Historias en su tinta 035: "Imaginando a Gloria", por bonzopoe

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Era casi medianoche. Juan se había acostado después de cenar ligero un sandwich hecho con desdén con tal de no irse a dormir con el estómago vacío. Llevaba unos minutos bajo las sábanas y comenzaba a lograr la hazaña diaria de dejar de preocuparse por los pendientes del trabajo, y empezar a conciliar el sueño, cuando María, su esposa, se metió a la cama después de acostar a los niños, quienes habían hecho tarea hasta tarde.

Fingió estar dormido, pero María conocía tan bien su respiración que sabía que aún estaba despierto. Pegó su cuerpo al suyo y deslizando una mano por debajo de sus calzoncillos, rodeo su miembro con los dedos y empezó a masturbarlo. Juan suspiro, más resignado que excitado, y pensó en la nueva empleada de la oficina, Gloria, una joven de veinte y tantos años, de figura atlética y hermosa sonrisa. Imaginó que esa mano que lo estimulaba y ese cuerpo que se frotaba al suyo eran de ella y no de su esposa, y logró tener la erección que su mujer deseaba.

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María, otrora la estudiante más deseada del colegio, hacia mucho que se había dedicado a ser madre, luego hija y hermana, y finalmente esposa. Hija de una familia conservadora, apenas tuvo a su primer hijo le avisó a Juan que dejaría el trabajo y se dedicaría al hogar. Y siendo el suyo un matrimonio de clase media que necesitaba ambos sueldos para tener una vida sin preocupaciones económicas, esto obligó a Juan a buscar un segundo empleo para suplir el ingreso que antes proveía el trabajo de María.

No pasó mucho tiempo para que fuera claro que la dinámica familiar había cambiado. María se centró en su hijo, y se descuido a sí misma, a Juan, y a su matrimonio. Lo que se acrecentó más con la llegada de un segundo hijo, en esta ocasión una niña, un par de años después.

Juan, un hombre de clase media, criado en un hogar en que la familia era siempre lo más importante, acabó resignándose a vivir con la madre de sus hijos más que con su esposa, quien era un ser ausente casi siempre, salvo cuando le exigía que cumpliera con sus obligaciones de padre y proveedor, y mucho más eventualmente de esposo, como esa noche.

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Al principio Juan se negaba a satisfacerla, ya no le atraía desde hace mucho, y así como ella había quitado el sexo de la ecuación, el había acabado haciendo lo mismo. Su vida sexual desde hacía muchos años se limitaba a encuentros fortuitos con prostitutas, cuando podía pagarlas, y a masturbarse a solas en el baño.

Sin embargo ante los desplantes de María que le reclamaba que era poco hombre al negarse a complacerla cuando se lo pedía, y el mal trato que recibía después, acabó resignándose a hacerlo para no tener más problemas. Para María era humillante que siendo que los hombres se supone que siempre quieren tener sexo, su propio marido la despreciara cuando tenía esos contados momentos de debilidad carnal.

En una ocasión Juan le planteó el divorcio, argumentando que las cosas entre ellos ya no funcionaban desde hacía mucho. Pero la respuesta de María fue un no definitivo y contundente, acompañado de un: "¡He consagrado mi vida a tí y a mis hijos como para que ahora me salgas con esto, y ay de tí si te llego a descubrir engañándome con otra, porque te dejo en la calle y me llevo a los niños!".

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Para todo mundo María era un esposa excelente, siempre cuidando a sus hijos y su marido, a quien en realidad veía casi como un hijo más, con la diferencia de que este podía complacerla cuando tenía sus esporádicos momentos de debilidad carnal, como ella los llamaba. Y no es que no quisiera a Juan, de hecho lo hacía, y mucho, pero habiendo sido educada en un hogar en el que sexo era algo malo, pecaminoso, simplemente no sabía como tener una vida sexual plena, libre de sentimientos de culpa.

Esa noche María había visto el final de su telenovela favorita mientras sus hijos hacían la tarea, y se había transferido a ella parte de la excitación del final de la historia. Estaba mas que inquieta y esto se tradujo en uno de esos momento en que requería la atención de su marido. Juan, mientras pensaba en Gloria, la joven compañera de la oficina, se encargó de calmar las inquietas ansías de su esposa, no sin sentirse un poco culpable, más por Gloria que por María.

A la mañana siguiente la vida transcurrió como siempre. María se encargó de despertar a los niños y prepararlos para la escuela, y Juan después de llevarlos a esta se dirigió a su trabajo. En la recepción estaba Gloria, saludando a los empleados que iban llegando. Todos le contestaron alegremente el saludo, salvo Juan, que se limitó a sonreír tímidamente, sin mirarla a la cara.

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Gloria, no acostumbrada a que la ignoraran, y en parte también extrañada por la actitud de Juan, pasó a su cubículo a visitarlo más tarde. Durante su visita, la vergüenza, disfrazada de timidez, de Juan, le causó ternura a Gloria y la hizo sentirse extrañamente cómoda y segura con él. Y por su parte, la amabilidad y diligencia de Gloria fueron un bálsamo para Juan, acostumbrado como estaba al trato tosco de su esposa y sus hijos.

Ese día les tocó sentarse juntos a la hora del almuerzo en el comedor de la empresa, y estuvieron charlando como si se conocieran de toda la vida, y como si el destino se empeñara en unirlos, coincidieron nuevamente a la hora de la salida, al momento de checar tarjeta.

Mientras esto sucedía, en su casa María seguía con su vida de siempre como una excelente ama de casa, amada hija, querida hermana, y respetada mujer por todos quienes la conocían, sin siquiera imaginar que su último momento de debilidad carnal estaba por ser causa de un importante cambio en su vida, uno que empezaba a escribirse ese día junto con el prólogo de otra historia: la de Juan y Gloria.


©bonzopoe, 2021.




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