Relato: Conexión (V)

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(Edited)


Parte Uno 


Parte Dos 


Parte Tres 


Parte Cuatro

Fuente de la imagen: Serendipity3864

Corre, fue el primer pensamiento que Clarissa tuvo cuando ella y Lovelace llegaron a tierra firme. Fue la primera acción que ambos llevaron a cabo de inmediato. 

Corriendo estaban ambos en medio de las solitarias calles con seres monstruosos tras ellos. 

La joven quiso mirar para atrás, pero su compañero le dijo que no lo hiciera, pues la atraparían. En un momento dado, un carruaje se detuvo frente a ellos; el conductor, aquél ser bípedo que acompañó a Lovelace durante el enfrentamiento, les abrió la puerta.

-¡Rápido! -exclamó.

Cuando Clarissa subió al carruaje, Hvitserk se trepó en el asiento junto a su amigo.

-¡Vamos! - exclamó.

El licantropo azuzó las riendas y los caballos empezaron a correr velozmente. Hvitserk miró hacia atrás; la horda de vampiros y licántropos estaban dándoles alcance. 

-Parece que tendremos qué pelear -le dijo a su compañero -. ¿Y Lansbury y la otra niña? 

-Tourville se las llevó a las afueras de Londres. La pobre mujer estaba enloquecida, pidiendo a gritos que salvaran a Clarissa. Me imagino que se refiere a la niña que está con nosotros.

-En efecto...

Dicho eso, se trepó al techo del carromato al tiempo en que un licántropo y un vampiro se habían subido por igual. Hvitserk luchó con ambos, dando rienda suelta a la legendaria fuerza de su raza. Mientras tanto, el conductor soltó las riendas y se dirigió a la puerta del carro  a donde se había trepado otro hombre bestia; éste trataba de alcanzar a Clarissa, quien trataba por todos los medios de no dejarse agarrar. 

El conductor le rasguñó el rostro y, sin dificultad, lo hizo caer. 

El carruaje ya estaba encima de uno de los puentes que conectan ambos lados de Londres; al estar los caballos desbocados y sin nadie que los guíe, el carruaje se balanceaba amenazando con perder el equilibrio. La lucha en el techo era caótica; Hvitserk y el conductor luchaban con cada rival que osara treparse al carromato, matándolos o tirándolos del transporte. Clarissa, por su parte, abrió la puerta del carro y, agarrando valor, se colgó de él con la idea de llegar hacia el caballo más próximo. 

El conductor, al verlo, la auxilió lo mejor que pudo; estando la jovencita encima de uno de los caballos, Hvitserk y el conductor decidieron que ya era el momento de quitarse de encima aquella molestia. Asesinando a sus rivales, ambos saltaron hacia los otros caballos; cortando las cuerdas, Hvitserk sacó de su cinturón un objeto esférico y lo tiró al suelo. Del objeto salió un humo tan espeso que los perseguidores no pudieron ver nada. 

John Harlowe y el teniente James Morden acudieron a la residencia Howe apenas el primero recibió la misiva de la dueña de aquél lugar. Ahí se encontraron con una escena deplorable: Marianne Lansbury lloraba copiosamente mientras que  la pequeña Anne Howe escuchaba el regaño de su padre, el capitán George Howe. Ambas tenían las vestiduras rasgadas y moretones en los brazos.

-¡¿Pero qué es lo que ha pasado?! -exclamó el anciano Harlowe, anunciando así su presencia.

El capitán Howe, al verles, replicó:

-Perdónenme por esta bochornosa escena, señor Harlowe, teniente Morden. Realmente estoy muy avergonzado de esto...

-¿Dónde está mi prima? -le cortó Morden.

-Unos hombres se la llevaron -respondió Anne, con lágrimas en los ojos -. Intentaron violarnos a las tres en el salón de baile ahí en Londres...

-¡¿Qué?! -rugió Morden.

-E-es mi culpa -intervino Marianne -. Yo las llevé a escondidas; no creí que... ¡Dios, pobre niña!

-Mis amigos, el señor Lovelace y el señor Belford, acudieron a su rescate; lamentablemente una turba confundida les dio persecución -intervino un hombre de cabello oscuro, quien se acercaba a los recién llegados.

-¡¿Lovelace?! -exclamó el anciano Harlowe - ¡Buen Dios!

-¿Y usted es...? -inquirió Morden.

-James Tourville a su servicio, teniente -se presentó el hombre con una reverencia -. Y no se preocupen. Ella está a salvo.

-¿A salvo con un hombre famoso por su libertinaje? Lo dudo.

-Conozco a mi amigo, teniente. No le hará ningún daño; al contrario, procurará mantenerla a salvo y la traerá aquí lo más pronto posible... Si es que logran apaciguar a la turba.



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