Relato: Conexión (Final)

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Parte Uno 

Parte Dos 

Parte Tres 

Parte Cuatro 

Parte Cinco

Parte Seis 

Parte Siete

Mi querido Hvitserk:

¡El lunes cumplo 17 años! 17... No quiero pensar en lo que será de mí ahora que llegué a lo que llaman "la edad casadera".  Mi padre está pensando ya en nombres; lo he notado cuando, creyendo que nadie le escucha, discute con mi abuelo sobre mis posibles pretendientes. Los míos, no los de Bella, quien ha rechazado con cierta reticencia a todos los que aspiraban a su mano. No dudo que me culpa, según ella por ser más bonita; ¿es que acaso se hace tonta o su envidia infundada la está dejando ciega? Ella sabe que siempre que escucho que viene una persona a verle, procuro no salir a su encuentro; siempre me encierro en la habitación o pido permiso para ir a la residencia de mi abuelo, en donde paso toda la tarde. 

Lo sabe y aún así insiste en culparme. Hasta mi madre lo sabe y se lo ha hecho ver en varias ocasiones hasta el cansancio; pero vale, me resigno. Estoy harta de que mi propia hermana esté acusándome de algo que no he hecho; que diga lo que quiera en lo que a mí respecta.   

Pasando a un tema mucho más interesante y menos estresante que mis problemas fraternales, terminé de leer el libro de Guillermo de Occam que me prestaste el mes pasado. Hay muchas cosas que quiero discutir contigo, por lo que una reunión en Londres sería magnífica...

Hvitserk sonrió mientras doblaba la carta que había recibido esa mañana en su casa de Dover Street. Mirando por la  ventana del carruaje, contempló la algarabía de las calles londinenses en aquella brillante mañana de julio.

Clarissa era quizás la jovencita más inquietante que haya conocido en su vida, y en el buen modo de ver las cosas. La joven poseía un interés genuino en la ciencia, sobre todo en el campo de la lingüística y la filosofía; a los quince años cumplidos, la joven trató de convencer a sus padres de que le permitieran aprender latín y griego, aunque fuese lo básico. Aquella petición, como le dijo más tarde en una de sus cartas, dejó a su padre consternado; parecía que le había dicho una mala noticia. Cuando la jovencita le preguntó la razón de su reacción, su padre le dijo que el latín y el griego no eran lenguas útiles para el fin último de su posición en la familia. La chica comprendió de inmediato la referencia: ella, como hija de una familia en ascenso social, está destinada al matrimonio, no a la ciencia.

Sabiendo que se metería en problemas si continuaba insistiendo en su querella, optó por no insistir en ello y buscar por sí misma la manera de aprender en el más absoluto secreto. Hvitserk, en respuesta a aquella carta, le prometió enseñarle ambas lenguas más adelante, cuando se dé la ocasión de verse con frecuencia. 

Pagando al cochero, se adentró a la librería.

-¡Ah, señor Lovelace, buenos días! -le saludó el señor Wilkins alegremente.

-Buenos días, señor Wilkins. ¿Cómo le va?

-Muy bien, muy bien... Aquí preparando unos libros para uno de mis clientes más frecuentes. Por cierto, aquí está el libro que me encargó. 

Hvitserk leyó el lomo del libro; De vita Caesarum, las biografías de los emperadores romanos de Cayo Suetonio Tranquilo. "A Magnus le va a encantar esto", pensó con una sonrisa mientras sacaba del bolsillo de su traje unas monedas. 

-Señor Lovelace -escuchó que le llamaran.

Hvitserk se volvió. Un anciano de largos cabellos blancos y atavíos negros se encontraba parado a su lado; el joven no tardó en reconocer de inmediato a su interlocutor.

-¡Señor Harlowe! ¡Qué grata sorpresa! -exclamó, sonriente.

-Lo mismo digo, joven Lovelace. ¿Vino aquí a comprar un libro?

-Sí. La vida de los Césares, de Suetonio.

-Oh, vaya... De un corte parecido es el libro que mi nieta Clary está buscando ahora mismo. 

-¿La pequeña Clary está aquí?

-Sí. Está ahí atrás... ¡Oh, Clary, querida!, ¿ya encontraste tu libro?

Hvitserk se volvió; el shock fue muy grande cuando vio delante de él a una joven de cabello rubio, de complexión delgada y de sencillos atavíos estampados. Su belleza sobrenatural había aumentado en el poco tiempo que no se han visto; su rostro aniñado había cambiado, dando paso a unos rasgos más finos y delicados. 

-¡Señor Lovelace! ¡Cuánto tiempo sin verle! -exclamó la joven con una sonrisa mientras hacía una leve reverencia.

-Lo mismo digo, señorita Clarissa -murmuró Hvitserk mientras le besaba la mano sin apartar sus ojos de los de ella.

La joven rió quedamente y replicó:  

-No pude evitar escuchar su charla. Suetonio suena a una persona muy interesante. 

-En verdad lo es, señorita Clarissa. ¿Y usted a quién va a leer? 

-¡Oh! Pensamientos filosóficos, de Denis Diderot. Lo necesito para practicar mi francés.

-Es un buen libro el que está llevando; yo tengo una copia en casa. La adquirí en mis viajes a París. 

Mientras ambos jóvenes platicaban, John les observó minuciosamente. Recordó una plática que tuvo con su hijo James la semana anterior sobre el momento de buscarle marido para ella, dado que pronto alcanzaría la edad casadera. James estaba deseoso de casar de inmediato a su hija menor con alguno de los hombres que figuraban en una lista de posibles pretendientes, ya que quería evitar que Bella siguiera perdiendo los suyos; John le recordó que Clarissa se esforzaba mucho en evitar permanecer a la vista de los pretendientes de su hermana, pues estaba consciente de que podría surgir problemas. Si casaba a Clarissa antes que a Bella, ésta lo interpretaría como un desaire.

Por lo consiguiente, John se ofreció a mediar entre su nieta y los pretendientes; Clarissa los atendería en su casa de campo cerca de la residencia Howe y él le comunicaría a James la decisión de la joven tan pronto como eligiese pretendiente. 

Aunque éste fuese Robert Lovelace.

Fuente: Rebloggy




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