La poesía de Rodolfo Moleiro: la mirada y la luz (Parte III)

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Apreciados lectores, continúo la entrega de mi trabajo sobre el poeta venezolano Rodolfo Moleiro (ver 1 y 2), entrando ahora a considerar su obra.


"El bosque" (1918) del pintor francovenezolano Emilio Boggio, introductor del impresionismo en Venezuela - Colec. Galería de Arte Nacional Fuente


Moleiro o la impresión por la palabra

Como Paz Castillo y Planchart, Rodolfo Moleiro estuvo muy cerca de la experiencia renovadora que significó el Círculo de Bellas Artes para el arte venezolano. En las obras poéticas estos tres integrantes de la generación del 18 es donde puedo apreciar con mayor peso la presencia de lo visual, como manifestación de la huella impresionista dejada por las vivencias y conocimientos compartidos con los artistas del Círculo.

Si bien su obra poética es editada tardíamente (Su primer libro Reiteraciones del bosque y otros poemas fue publicado en 1951), en ella encuentro las trazas de una mirada y una imaginación impregnadas del espíritu y el arte impresionista. De allí que trabajaré con los libros de poemas incluidos en la edición de la Obra Poética de Moleiro, publicada por Monte Ávila Editores en 1984.

En la reflexión que el poeta Sánchez Peláez hace sobre la obra poética de Moleiro, identifico dos importantes aspectos. Escribe el autor de Rasgos comunes: “Muy atento a su propia voz y a su propio gesto, destaca el tiempo y el paisaje, a los que atribuye poder jerárquico o transfigurador”. Tiempo y paisaje constituyen, indiscutiblemente, una “común presencia” (Char) de la poesía de Moleiro: materias y atributos conjugados, hechos de analogías físicas y anímicas, que tienen en la luz su eje desencadenante y articulador.

Del tiempo sólo unas brevísimas consideraciones, pues su presencia es indesligable en Moleiro del paisaje y la luz que lo revela, a lo que sí dedicaré mayor extensión. Recuérdese que para los impresionistas franceses se trataba en la pintura de expresar el presente de la realidad por la sensación que ella era capaz de provocar; en sus obras el tiempo es impresión del instante, duración que intenta ser recobrada en su misma fugacidad. La manifestación del tiempo en Moleiro es fluencia de las horas y de la luz, pero también de la mirada que recuerda, siente e imagina, como en los versos: “Es la hora en que se abre la flor del amanecer”, “Todo en el silencio vive la comunión de la hora".


De la serie “La Catedral de Rouen” del maestro impresionista Claude Monet Fuente


Íntima sed de luz

“Yo sé del alma que la luz persigue…”: así comienza su poema "Unánime". El verso podría condensar la sensibilidad y el ideal del poeta ante una realidad física y, a la vez, espiritual: la luz es presencia real en el paisaje, sensación del mundo, pero también avidez interior, figuración del alma.

La búsqueda y captación de la luz rige por completo a la poesía de Moleiro, sólo que la impresión de la luminosidad que puede recoger la palabra poética es necesariamente imaginativa y elusiva. Lo más cercano tal vez sería esa sensación de realidad vaga que nos conmueve en las series de “La Catedral de Rouen” y “Nenúfares”, realizadas por Monet.

¿Qué es la luz en la poesía de Moleiro? Valiéndome del verbo interpretativo de Sánchez Peláez, diré que es “naturaleza inmediata que revierte en el hombre su universo prístino”, y, al mismo tiempo, contemplación y pensamiento. Revelación material del mundo, la luz es igualmente origen reencontrado en la mirada, asentimiento del ser en el misterio de las cosas. Testimonio ingrávido del presente, levedad del recuerdo que hace actual el mundo. Aunque sea sombra, por ella –por la luz– se anuncia la existencia de la realidad, se muestra en sus formas pasajeras y en su permanencia.

Para Molerio la luz da cuerpo a lo existente al descubrir sus cualidades ante nuestros ojos; declara sus matices y sus reflejos, la bondad de su ser: “Una luz del mundo bueno las imágenes colora”. En correspondencia con la proposición impresionista, la luz sólo existe en cuanto coloración; por ella, al igual que con el pensamiento, la realidad no puede ser percibida como totalidad continua e inmóvil, sino como pinceladas compuestas, ‘manchas’ conjugadas, sensaciones que se imprimen en nuestro interior.


"Contraluz", estudio de la etapa académica de Manuel Cabré Fuente


La luz en la poesía de Moleiro tiene, en lo fundamental, la condición física de lo solar, como bien precisa Sánchez Peláez. Ya en los llamados “Poemas de juventud” evidencia tal condición al nombrar uno de sus textos con el título “Campos solares”. Su poesía testimoniará los tres momentos primordiales del día: el alba, el crepúsculo y la noche. De una coloración particular, el amanecer y la mañana se asociarán, en un sentido simbólico casi arquetípico, con la infancia y su recuerdo, como la entrevisión de un estado de pureza e ilusión; así en los poemas “Regreso frente al alba” (“Ajeno a los asomos / del alba en la ventana, / a dulces territorios / regresa la infancia”) y “La emoción cruel” (“¡La rosada embriaguez del sol, el cielo / brindando al alma una intención de vuelo”). En el poema “Un país”, la visión es forma pictórica en la palabra como planos en el lienzo: “Esta cima del monte / es para reducir a planos la mañana”. De otro lado, la tarde y el crepúsculo son visualizados como “tiempo denso de lo vivido” (Sánchez Peláez); tiempo de lo distante y lo dilatado, de la transitoriedad que va difuminando las cosas en los ojos y en la memoria; las imágenes se tiñen de quietud y hablan del descenso y la pérdida; por ejemplo, en “Paisaje”: “La cuesta / mece la tarde / del monte hacia las olas. // Verdes, ocres y humos / ruedan sus masas de color / que se destiñen en el aire / y no caen al mar”; en “Occidua” [117]: “No inventes. Di la tarde / y su aura de asombro. (…) Y el desfile de rojas nubes / que sientes como pérdida”. Reconozco una riqueza imaginante singular en el Soneto VI [28] de Reiteraciones del bosque, que transcribo por entero a continuación:

Y finalmente, la noche es la estancia de la honda nostalgia y de la espera, pero también la duración de lo germinal y la permanencia sigilosa del misterio del mundo. La imaginación se adensa de fulgores presentidos en lo oscuro y crece en lo sensorial. Son varios los “Nocturno” en la obra de Moleiro, leo en uno de ellos: “Presumo por la senda / un tornasol de pluma / y un relucir de piedra / y una rojez de fruta. (…) En la dulce tiniebla, / codicioso de brillo, / un universo espera, / un mundo escondido". En el poema “Invitación a explorar”, este sentir la noche a modo de reino de luz negra, discreta e imaginada resalta con fuerza sugestiva: “En la cerrada noche / la pista de un rumor / nos lleva los jazmines / de luz que hay en el agua. (…) Detrás de arduos filos / o de unánimes moles / presientan nuestros ojos / frutales, mansos brillos”.


"El Playón" (1942), de Armando Reverón. Colección de la GAN Fuente


Quizás sea la noche el momento que reúna las imágenes más inspiradas del lirismo visual tan sobresaliente en Moleiro; más aún, en las figuraciones de la noche y de la luz que despide u oculta, se condensan los fluidos de la memoria imaginante y de la creación poética. Al respecto cito varias estrofas de otro “Nocturno”:

Inunda la tiniebla el monte, el campo
y tus ojos.

Imaginas, lejanas como en sueño
o en recuerdo,
el color de los frutos,
la sugestión del brillo.
(…)
Más honda que el sentido
anda sobre las cosas
el alma:
ilumina presencias,
puebla de imágenes los antros.

Hay un orden
que concentra en lo más oscuro
la íntima sed de luz.

Creo percibir en la última estrofa una subrepticia alusión a la creación poética, así como también la intuyo en el verso de “Unánime” [63]: “Sé de la luz amarga / de la obra que queda en el designio”. La obra que germina y se forja en la oscuridad como luz posible, a veces inalcanzada. ¿Una poética de Moleiro que se asienta en la luz?: “Y el último haz de luz / caído en los abrojos / que ansías retener” [117].

La luz es, pues, como ya he expuesto, búsqueda de realidad y aspiración del alma; silente (“la implacable mudez de la luz”), obra por la mirada abierta y vigilante: “abrir los sedientos ojos hacia infinitos de luz”.

Continúa…

Referencias bibliográficas

Moleiro, Rodolfo (1984). Obra poética. Caracas: Monte Ávila Editores.

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3 comments
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Excelente trabajo sobre Moleiro, @josemalavem! Indiscutiblemente que la noche no solo tiene que ver con un estado externo al poeta, sino también con el interior de él. Solo en la oscuridad puede verse la más mínima señal de luz, el atisbo de cualquier claridad. Gracias por compartir. Abrazos!

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Agradecido por tu lectura y comentario, @nancybriti. Sí, la oscuridad y la luz se implican y necesitan. Curiosamente, los pintores del Círculo de Bellas Artes, que influyeron tanto en Moleiro, no tienen obras conocidas con la noche como objeto. Abrazos para ti.

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