente. El hogar a oscuras se vislumbra como una gran catedral que contiene tantos recuerdos y vida, que ahora sin ellos, es tan diferente. La luz se cuela por las ventanas que asemejan grandes vitrales que en medio del silencio no logran ni siquiera reflejar nuestras facciones.

Cuando la gente se va, es una sensación que nos supera.

Sin embargo, son ciclos, son los ciclos que nos tocó vivir.

I

La noche se asume poderosa y decreta miles de silencios.

Hace días se marcharon porque aquí todos se están yendo.

Las calles van quedando vacías de gente, mínimo es el movimiento.

Y en los hogares el tiempo transcurre solemnemente.

Catedrales con ausencia de risas, de motivos.

A escasos días de la partida forzosa de los seres amados, los hogares, construcciones altivas llenas de energía, se van quedando solas, a oscuras; donde solo los vitrales permiten la entrada de la luz, respiradero de emociones.

Estertores últimos de esperanza.

II

En noches sucesivas, el silencio sigue imperando entre las sombras.

Escasas luces son como momentos de recuerdos que explotan en el alma y la liberan de presiones constantes de llantos rezagados.

Es frágil la manera como vemos el entorno.

Y como vamos deambulando por las noches mientras todos duermen.

Revisando los espacios, tratando de encontrar los recuerdos escondidos detrás de las cortinas y las puertas.

Ya no somos los mismos.

Nos estamos haciendo de madera, cuero sólido, hierro poco reluciente.

Los adioses van dejando esa energía barata, a veces esquiva del que espera.

Es la soledad aplastante que ronda el nido ausente.

Nos ha tocado vivirla, lo sabemos.

Nos perfora las noches con ecos de voces lejanas, fantasmales ecos.

Mientrs afuera, las calles vacías con el resplandor de luminarias olvidadas por las horas.

Adentro, solo luz en los vitrales.

La catedral a oscuras con su ausencia.

III

Al amanecer todo será casi como antes.

Los espacios amplios.

La luz del sol, cual ladrona de distancias, emergiendo entre rendijas y cerraduras.

No, no nos hemos quedado solos.

Nos acompañan miles en de frases, lecciones y recorridos estrechos.

Sobre todo nos queda la satisfacción del trabajo hecho y realizado.

Los hijos ausentes siempre serán símbolo de lo nuestro exportado.
Nuestros valores, el amor sembrado, la calidad de gente.

Y aunque el nido vacío siempre será un hecho lamentable y austero.

Queda esa sensación interior en el pecho.

De lo bien hecho.

De lo correcto.

Sí bien, la catedral hoy está solo a oscuras no está en ruinas; las miradas nocturnas verifican que afuera siempre hay un momento de lucidez que se cuela entre vitrales.

Así, mientras estamos de paseo nocturno se cumplen las verdades.

Los ciclos de vida son un hecho.

La gente llega y se va.

El tiempo se extiende y en cada uno de nosotros se agota.

Los deseos sucumben al misterio de las acciones.

El ser humano siempre existirá en catedrales inmensamente creadas para recibirnos sólo por un tiempo.

Al final

Al final, nos vamos acostumbrando; nos hacemos otro ritmo de vida, otras costumbres. No dejamos, por ninguna circunstancia, de anhelar los encuentros, de extrañarlos; de sentir la necesidad de tocarlos y de olerlos.

Pero nos vamos creando nuevos rumbos y nuevas maneras de vivir.

Al final, la resiliencia se impone; y muy pocos sucumben al misterio de la separación forzada. El ser humano tiene la capacidad de reponerse.

Sin embargo, a veces, es la justificación perfecta para que queden frases de aliento y desaliento; trabajos de palabras que expresen el sentir que la emigración nos deja; así como fotografías de soledades, impresionantes.

Emilio Ríos – Venezuela

@emiliorios

Contenido original.

Todas las fotografías son propias, tomadas con un Smartphone ZTE Blade A3; la principal, editada en Paint.

Barras separadoras:
Pixabay- Skitterphoto

Agradecimiento final editado en Paint de:
Pixabay- madbax