Cuentos de Pedrito López sobre el jazz en Venezuela (Parte 2 de 3)

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Hoy les traigo la segunda parte de esta increíble historia, la del jazz en Venezuela, contada por uno de sus protagonistas: Pedrito López. Si no has leído la primera parte, te invito a visitarla en este enlace.


En mi anterior entrega tuve dos imperdonables omisiones.

La primera es el no haber mencionado a la primera cantante que se atrevió a cantar jazz en Venezuela, y esa dama fue nada menos que Elisa Soteldo cuando ella cantó en la orquesta de Luís Alfonso Larráin en el año 1941. Elisa, además de cantar maravillosamente los boleros, interpretaba con su deliciosa voz los temas que cantaban las baladistas norteamericanas de la época, así como algunos temas de Ella Fitzgerald. Elisa igualmente fue la pionera en cantar aquí la música brasileña, así como cantaba en francés e italiano. Era realmente, como dicen ahora, una dura.

La segunda omisión fue no mencionar la importantísima visita que hizo a Caracas en diciembre de 1957 el legendario trompetista Louis Armstrong, quién se presentó en la Concha Acústica de Bello Monte y en la incipiente emisora de televisión Televisa. Los venezolanos tuvieron el privilegio de tener a esa leyenda viviente aquí en nuestro país, tocando su delicioso jazz. En esa visita igualmente hay que destacar, pero en manera negativa, el bochornoso hecho que sucedió en el Hotel Tamanaco, que al ser este de la cadena hotelera norteamericana Intercontinental, la gerencia del mismo pretendió “extraterritorializar” (si acaso vale este adjetivo) la asquerosa segregación racial que imperaba en Estados Unidos, al tratar inicialmente de impedirle el alojamiento del genial Louis Armstrong allí, y posteriormente de tratar de limitar su acceso al hotel para que él que lo hiciese por la puerta trasera. Los músicos caraqueños y el gremio artístico de la época, encabezados por Jesús Sanoja y Aldemaro Romero, organizaron una protesta con todos los hierros en el Tamanaco que hizo recapacitar a la gerencia de su estupidez.

Prosigo con el relato.

A partir de los años 70 en adelante comienzan a surgir una serie de músicos que, además de otros estilos musicales más redituables, (económicamente hablando) también tocaban muy buen jazz, tales como los saxofonistas Eduardo Quesada, Daniel Milano Mayora, Rolando Briceño (Rolandito), el maestro Cruz Arráiz eternamente en su saxo barítono, Nelson Hernández (El Llanero), Ramón Carranza (Moncho), Pedro Carrizales (Carrizalito), el dominicano Germán Moscat (El Brujo), los españoles (mejor dicho, gallegos) Manuel Freire y Benjamín Brea, a quienes apropiadamente les decían “los vientos galicios”, otro español (pero de Catia) llamado Javier Anguera, y un chamo que prometía (y todavía promete) llamado Victor Cuica; pianistas como Oscar (El Negro) Maggi, Willy Pérez, Lucio Caminiti, José (El Cholo) Ortíz, Ignacio Navarro, Juan Francisco (Junior) Romero, Freddy Bozo y Julián Romero; los guitarristas Eddy Pérez, Roberto Jirón, Leo Quintero y Ramón González; los bajistas José (El Negro) Quintero, Miguel Silva (Cantinflas), Antonio Di Roma (Tony), José Romero (Romerito), Michael Berti Soteldo, Lorenzo Barriendos (El Diablo), Carlos Acosta D’Lima, los tres maravillosos hermanos Carmona, a saber Gustavo, Alexis y Argenis (Piraña), José Velásquez (El patúo), Samuel Campos (Súperman) y Héctor Hernández (Pecho E’ Tabla); trompetistas como los dominicanos Mario Fernández y Luís Arias (Güí), así como el higueroteño (o higuerotense) Luís (el negro) Lewis Vargas, Elías Guerra y Gustavo Aranguren; trombonistas como Rafaél Silva (El muerto), Rodrigo Barboza, Angelo Pagliuca y Carlitos Espinoza; bateristas como Alberto Naranjo, Alfonso Contramaestre, Cristobal Pitalua , Jorge Arias, Omar Jeanton, Germán Suárez Villegas (Care’jaca), Ivan Velásquez, y Frank Quintero; percusionistas como Carlos (Nené) Quintero y su hermano Jesús (Chu) Quintero,Felipe Rengifo (Mandingo) y Oscar Rojas; Cantantes como la rusa Lee Palmer (quién tuvo éxito guarachando con Los Melódicos) y las hermanas June y Kate Planchart. Mención aparte debo hacer del súper talentoso vibrafonista, percusionista y baterista Freddy Roldán.

Hubo iniciativas como la del maestro Giuseppe Gai y otra de Jesús Ignacio Pérez Perazzo y la de un abogado aficionado al Jazz que se llamaba Gastón Irazábal, para formar orquestas tipo Big Band, dedicadas a tocar jazz, ya que comenzaban a conseguirse los arreglos originales impresos y los músicos locales también se atrevían a montar sus propios arreglos. Me acuerdo de haber visto en los 70 un concierto de la banda del maestro Gai en la Zona Rental de la Plaza Venezuela. Igualmente en esos años vino a Caracas la banda del saxofonista norteamericano Cannonball Adderley, junto a su hermano Nat y un joven pianista llamado George Duke, y se presentaron en un auditorio en el Parque de Atracciones El Conde, adonde ahora se yergue el Teatro Teresa Carreño, y también en el Teatro Municipal.

Es menester contar que en los años 70 también comenzó una movida jazzística en el interior del país, y concretamente en Valencia el profesor y pianista Miguel Casas fundó una orquesta de jazz en la Universidad de Carabobo. Del mismo modo, tengo información de iniciativas jazzísticas en Maracaibo, Barquisimeto y San Cristobal.

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En la foto, el escenario en el Juan Sebastián Bar de Caracas - Fuente

En el año 1973, un grupo de empresarios venezolanos (Jesús Emilio Franco, Egildo Luján Nava, Andrés Rosas y Eleazár López Contreras) abren el lugar nocturno más exclusivo de ese entonces, un nightclub que revolucionó la noche caraqueña, el JUAN SEBASTIÁN BAR (JSB). Dicho sea de paso, el logotipo del JSB fue diseño de Jesús Emilio Franco, quién hizo la gran mayoría de los logos de las empresas, bancos e institutos del estado en ese entonces. Él tenia su oficina en donde ahora está el Restaurant Limoncello, encima del JSB. Ese edificio originalmente era un pequeño centro de oficinas y locales comerciales.

Originalmente estuvo concebido como una alternativa al entonces ya conocido “LE CLUB”, es decir, un sitio para la alta sociedad caraqueña, pero con música en vivo y una excelente gastronomía. Eleazar López Contreras es un hombre con una cultura musical realmente fuera de serie -además de ser un caballero a carta cabal- y fue él quien se empeñó en tener un trio de jazz estable en el JSB. Por pura coincidencia, acababa de llegar importado directamente del estado Táchira a Caracas un magnífico trío integrado por el gran pianista Virgilio Armas, el bajista Rodolfo Buenaño y el baterista Guillermo Táriba, quienes estaban en el momento preciso en el lugar preciso. El JSB se convirtió de inmediato en un éxito total, y todos los jazzistas comenzaron a caer por allí para tocar con el trio de la casa. Adicionalmente al excelente trío de Virgilio Armas, allí también tocó por poco tiempo una agrupación uruguaya que se llamaba “Camerata del Tango” del genial pianista Manolo Guardia. Fuera de serie.

En paralelo a lo que estaba ocurriendo en el JSB, hubo otros en los que se tocaba jazz y música bailable en El Rosal, a saber la discoteca “L’Insolite”, “Barcelino” y “Las Cien Sillas”, y “La Perouse” en el sótano del Centro Comercial La Florida. En todos esos lugares tocó Oscar Maggi con su grupo.

Pasado un tiempo y el “boom” del éxito inicial (para no entrar en detalles), los dueños originales del JSB tuvieron problemas económicos y se vieron obligados a vender el negocio a los comerciantes lusitanos JUAN FREITAS y JOSÉ MÁTA DE ORNELAS, quienes tomaron las riendas del JSB en 1978. No creo equivocarme en decir que en ese momento comenzó la “época de oro” del JSB. Ellos abrieron el JSB a todo tipo de público, en especial a los ejecutivos que trabajaban en la zona de El Rosal. Abrían desde el mediodía, cuando por lo general había un pianista que tocaba solo. Ese trabajo lo hizo por mucho tiempo un excelente pianista cubano llamado Roberto González. Luego desde las 4 de la tarde había un grupo integrado por Willy Pérez al piano, Joseph Kast, José Quintero y Alfonso Contramaestre, y en la noche a partir de las 9 tocaba un grupo que originalmente estaba integrado por Lucio Caminiti (piano), Nelson Hernández (Saxo), Jorge Arias (Batería) la cantante Lee Palmer y el maracucho Alfredo Franco en el bajo. Luego de un tiempo, salió ese grupo y entraron Oscar Maggi, Gustavo Carmona, Nelson Hernández y el baterista Cristobal Pitalúa, quien todavía toca allí y creo que al fin se va a nacionalizar portugués para que pueda cobrar la herencia que le prometió José Ornelas (¡!). También cantó ocasionalmente con el grupo de Maggi la vocalista Marisela Guédez.

El JSB se convirtió en la meca del jazz en Venezuela, y todos los músicos amantes de este género comenzamos a desfilar por allí, a ver que se nos pegaba. Igualmente, a todos los músicos –de cualquier género- que pasaban de visita por Caracas los llevaban al JSB, y muchos se animaban a montarse a tocar con los del patio. Simplemente, el JSB era “EL LUGAR”. En mi caso particular, aproximadamente en el año 1980 comencé a hacerle suplencias al pianista que trabajaba en las tardes, el gran Willy Pérez, y esporádicamente también al que tocaba en la noche, Oscar Maggi. Pasó un tiempo y debido a que Willy tuvo que renunciar por razones médicas, quedé como pianista fijo en la tarde. Pasados un par de años, lo mismo ocurrió con el Negro Maggi, y me quedé entonces definitivamente en el grupo de la noche. De manera que me funcionó perfectamente la táctica de echarles a ambos veneno en sus bebidas. Hablando ahora en serio, a mi salida del grupo de la tarde en el JSB, entró por mí el gran pianista (grande en todos los sentidos, hasta en su volumen corporal) José (El Cholo) Ortíz.

En ese grupo de la noche ya estaba tocando la leyenda de la trompeta venezolana, el gran Rafaél (El Gallo) Velásquez, quien compartía protagonismo con Víctor Cuica. Victor, además de por sus innegables dotes musicales, se había hecho muy conocido para el público por la famosa fuga del Cuartel San Carlos, cuando un grupo de presos políticos cavaron un túnel que reventó en la sala de la casa de Victor allí en el barrio El Panteón. Eso hizo muy conocido a Victor en el ambiente policial. Además Victor ya había participado como galán (¡!) en varias películas porno. Los días miércoles se tocaba exclusivamente repertorio de Dixieland, y entonces actuaban junto al grupo base los invitados Roberto Jirón en el banjo, Germán Moscat en el clarinete y el trombonista Lepoldo (Pucho) Escalante, de grata recordación. Dicho sea de paso, Pucho está todavía vívo, tiene ya 100 años de edad, y vive desde hace muchos años en Nueva York. Hay que recordar que Pucho fue pionero del jazz en Cuba, trombonista de Benny Moré, y llegó a Venezuela por primera vez a mediados de los años 50, e integró la Orquesta Casablanca.

Haciendo un paréntesis, creo muy merecido el reconocer la labor de los dueños del Juan Sebastián Bar, José Mata de Ornelas, el fallecido Juan Freitas y posteriormente su hijo Juan Carlos así como también Adelino Nuñez, por haber continuado con este local que, con sus altas y sus bajas, con sus luces y sus sombras, con sus éxitos y sus desaciertos, ha sido fundamental para el desarrollo del jazz en Venezuela. Públicamente quiero agradecer a nombre de toooooooodos los que hemos tocado allí y del numeroso público que ha estado en este lugar, por haber creído en el talento venezolano. Mis respetos.

También desde finales de los años 70 y entrando en los 80, un importante grupo de músicos venezolanos comenzaron a estudiar en la famosa escuela de música Berklee en la ciudad de Boston así como en otras academias norteamericanas. Allí estuvieron personajes tales como los guitarristas Pablo Manavello, Leo Quintero, Virgilio Araque, Pedro Brito y Luís Alvarado (El Bachaco); bateristas como Frank Quintero, Gustavo Calle, Pablo Matarazzo y Enrique Santana; pianistas como Olegario Díaz, Lucho Cañizalez, Willy Croes y Francisco (Kiko) Alvarado; saxofonistas como Rodolfo Reyes, Glenn Tomassi (Medio Tigre) y Renny Lobatón; bajistas como Alex Rodríguez (El Marciano) y William Fermín (El Oso).

Don Jacques Braunstein, de quien hablamos anteriormente, y quien dicho de paso fue el que en los años 70 bautizó como “Onda Nueva” al género musical desarrollado por el maestro Aldemaro Romero, en los años 80 dedicó mucho de su empeño y su dinero para organizar conciertos en Venezuela, trayendo agrupaciones y artistas internacionales del jazz. Gracias a su iniciativa el público venezolano pudo disfrutar de Bill Evans, el Zimbo Trío, Monty Alexander, Maynard Ferguson, Chick Corea, Gary Burton, Charlie Byrd, Paco de Lucía, Woody Herman, Tito Puente, Paul Winter y muchos otros. Braunstein, que tenía un lema muy famoso en su programa en el que decía “Paz y Jazz”, también tenía un dicho muy ácido, refiriéndose a ser promotor de jazz: “El jazz es como el crimen, no paga”. Realmente él usaba el dinero que ganaba en su agencia publicitaria para pagar su afición y su amor por el jazz.

En julio de 1983 Braunstein trajo a Caracas al gran saxofonista cubano Paquito D’Rivera, quien acababa de desertar de Cuba y de Irakere. Braunstein inventó que una banda de músicos locales acompañara a Paquito en dos presentaciones que se realizaron en el Teatro Nacional. Esa banda estaba integrada por el bajista José Velásquez, el percusionista Omar Olivero, el baterista Frank Hernández (El Pavo), el trompetista Rafaél Velásquez, Pucho Escalante y un servidor al piano. Para mí fue una experiencia inolvidable, y dichos conciertos fueron todo u éxito. Al poco tiempo tuve el privilegio y el placer de que Paquito avalara mi presencia para que en el mes de octubre de ese mismo año yo tocara a su lado en el Teatro Teresa Carreño, nada más y nada menos que acompañando al creador del Bebop, a John Birk “Dizzy” Gillespie, con el cubano Ignacio Berroa en la batería, así como José Velásquez y Omar Olivero. Para mí fue realmente el Nirvana.

Al año siguiente (1984) Braunstein de nuevo me convocó para acompañar a Paquito en un concierto en el Poliedro de Caracas, en el que vino además como invitado el gran trompetista Randy Brecker, para lo cual se armó una Big Band con los mejores músicos de Venezuela.

Mi relación con Paquito D’Rivera se cimentó cuando él posteriormente me invitó a trabajar con él en los Estados Unidos, cosa que no pensé dos veces, y con él llegué a tocar en los más prestigiosos clubes y festivales de jazz del mundo, y hasta grabé con él. Sin embargo por razones de índole familiar y laboral, volví a Venezuela.

Para ese entonces, aunque yo era todavía “oficialmente” el pianista del JSB, evidentemente estaba faltando demasiado, enviando pianistas a cada rato para que me suplieran. Mi suplente número uno era un joven estudiante de biología en la Universidad Simón Bolívar, y que afortunadamente dejó esa carrera para convertirse –a mi juicio- en el mejor pianista venezolano de jazz de todos los tiempos, Otmaro Ruíz. Cuando renuncié al JSB, Otmaro tomó mi lugar y llevó al grupo a otro nivel.

¿Les cuento que admiro con todo mi ser a Otmaro? Tan es así que siempre digo que los mejores conciertos que he tocado EN TODA MI VIDA PROFESIONAL los hice con él, cuando inventamos en 1989 una serie de conciertos a dos pianos, más la presencia de Héctor Hernández y Jorge Arias. Realmente inolvidables. Otmaro posteriormente se fue a Estados Unidos, donde ha tocado con los mejores, incluyendo una larga pasantía con Arturo Sandoval. Me enorgullece haber sido una (mala) influencia para que Otmaro se jubilara de clases en la USB y se quedara haciéndome suplencias en el JSB.

En esa época surgieron nuevos y excelentes valores en el jazz. Para mi humilde opinión, fue una verdadera explosión de talento lo que hubo en Caracas en ese momento.

El baterista Gustavo Calle, el gran pianista y tecladista Silvano Monasterios y el lamentablemente fallecido bajista Danilo Aponte tocaban en un delicioso trío llamado “Le Cardiú” en un restaurant en Sabana Grande que se llamaba “La Bussola”, e invitaron para que se les uniera a ellos a una jovencita que cantaba muy bien. MARÍA RIVAS. No digo más nada. María fue y sigue siendo referencia obligada para el mundo musical en Venezuela.

Junto a Silvano Monasterios, aparecieron en esa época otros grandes pianistas y tecladistas tales como el brasileño Marcos Vinicio Da Fonseca, y los locales Víctor Mestas, Willie Croes, Andrés Carrasquero, Victor Cegarra, Alejandro Campos, Eduardo Espósito, Edgar Macías, Julio Méndez, Gerardo Lugo, Edward Simon (quien realmente saltó desde Punto Fijo a New York sin pasar por Caracas), Alejandro Salas, Luís Romero (Checho), Leo Blanco, Ernesto García (Dino), Teresa Briceño, María Eugenia Atilano, Benito González (quién ha hecho una brillante carrera en los Estado Unidos), William Cabrera, Daniel Milano hijo, Alex Hamilton, ya finales de los 80 el extraordinario Luís Perdomo, quién también nos llena de orgullo por sus logros en USA; Bateristas como el gran Andrés Briceño, quien ha sido pieza fundamental para el desarrollo de los estudios de jazz en el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles gracias a su empeño al frente de sus diferentes cátedras y Big Band, Carlos Arias, Luís Tomás García, Marcel Fuenmayor, Belisario Carruyo, Monchi Linares, Eleazar Yánez, Chiqui Rojas, Gerardo López, Aaron Serfaty, Nelson Sardá, Augusto León, Willy Díaz,, Miguel De Vincenzo y Tony Pérez; Bajistas como Gerardo Chacón, Miguel Blanco, Xavier Padilla (Care' vieja), Jorge Aguilar, Mark Brown, Nelson Machado, Gustavo Carucí, Giovanni Ramírez, Alberto Barnet, Alexander Berti, Alexis Escalona, Luís Rivero; Saxofonistas como Manuel Barrios, Hugo Olivero, Julio Flores, Alonso Toro, Bernardo Padrón, Ramón Quintero, Ezequiel Serrano (aunque realmente él es de los 70), Domingo Hernández, Bernardo Padrón, Alfredo Sánchez, el colombiano Jorge Rivera, el cubano José (Pepe) Vera y el ruso Konstantin Kliachtornyi; Flautistas como Pedro Eustache, Jorge Guzmán y Stephanie Maier; Trompetistas como Julio Mendoza, Rafaél Rey y Mario Zambrano; Trombonistas como el gran Terry Bonilla, Héctor Velásquez y Oscar (el Negro) Mendoza; Guitarristas como Álvaro Falcón, Larry Jean Louis, Róldan Peña, Aquiles Báez, Miguel González, Tony de León, Gonzalo Micó, Rubén Rebolledo, Julio Sánchez y Carlos Rojas; Percusionistas como Alexander Livinalli (el ministro), Edgar Zambrano, Orlando Poleo, Faride Mijares, Vladimir Quintero, Alberto Borregales, Felipe Blanco; Vibrafonistas como el genial Alfredo Naranjo, Alberto Vergara, Oscar Booy y Filemón Monterola; Cantantes como la sin par María Rivas, Biella Da Costa, Marisela Leal, Giselle Brass, María Josefina Báez, Teresita Carnevalli, Mercedes Ríos, Ofelia del Rosal y María Fernanda Márquez.

De Uruguay nos llegaron dos grandes músicos, el genial violinista Federico Britos Ruíz, y el baterista Domingo Roverano, ambos de grata recordación. De Colombia llegó un gran pianista de jazz latino y especialista en salsa llamado Samuél Del Real. De Argentina llegaron dos excelentes músicos, los hermanos Alquati , Gerardo (trombonista) y Javier (trompetista). De Perú nos llegaron el gran pianista Alberto Lazo Hidalgo, y los bajistas Alfredito Narro y Roberto Valdéz. De Cuba llegaron el pianista José (Pepe) Valdés y el baterista Rubén (Tutti) Jiménez. De Estados Unidos vino una flautista que tocó inicialmente con Los Melódicos, y después aterrizó por un tiempo en el Juan Sebastián Bar, Andrea Brachfeld, y también un saxofonista llamado Keith Karabell. De Haití nos llegó un personaje del cual solo me acuerdo el nombre, Jean Marco (nosotros los músicos lo llamábamos de otra forma más ácida, Jean Narco), que tocaba saxofón muy mal, pero que era un verdadero showman, y “hacía como que tocaba jazz” en el lugar nocturno llamado “El Barrio Francés” entre otros sitios.

También en los 80 hubo una movida jazzística en Barquisimeto, encabezada por el gran pianista Silvio Arocha (prematuramente fallecido), y de la que formaron parte excelentes músicos como el ya mencionado Gustavo Carucí, Henry Linares, Gonzalo Teppa, Santiago Bosch, Fernando Freites, Juan Carlos Tortosa, entre otros. En Maracaibo también es estaba haciendo jazz, ya que un guitarrista llamado Roberto Di Maso tuvo un grupo llamado Islas Jazz Proyect, en el que tocaron muchos músicos maracuchos, entre los que recuerdo a Alberto Vargas y José Yancen.

Igualmente en San Cristobal, habiendo retornado Virgilio Armas de su estancia en el Juan Sebastián Bar, se atrevió a montar un bar llamado “La Toccata”, adonde lo acompañaba el sempiterno Rodolfo Buenaño, y en la batería un excelente músico guatemalteco llamado Lloyd Wellington, quien posteriormente también vivió en Puerto La Cruz. Allí en Puerto La Cruz hubo un par de lugares de jazz, a saber “La Cabañita” y el “Chic e Choc”, ambos en el Paseo Colón. En esos lugares tocaban mayormente músicos que llevaban de Caracas, como Gerardo Chacón, Freddy Bozo, Oscar Figuera (El mocho), y otros. Hasta en Margarita se tocaba jazz, porque en el antiguo Hotel Concorde contrataron por una buena temporada a Victor Cuica para que tocara allí todos los domingos, acompañado por Andrés Carrasquero al piano, y dos músicos locales que eran Francisco Rosales (Batería) y José (Culebra) Castro.

En los 80, además del Juan Sebastián Bar, hubo en paralelo una gran cantidad de lugares donde se tocaba muy buen jazz. En el Ateneo de Caracas, específicamente en el Café Rajatabla, el recordado Moncho Porte armaba unos toques espectaculares. Moncho, ¡pagame mis riales! Allí cerquita en Parque Central toqué una temporada todos los sábados en la tarde en el Restaurant "El Parque", junto a Ernesto Renán (Guitarra), Héctor Hernández y Cristobal Pitalúa. Allí en Parque central había un lugar llamado "Bar Panorama, adonde tocaba Luís Perdomo con su trío, y él también tocaba en la Avenida Libertador en un restaurant llamado "Members", en el que también tocaba el gran pianisrsta argentino Juán Carlos Silvera, de grata recordación. En la Plaza Venezuela estaba “La Menta”, adonde tocaban Benjamín Brea, Jorge Arias, Alfredo Franco y Roberto Jirón en un grupo que se llamaba “Piano”, pero que paradójicamente no contaba con alguno. Muy cerca, en la Torre Polar, estaba un lugar llamado “Scapes”. En la Avenida Casanova había un restaurant llamado "La Trattoria" adonde me cuentan que tocaba jazz al mediodía Pat O' Brien. En La Castellana el playboy venezolano Espartaco Santoni inauguró un club privado que se llamó “Chucky Lucky Jazz Club” que duró como tres meses, hasta que lo cerraron porque allí mataron a un tipo por un asunto de drogas. Los músicos perdieron la chamba y los jíbaros. Cruzando la avenida principal de La Castellana estaba “El Barrio Francés” donde se tocaba esencialmente dixieland. En Altamira, en el edificio adonde hoy está la Corporación Andina de Fomento, hubo un club privado en el que se tocaba jazz frecuentemente, y fue adonde se presentó Arturo Sandoval por primera vez en Venezuela, se llamaba “Mau-Mau”, en el mismo local adonde más tarde estuvo “La Guacharaca”. En El Rosal, estaba el “Feeling” de Armando Biart, que aunque esencialmente era un lugar de salsa para bailar, también había espacio para el jazz latino, y también el Restaurat "La Girafe". En Chacao, Víctor Cuica y yo tocábamos jazz ocasionalmente en un sitio llamado "Mimoy" en el Multicentro Empresarial del Este. En Las Mercedes habían varios sitios: “Gala” adonde cantaba María Rivas, el recordado “Pida Pizza”, el “Cliché” detrás del Hotel Eurobuilding en Chuao, el “Dog and Fox”, el restaurant "Malibú", el club privado “Le Groupe”, y el más importante, el famoso “Fedora Jazz” ( nombre derivado de sus propietarios FEderico Black, DOmenico D'Alfonso y RAfaél García Planchart) que en un momento fue el único local nocturno que llegó a competir con el JSB. Hasta en el Hotel Tamanaco llegó a haber un grupo estable de jazz latino, liderado por El Pavo Frank Hernández. En El Hatillo hubo un par de pizzerías adonde se tocaba jazz, pero lamentablemente no recuerdo sus nombres. Lo que sí recuerdo es que una de ellas fue literalmente adoptada por el gran músico (pianista, tecladista, compositor, arreglista y productor) Jesús (Chuchito) Sanoja, y allí él “se sacaba el clavo” de las grabaciones de cuñas de 30 segundos y tocaba muy buena música. Tiempo después, Chuchito armó unas deliciosas sesiones con un “cuasi big band” en el Juan Sebastián Bar, tocando sus propios (y arrechísimos) arreglos y composiciones.

Imagínense que hasta se comenzaron a grabar discos de jazz de artistas venezolanos. Hubo la gran y loable iniciativa de los hermanos Alquati (Javier, Gerardo e Iván) de un estudio y pequeño sello disquero llamado Kandra, así como otra pequeña compañía llamada Manoca (sello que se lanzó a la quiebra después de grabar mi primer y único disco como solista, los empavé) . Igualmente comienzan a efectuarse excelentes festivales de jazz con puro talento nacional, como el del recordado amigo y colega Oscar Booy.

Caracas era un verdadero hervidero del jazz, y como decía mi amiga Rosalía Romero, “yo lo viví”.

Como la cosa se sigue extendiendo, me veo obligado a hacer una nueva pausa, para retomar una tercera entrega. Gracias por aguantar tanta habladera.


Hasta aquí la segunda entrega de este aporte histórico de Pedrito López. Pronto compartiré la tercera y última parte.

Ir a la primera parte

Ir a la tercera parte

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@ylich
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