El maestro me enseñó sobre la felicidad.
Dijo que para alcanzarla primero hay que equivocarse
Y sufrir; hay que agonizar y morir de vez en cuando
Porque es así y solo así, que empezarán a valorarse
La simpleza y los desvaríos de la vida.
Una vez le pedí que por favor me ensañara a hablar
Sabiamente, como lo hacían él y los ancianos,
Respondió: solo habla menos y escucha más.
No había un segundo en el cual no le admirase,
Deseaba con el alma ser como ese hombre.
Él, en su desdén hacia los egocéntricos yoístas de la época,
Llegó a decirme: deja a los delirantes perfectos,
Con sus cuerpos y mentes perfectas creer que
Son perfectos y vive pues, como humano.
Mi querido maestro era alguien de pocas palabras
Y a su pensar, no sabía absolutamente nada.
Por mi parte, lo que sé, es que quiero
Ser como el maestro.
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Cantaura, Venezuela 12/01/2021.