Frederick se va. Parte 2 - Desafío Maynia - 8161 Palabras.

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Las aventuras de Lucas

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Episodio Nº 11

"Frederick se va. Parte 2"

El siguiente se llama:

El secreto de Saúl

Saúl era un niño que vivía rodeado de comodidades y privilegios. Su padre era un experto cirujano y su madre una escritora de éxito, así que la familia residía en una enorme casa con jardín, piscina y un garaje en el que dormían dos coches de alta gama. A sus once años no le faltaba de nada: vestía a la última moda, tenía un cuarto privado repleto de juegos, y en la pared de su dormitorio colgaba una televisión tan grande que más bien parecía una pantalla de cine.

A pesar de su gran fortuna, Saúl se pasaba el día con el ceño fruncido y mostrando una actitud tan apática que daba la sensación de estar enfadado con el mundo. Últimamente no soportaba madrugar y odiaba tener que ir al colegio cinco días por semana, sobre todo porque su profesor le parecía un señor insoportable y cada vez hablaba menos con sus compañeros de aula. ¿Para qué fingir que sus temas de conversación le parecían interesantes?… Por si esto fuera poco, ni una sola asignatura atraía su atención. Malgastaba el tiempo mirando a las musarañas y abriendo la boca para soltar ruidosos bostezos cada dos por tres.

Si hacía buen tiempo, cuando a las tres terminaba la jornada escolar, Saúl cruzaba la calle cargado con su mochila y caminaba un corto trecho hasta llegar al Parque de los Almendros. Era su lugar favorito para desconectar de los problemas de matemáticas y la larga lista de capitales de países que le obligaban a memorizar. Una vez allí, solía sentarse en un banco de madera desde el cual podía contemplar una panorámica preciosa de la arboleda y del lago con forma de corazón donde siempre chapoteaban unas cuantas familias de patitos.

Sucedió que, una de esas tardes, se acercó a su banco habitual, tomó asiento, y al mirar al frente descubrió que a pocos metros habían colocado una estatua de mármol blanco. Le llamó mucho la atención, pues representaba la figura de un niño de su edad, descalzo y cubierto de harapos, que parecía mirarle fijamente.

– ¡Qué estatua tan deprimente! Podían haber puesto la figura de un príncipe o una diosa romana en vez de la de un andrajoso mendigo.

Según pronunció estas palabras, escuchó una voz infantil.

– ¿De verdad crees que solo soy un trozo de piedra al que un escultor ha dado forma?

Saúl dio un respingo y su corazón empezó a latir a toda velocidad. Tras unos segundos de desconcierto, se abanicó con la palma de la mano y trató de recomponerse. ¡El calor de esos primeros días de verano le estaba haciendo delirar!

– ¡Qué susto! Por un momento pensé que la estatua me estaba hablando. ¡Será mejor que me vaya!

Se estaba poniendo en pie cuando volvió a escuchar la misma voz.

– Sí, te hablaba a ti. ¡Aguarda, por favor!

Saúl miró de izquierda a derecha por si algún paseante había oído lo mismo que él, pero sorprendentemente nadie parecía percatarse de nada. Atemorizado, anduvo unos pasos y se situó junto a la escultura anclada al pequeño pedestal. A simple vista calculó que el chico de piedra tenía su misma edad y estatura, pero cuando lo miró con más detenimiento se estremeció porque se parecía muchísimo a él: la misma forma ovalada del rostro, los ojos rasgados, la nariz respingona heredada de su abuelo… ¡Era una réplica casi perfecta de sí mismo!

– ¡¿Pero qué está pasando aquí?!

Se le ocurrió que quizá todo era parte de un programa de televisión de esos que gastan bromas pesadas a la gente que va tan tranquila por la calle, así que se fijó en los árboles cercanos por si entre las ramas localizaba alguna cámara oculta. No vio nada extraño y se le erizó la piel. La situación comenzaba a producirle pavor.

– No te preocupes, no estás loco. Por increíble que parezca, me estoy comunicando contigo y solamente tú puedes escucharme. Tócame, que te prometo que soy completamente inofensiva.

Saúl obedeció. Aparentemente la estatua era como otra cualquiera: dura, fría e impasible, pero la escuchaba hablar como si fuera un humano de carne y hueso. ¿Cómo era posible? ¿Utilizaba un sistema de telepatía? ¿Alguien la dirigía desde una torre de control? ¡Estaba tan perplejo que ya no era capaz de distinguir si las palabras le entraban por las orejas o iban directamente a su cerebro!

– ¿Quién eres?… ¿Quién te ha fabricado y por qué te pareces a mí?

– La historia es muy larga de contar, pero para resumir te diré que soy el resultado de un impresionante experimento científico.

A Saúl empezaron a temblarle las piernas como flanes y se puso tan nervioso que creyó que iba a desmayarse.

– ¿Un experimento? ¿Cómo esos que salen en las pelis de ciencia ficción?

– ¡Exacto, has dado en el clavo!

Su cara se desencajó y notó que el sudor le caía a chorros por el cuello.

– No tienes nada que temer; lo entenderás en cuanto te lo explique.

– ¡Pues no sé a qué estás esperando!

– Un grupo de expertos lleva años trabajando en un importante centro de investigación de esta ciudad con un objetivo: lograr que todos los niños que viven aquí sean felices.

Saúl suspiró profundamente.

– ¡Ah, vale, eso no parece peligroso!

– No, no lo es, pero se requieren muchos años de trabajo para desarrollar un proyecto tan complejo.

– ¡Ah! ¿Sí?

– ¡Ni te lo imaginas! Han colaborado decenas de especialistas y se ha invertido muchísimo dinero en la tecnología más avanzada que existe. Por suerte, todo ha salido a las mil maravillas y los resultados están siendo inmejorables.

A Saúl la historia le sonaba a pura fantasía, pero estaba tan intrigado que no podía dejar de escucharla.

– Lo primero que han tenido que hacer es instalar un sistema de radares especiales en todos los barrios de la ciudad.

– ¿Radares?… ¿Para qué?

– Para detectar las emociones de las personas desde que nacen hasta el día que comienzan su vida adulta, es decir, durante toda la infancia y adolescencia. Si algún radar registra que algún niño o joven necesita ayuda, el centro de investigación pone en marcha el Plan de Rescate Emocional.

– ¿El plan de rescate qué?

– De rescate emocional. No te preocupes, se trata de algo muy sencillo: estudian el problema para saber por qué es infeliz, y el laboratorio diseña un tratamiento a medida para acabar con su tristeza.

Saúl estaba completamente alucinado, como si estuviera dentro de una película futurista o se hubiera adelantado quinientos años en el tiempo.

– ¿Y qué es lo que hacen exactamente? ¿Te pinchan con jeringas gigantes? ¿Te meten en cabinas para recibir ondas de choque? ¿Te rodean la cabeza con cables y te conectan a un generador eléctrico?

– ¡Ja, ja, ja! ¡Qué va! ¡Menudas ocurrencias tienes! Los métodos para sanar emociones son muy variados y ninguno duele ni nada parecido. En tu caso, han decidido fabricar una estatua con tus rasgos utilizando una impresora 3D y un dispositivo de sonido de última generación. O sea… ¡yo!

Saúl se sintió ofendido.

– ¿En mi caso? ¿Qué quieres decir con eso?

– Pues que he venido para ayudarte. ¡Me han diseñado exclusivamente para ti!

– ¡¿Qué?!

– Lo que oyes. Estoy aquí para tener una charla contigo porque soy tu medicina emocional.

El chaval se indignó, y con cierto desprecio, miró a la estatua de arriba abajo.

– ¡Qué bobadas dices, yo no necesito ayuda! Además, tú no eres mi otro yo. Vale, te pareces a mí físicamente, pero vas con ropa vieja, no llevas zapatos…

La estatua puso en marcha el tratamiento especial, que como ya habrás adivinado, consistía en hacerle pensar.

– Sí, tienes razón. Soy una versión un poco diferente de ti. Digamos que represento lo que podrías haber sido tú si no hubieras nacido en una familia rica y de buena posición. ¿Alguna vez has pensado cómo sería vivir en un barrio pobre, en una casa sin agua ni calefacción? ¿Te imaginas tu vida sin chocolate, sin tu reproductor de audio digital o sin esas zapatillas tan modernas que calzas?

Saúl fue sincero.

– No, la verdad es que no.

– Pues muchos chicos de tu edad viven con muy poco, yo diría que con casi nada, en muchísimos lugares del mundo. De hecho, no hace falta salir de nuestra ciudad para encontrarlos.

El muchacho se encogió de hombros.

– Ya, pero yo no tengo la culpa de eso.

La estatua le dio la razón.

– ¡Desde luego que no! Nadie elige dónde nace y hay personas con más suerte que otras desde la cuna, pero todos tenemos la capacidad de cambiar ciertas cosas haciendo un pequeño esfuerzo.

– Ya, bueno, si tú lo dices…

– Nuestros radares han detectado que tú, teniéndolo todo, padeces una gran insatisfacción.

Saúl sintió mucho agobio, pero el chico de piedra fue contundente.

– Sé sincero contigo mismo: tienes tanto que te sientes abrumado y no disfrutas de casi nada. Deberías ser muy feliz y, sin embargo, te pasas el día refunfuñando y comportándote de manera inapropiada.

Por alguna razón, el niño tuvo ganas de desahogarse con ese extraño compañero de conversación.

– Sí, últimamente todo me aburre y no me apetece hacer nada.

– ¡Bravo, reconocerlo ya es un paso! ¿Por qué crees que te sucede algo así?

– No lo sé, de verdad que no lo sé.

– Estás afligido, desganado, y estar mal contigo mismo también te aleja de la gente. Sé que ya no te queda más que un buen amigo.

Saúl estaba a punto de echarse a llorar.

– Sí, se llama Jorge, pero no le veo mucho últimamente. No me extraña, a veces resulto insoportable.

– ¿Ves cómo van saliendo las cosas? Tú lo que necesitas es recobrar la ilusión. Cierra los ojos y, durante unos segundos, piensa en algo que te haría feliz.

El niño obedeció y se puso a reflexionar.

– Pues me conformaría con menos cosas materiales a cambio de estar más con Jorge, como en los viejos tiempos.

La estatua verificó todos los datos recibidos, activó su chip solucionador de problemas y, automáticamente, obtuvo una receta personalizada para Saúl:

– Mi propuesta es la siguiente: ¿Por qué no sugieres a tu amigo que te ayude a seleccionar todos esos juguetes que ya no usas? Seguro que la mayoría están casi nuevos y otros niños los podrán aprovechar. Cuando hayáis llenado unas cuantas bolsas, tus padres te recomendarán a dónde llevarlos. ¡Esa experiencia hará que te sientas muchísimo mejor contigo mismo y te enseñará a valorar lo que tienes!

– No es mala idea…

– ¡Misión cumplida! Hasta siempre, mi querido doble humano.

Y, de repente, sucedió algo asombroso: la estatua, que hasta ese momento no se había movido porque lógicamente las estatuas nunca se mueven, le guiñó un ojo y se esfumó. Despareció de su vista como si jamás hubiera existido.

A Saúl casi se le corta la respiración. Allí estaba él, parado en medio del parque, preguntándose si todo había sido un sueño, una alucinación, o simplemente se estaba volviendo majareta. En cualquier caso, tuvo la sensación de que en su interior algo había cambiado, como si se hubiera encendido una lucecita al final de un oscuro túnel.

Se fue corriendo a casa, llamó por teléfono a su amigo Jorge y le contó lo que tenía pensado hacer.

– ¿Te apetece ayudarme, amigo?

– ¡Cuenta conmigo, voy para allá!

Media hora después, los dos niños se pusieron a abrir armarios y a seleccionar muñecos, juegos, puzles… Un montón de cosas más que llevaban años olvidadas en los cajones. Lo metieron todo en bolsas y después fueron al porche de la entrada. Saúl quería pedir consejo a su padre.

– Papá, quiero donar muchos de mis juguetes. ¿Podrías acercarnos a algún lugar donde los necesiten de verdad?

El hombre, que estaba tumbado en una hamaca leyendo una novela, respondió entusiasmado:

– ¡Claro que sí! Conozco el sitio perfecto.

Echó un vistazo a su reloj de muñeca.

– Si mis cálculos no fallan, ahora mismo está abierto. Creo que nos dará tiempo. ¡Vamos!

Se dieron prisa en cargar el maletero del coche y acudieron a la sede de una ONG que se dedicaba a recoger juguetes de segunda mano. Germán, el director, les recibió con los brazos abiertos.

– ¡Gracias por vuestra visita! Es fantástico que vengáis a conocer nuestras instalaciones y que tengáis tantas ganas de aportar vuestro granito de arena.

Saúl estaba contentísimo.

– Mi amigo Jorge y yo hemos juntado más de treinta juguetes y mogollón de libros, pero me gustaría saber cuál será su destino.

Germán, encantado, se lo aclaró:

– Una parte se repartirá por diferentes hospitales para que los niños enfermos puedan entretenerse durante el tiempo que estén ingresados. ¡No os imagináis cuánto les beneficia y ayuda a superar los malos momentos!

Saúl y Jorge aplaudieron entusiasmados.

– Y la otra se regalará a familias desfavorecidas que no tienen suficiente dinero para comprar a sus hijos ni un simple muñeco de trapo. Para muchos pequeños recibir uno de estos juguetes será uno de los días más emocionantes de su vida, os lo aseguro.

Saúl tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ponerse a llorar, desbordado por la emoción.

– ¡Por favor, por favor, llévaselos cuanto antes!

Germán se rio.

– ¡No te preocupes! Mañana mismo una furgoneta de la organización se encargará de que todos lleguen a su destino en perfectas condiciones.

Saúl y Jorge se abrazaron. Acababan de hacer algo realmente bonito por los demás y los dos sintieron que ese acto reforzaba su amistad.

– Gracias por tu ayuda, Jorge. Ha sido genial pasar el día contigo organizando todo esto.

– ¡De nada, amigo! Si te parece, la semana que viene podrías venir tú a mi casa y ayudarme a revisar mis cosas. ¡Seguro que conseguiremos llenar algunas cajas más para traerle a Germán!

– ¡Por supuesto!

Completamente eufóricos se despidieron del director de la ONG, salieron a la calle y subieron al automóvil aparcado en la puerta. ¡El tiempo había pasado volando y ya casi era la hora de cenar! Padre e hijo llevaron a Jorge a casa, y después reanudaron la marcha por las carreteras medio vacías del centro. El niño, sentado en el asiento de atrás, estaba radiante de felicidad.

– ¿Sabes una cosa, papá?

– Dime, hijo.

– Hoy me he dado cuenta de lo afortunado que soy. No tengo derecho a estar todo el día quejándome por tonterías.

– Me alegra que digas eso, Saúl. Nunca es tarde para pararse a valorar las cosas que de verdad merecen la pena, y lo bonito que es ser solidario con los que menos tienen.

– Creo que de mayor quiero ser como Germán. ¡A partir de mañana estudiaré mucho y algún día haré algo grande por los demás!

– Eso es fantástico, cariño. Aún eres pequeño, pero a lo largo de los años irás descubriendo tu vocación; si al final te decides por una profesión que sirva para mejorar el mundo, tu madre y yo nos sentiremos muy orgullosos.

De camino al hogar pasaron por delante del Parque de los Almendros. Saúl acercó su carita al cristal de la ventanilla y, a pesar de que estaba anocheciendo, distinguió su banco favorito, la gran arboleda y el brillo del lago al fondo. Sin retirar la mirada, preguntó a su padre:

– Papá, ¿piensas que hoy en día existen radares potentes que controlan las mentes de los humanos?

– ¡¿Pero qué dices?! ¿Te encuentras bien?

– ¡Lo digo en serio! ¿Crees posible que los habitantes de esta ciudad seamos parte de un gigantesco experimento científico?

El hombre se partió de risa.

– ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, hijo, qué cosas tan raras se te pasan por la cabeza! ¡Creo que deberías ver más documentales de historia y menos cine fantástico!

A Saúl se le escapó una sonrisilla y, en ese mismo instante, decidió que guardaría su pequeño gran secreto el resto de su vida.

FIN

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El Viaje de Rok

El extraterrestre Rok estaba harto de vivir en Súlex, un planeta árido y silencioso perdido en el universo. Cada día era igual que el anterior y ya no lo soportaba más.

Entre que somos pocos y no hay nada interesante que hacer, me aburro más que una piedra pómez.

Acababa de cumplir trescientos años y, dado que su esperanza de vida era milenaria, todavía se veía a sí mismo como un tipo joven con muchas ganas de disfrutar y cumplir algunos deseos pendientes.

Creo que salir de la rutina y conocer sitios nuevos me vendrá muy bien. ¡Ha llegado el momento de concederme un capricho y lanzarme a la aventura!

¡Dicho y hecho! Para celebrar cifra tan redonda decidió tirar la casa por la ventana y regalarse un viaje espacial. Si algo le apetecía con locura era ver mundo, o mejor dicho, otros mundos.

En el planeta Súlex no había estaciones del año ni nada parecido, pero sus habitantes sabían que cuando la luz del amanecer era anaranjada se daban las condiciones perfectas para volar por el espacio. Por esa razón, Rok aguardó la llegada de una mañana color salmón para cargar a tope la batería de su nave último modelo y salir a investigar fuera de los límites conocidos.

Al fin voy a realizar el viaje sideral que tantas veces he soñado. ¡Qué emoción!

Los extraterrestres no necesitan traje de astronauta para volar y mucho menos un casco que aplaste sus delicadas antenitas verdes, así que Rok solo tuvo que ponerse unas gafas especiales para poder ver con claridad y pilotar seguro entre tanto polvo cósmico.

Ya estoy listo para partir. ¡Adiós, planeta Súlex!

Entró en su moderno platillo volante, cerró la escotilla, se sentó frente a la complicada pantalla de mandos, y apretó un botón cuadrado que le puso en órbita en un santiamén.

Tres… Dos… Uno… ¡Despegue!

¡Rok estaba entusiasmado! Recorrer la galaxia a velocidad supersónica no era cosa que uno pudiera hacer todos los días; pero además, tenía otra gran motivación: quería ser el primero de su especie en alcanzar el sistema solar.

Tras muchas horas surcando el espacio, negro como la boca de un lobo, lo consiguió.

¡Bravo, bravo! El camino ha sido largo, pero no hay nada imposible cuando uno pone ilusión en el objetivo. En fin, veamos qué hay por estos lugares tan alejados de mi civilización.

Rok fue pasando por delante de los planetas más importantes y vio que no llegaban a la decena. Tras un rato observándolos detenidamente, tuvo que admitir que se sentía decepcionado, pues excepto uno que tenía un enorme anillo alrededor, todos le parecieron más o menos iguales.

¡Vaya, no es lo que yo me esperaba! Veo un planeta rojo lleno de dunas, otro cubierto de cráteres, aquel pequeño donde debe hacer un frío terrible… ¡Aunque parezca mentira, ninguno es mejor que el mío!

Allí, en medio de la oscuridad solo salpicada por el fulgor de alguna estrellita lejana, empezó a plantearse dar media vuelta.

Nada por aquí, nada por allá… Si lo llego a saber no me muevo de casa. ¡Ni siquiera veo una estación de hidrógeno líquido donde repostar!

Rok se dio cuenta de que su andanza interestelar estaba a punto de finalizar.

De nada sirve engañarse, esto es lo que hay. Regresaré a casa antes de quedarme sin combustible.

Iba a girar los mandos cuando de repente, al fondo a la derecha, divisó una enorme esfera que destacaba entre las demás.

Pero… ¡¿qué es eso?!

Para asegurarse de que no se trataba de un efecto óptico, achinó sus grandes ojos saltones.

Yo diría que se trata de un planeta, pero un planeta muy raro porque tiene más colores que el resto de sus vecinos.

Estaba tan intrigado que pisó a tope el acelerador y se aproximó para verlo mejor. Como la mitad estaba a oscuras se situó frente a la zona iluminada por el sol, a una distancia adecuada para poder hacer una buena valoración.

¡Vaya, qué interesante! Distingo zonas montañosas casi desérticas, pero también grandes áreas verdes cubriendo la superficie. Y esas extensiones azules… ¿serán océanos?

Rok estaba absolutamente fascinado.

Aunque es arriesgado, si no bajo a explorar me arrepentiré toda la vida.

Eligió un punto al azar e inició la maniobra de descenso. En cuanto aterrizó apagó el motor, se quitó las gafas, abrió la escotilla, y antes de salir asomó la cabeza para comprobar si la zona era peligrosa.

Mis antenas no detectan ni señales extrañas ni la presencia de posibles enemigos. ¡Vamos allá!

Rok abandonó la nave de un salto y se quedó maravillado al comprobar que, bajo un cielo azul salpicado de nubes como jirones de algodón, se extendía una maravillosa y exótica playa tropical. Acababa de llegar al planeta Tierra.

¡Ay madre!… ¡Esto sí es un verdadero paraíso!

Durante unos minutos no pudo ni moverse, sobrecogido como estaba por tanta belleza. Cuando pudo reaccionar, dejó atrás la nave y comenzó a dar pasitos cortos en dirección al mar. ¡No te puedes imaginar el placer que le produjo caminar sobre la arena blanca templada por el sol y respirar aire fresco con aroma a sal!

¡Qué gozada! Es el lugar más hermoso que he visto en tres siglos de vida.

Estaba feliz y emocionado cuando, súbitamente, empezó a encontrarse fatal.

¡Uy, vaya, creo que me voy a desmayar! Imagino que es porque hace muchísimas horas que no como nada.

A diferencia de la Tierra, donde reina la naturaleza, en Súlex no existen los seres vivos, ni los animales ni las plantas, y por eso sus únicos habitantes, los extraterrestres, se alimentan a base de productos sintéticos que ellos mismos fabrican con restos de basura espacial. Para el hambriento Rok era urgente encontrar alguna pieza industrial que llevarse a la boca.

Algo tiene que haber que sirva para activar mis circuitos… ¡Con un par de tornillos o una trozo de papel de aluminio me conformo!

Se adentró en la zona de bosque y vio matorrales plagados de moras, arándanos y frambuesas, pero claro, eso no era comida para él. Tampoco pescar entraba dentro de sus opciones pues, al contrario que para los humanos, los peces podrían resultar dañinos para su organismo.

Necesito reponer fuerzas o mi sistema eléctrico interno se desconectará para siempre.

Volvió a la playa casi arrastrándose, y al pobre le entraron muchas ganas de llorar.

Debí traerme un saco de residuos para resistir al menos una semana. ¿Cómo he podido ser tan insensato? Si no encuentro algo antes de que anochezca, empezaré a echar humo por las orejas y me apagaré sin remedio.

De repente, una ola rompió contra la orilla y lanzó una vieja botella de plástico a sus pies.

¡¿Qué ven mis ojos?! Pero si es comida… ¡y de la buena!

Cogió el recipiente antes de que el mar lo devolviese a las profundidades y empezó a salivar.

¡Qué suerte la mía! ¡Menudo manjar!

Rok echó la cabeza hacia atrás, metió la botella en la boca, la trituró con sus potentes mandíbulas alienígenas, y la engulló.

¡Oh, sí, estaba deliciosa!

El extraterrestre notó cómo se reactivaba la corriente en el interior de sus cables conectores.

Gracias a este aperitivo me siento un poco mejor. Voy a ver si hay más.

Rok se adentró en el mar y vio que el fondo estaba plagado de botellas de detergente vacías, latas oxidadas, trozos de cristales, y muchos otros artículos contaminantes que seres humanos sin escrúpulos habían tirado al agua. Esos desperdicios, llegados de lugares supuestamente civilizados a través de las corrientes marinas, eran para Rok auténticos alimentos ‘gourmet’.

Estos plásticos, neumáticos y objetos de latón son dignos de un banquete de lujo. Decidido: ¡me quedo en este planeta para siempre!

Desde ese lejano día, el pequeño y curioso extraterrestre Rok habita entre nosotros, y aunque él no lo sabe porque nadie se lo ha contado, cada vez que come está haciendo un gran favor al medio ambiente. De hecho, hay quien sospecha que, gracias a esa ‘labor de mantenimiento’, el rinconcito en el que vive es uno de los más limpios y hermosos que existen en nuestro querido planeta Tierra.

¡Ah! ¿que quieres saber cuál es? Siento decirte que no lo sé, pero te sugiero que si alguna vez tienes la oportunidad de visitar una playa solitaria, de esas que parecen de película, te fijes bien en sus aguas cuando vayas a bañarte. Si son cristalinas y casi no tienen desperdicios, mira a tu alrededor por si ves algún alienígena verde durmiendo la siesta bajo el sol.

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El árbol envidioso

Las Manchas del Jaguar

Cuenta una antigua leyenda que hace miles de años, cuando todavía no existía el ser humano, hubo un jaguar al que sucedió algo muy especial. ¿Quieres conocer su historia?

Parece ser que el animal era plenamente feliz porque estaba en buena forma física, tenía alimentos de sobra a su alcance, y se llevaba estupendamente con el resto de animales; además, se sentía agradecido por poder despertarse cada mañana en uno de los lugares más hermosos que uno podía imaginar: la maravillosa península del Yucatán.

Como a todo buen felino le encantaba pasear por el bosque envuelto en la oscuridad de la noche y escalar la montaña durante el día, pero sin lugar a dudas su afición favorita era lamer su propio pelaje, tan amarillo y brillante como el mismísimo sol. Para él era fundamental mantenerlo limpio, no solo para sentirse más guapo y aseado, sino también porque era consciente de que suscitaba una enorme admiración. Sí, presumía un poco de pelo rubio, ¡pero es que se sentía tan orgulloso de él que no lo podía evitar!

———-

Una tarde de verano estaba dormitando bajo un árbol de aguacate cuando de repente se sobresaltó al escuchar unos ruidos rarísimos sobre su cabeza.

– ¿Qué ha sido eso?… ¿Quién anda por ahí perturbando el descanso de los demás?

Miró hacia arriba y contempló extrañado que las ramas se agitaban y parecían chillar. Abrió sus grandes ojos y al enfocar la mirada descubrió que se trataba de tres monos que, para entretenerse, estaban compitiendo a ver quién arrancaba más frutos maduros en menos tiempo.

Entre sorprendido y enfadado les gritó:

– ¡Un respeto, por favor! ¿No veis que estoy durmiendo la siesta justo aquí abajo? ¡Dejad ese estúpido juego de una vez!

Los monos estaban pasándoselo tan bien, venga a reír y a saltar de una rama a otra, que no le hicieron ni caso. De hecho, empezaron a lanzar aguacates al aire para ver cómo se despedazaban y lo salpicaban todo al chocar contra el suelo ¡Les parecía un juego divertidísimo!

El jaguar, que ya tenía una edad en la que no soportaba ese tipo de tonterías, empezó a perder la paciencia. Muy serio, se puso a cuatro patas, levantó la cabeza, y rugiendo les enseñó los colmillos a ver si se daban por aludidos. Nada, como si no existiera.

– ¡Estoy harto de tanto alboroto y de que desperdiciéis la comida de esa manera! ¡Poned fin a la juerga o tendréis que véroslas conmigo!

Por increíble que parezca ninguna amenaza surtió efecto y los monos siguieron a lo suyo. Por poco tiempo, eso sí, pues la mala suerte quiso que uno de los aguacates se estrellara en el lomo del jaguar. El golpe fue intenso y se retorció de dolor.

–¡Ay, ay, menudo porrazo me habéis dado con uno de esos malditos aguacates!

Se palpó y notó que la zona se estaba inflamando, pero lo más grave fue comprobar cómo la pulpa se desparramaba por su pelo como si fuera manteca, formando un asqueroso pegote verde. El presumido felino se puso, nunca mejor dicho, hecho una fiera.

–No… no… no puede ser… ¡Acabáis de destrozar mi bello y sedoso pelaje dorado, panda de inútiles!… ¡¿Quién ha sido el culpable?!

El mono que tenía las orejas más puntiagudas puso tal cara de pánico que él solito se delató; el jaguar, con los nervios a flor de piel, reaccionó como suelen hacer los jaguares cuando se enfadan de verdad: pegó un salto gigantesco, y cuando estuvo a la altura del insolente animal, levantó la pata derecha y le asestó un zarpazo en la barriga. La víctima chilló de dolor, pero por suerte la herida era poco profunda y pudo salvar el pellejo.

Para no tentar más a la suerte, propuso la retirada inmediata a sus compañeros.

– ¡Chicos, rápido, debemos irnos!… ¡Hay que escapar antes de que acabe con nosotros!

¡Dicho y hecho! Los tres amigos bajaron del árbol y huyeron despavoridos campos a través. Lejos del peligro, el mono herido dijo a los otros dos:

– Sé que el jaguar no merecía recibir un golpe con el aguacate y que ensucié su lindo pelo, pero no hubo mala intención por mi parte ¡Le di sin querer y mirad lo que me ha hecho!

El mono mostró las marcas largas y ensangrentadas que las garras habían dejado sobre su piel.

– ¡No os podéis imaginar lo mucho que duele y escuece!… Sinceramente, creo que esto no se puede quedar así. Lo mejor es que vayamos a ver a Yum Kaax. ¡Él sabrá darnos el mejor de los consejos!

———-

Yum Kaax, dios protector de las plantas y los animales, vivía en la montaña y era muy querido por su bondad, sabiduría y amabilidad. Recibió a los tres monitos con un sonrisa, los brazos abiertos y luciendo en la cabeza su característico tocado con forma de mazorca de maíz.

– Bienvenidos a mi hogar. ¿En qué puedo ayudaros?

El mono que había tenido la idea de solicitar audiencia a la divinidad se disculpó.

– Señor, perdone que le molestemos a estas horas, pero hemos tenido un grave encontronazo con un jaguar.

– Está bien, tranquilos, contadme lo sucedido.

El trío fue detallando la desagradable situación que había vivido minutos antes. Nada más terminar, el joven dios, ya sin la sonrisa en la boca, resolvió:

– Tengo que deciros que vuestro comportamiento ha sido penoso. ¡No se puede molestar a los demás mientras duermen, y por supuesto, tampoco es ético desperdiciar los aguacates que nos regala la tierra!… ¿Acaso no os han enseñado que está muy mal despilfarrar la comida?

Los monos agacharon la cabeza avergonzados. Yum Kaax continuó con la reprimenda.

– Para que aprendáis la lección, durante dos meses vais a trabajar para mí limpiando los campos y recogiendo parte de la cosecha de cereal. ¡Este año estamos desbordados y toda ayuda es poca!

Los tres amigos abrieron la boca para protestar, pero el dios no les dejó.

– ¡No admito quejas! Creo que será una buena forma de que vosotros también maduréis… ¡como los aguacates! ¡Ja ja ja!

Los monos no pillaron la gracia y solo el dios se rio de su propio chiste.

– Madurar… Aguacates… ¡Bah, ya veo que no lo habéis entendido! En fin, sigamos con el tema que nos ocupa.

Se quedó unos segundos pensativos y decidió el castigo para el felino.

– Dejaré que volváis a subir al árbol y le lancéis unos cuantos aguacates al lomo. Esta vez, gracias a mis poderes mágicos, no le servirá de nada limpiarse y quedará marcado para siempre. Pagará por lo que ha hecho y de paso aprenderá a ser menos engreído.

El dios tomó aire e hizo una advertencia:

– Debo deciros que hay dos normas que deberéis respetar a toda costa: la primera, lanzar los aguacates con cuidado para no hacerle daño.

Los tres monos dijeron que sí con la cabeza.

– Y la segunda, deben ser aguacates muy maduros, de los que ya no se pueden comer porque están muy blandos y oscuros, a punto de pudrirse. No le causaréis dolor, pero su pelo quedará manchado de por vida porque lo decido yo.

Los monos aceptaron las condiciones y tras dar las gracias a Yum Kaax se fueron directos al árbol de aguacate. Al llegar comprobaron que el jaguar había ido a bañarse al río, por lo que aprovecharon su ausencia para ocultarse entre las ramas. Desde allí le vieron regresar, de nuevo con el pelo reluciente, dispuesto a continuar su plácida siesta.

El mono de orejas puntiagudas, que era el que dirigía la operación, susurró a sus colegas:

– Ahí viene… ¡Preparemos el arsenal!

El jaguar, totalmente ajeno a lo que le esperaba, se acostó sobre la hierba y se durmió. En cuanto escucharon los resoplidos, los tres primates cogieron varios aguacates blandengues, que por cierto ya olían bastante mal, y se los lanzaron sin contemplaciones. El atacado se despertó al momento y horrorizado comprobó cómo un montón de pulpa negra y viscosa llenaba de manchas su finísimo y precioso pelaje.

– ¡¿Pero qué está pasando?!… ¿Quién me ataca?… ¡¿Qué es esta porquería?!

El jefecillo, satisfecho con el resultado, se asomó entre las hojas y gritó:

– Cumplimos órdenes del dios Yum Kaax. A partir de ahora, tú y descendientes luciréis motas oscuras hasta el fin de los tiempos. Para ti, se acabó el presumir.

El jaguar corrió a lavarse al rio, mas por mucho que se puso a remojo, las manchas no se disolvieron. Cuando salió del agua empezó a llorar de pura tristeza y no tuvo más remedio que aceptar el castigo impuesto por el dios.

Desde ese día, los monos tienen prohibido jugar a guerras de aguacates y todos los jaguares tienen manchas.

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La tortuga genia.

Kuta era una tortuga macho que tenía su hogar en una pradera de África. El reptil, de carácter tranquilo y conformista, siempre se había sentido muy orgulloso de vivir en ese hermoso lugar hasta que las cosas cambiaron y empezó a plantearse emigrar para no volver. La razón era que por culpa de la sequía de los últimos meses casi no crecía hierba fresca y apenas se encontraban bichitos entre las piedras. Debido a la escasez de comida, Kuta pasaba hambre.

Una mañana que caminaba cabizbajo y con el ánimo por los suelos se cruzó con Wolo, un pájaro que solía anidar por los alrededores. El ave levantó la cabeza y saludó muy amablemente.

– Buenas tardes, señor Kuta, ¡cuánto tiempo sin saber de usted! ¿Qué tal le va la vida? Me da la sensación de que está más flaco y ojeroso… ¿Se encuentra bien?

Kuta se sentía débil y no tenía muchas ganas de ponerse a charlar, pero respondió con su habitual cortesía.

– Buenas tardes, señor Wolo. La verdad es que estoy pasando una mala racha. ¿Se puede creer que por más que busco no encuentro ni un mísero gusano que llevarme a la boca? … Como no llueva me temo que muchos animales acabaremos yéndonos de estas tierras.

Wolo puso cara de tristeza al conocer la complicada situación de su vecino.

– ¡Oh, vaya, cuánto lo siento!… Se me ocurre que, si le apetece, puede acompañarme a buscar semillas.

– ¿Semillas?

– Sé que para una tortuga como usted no son un manjar, pero al menos llenará la tripa con algo de alimento.

Wolo tenía toda la razón: las semillas no eran ni de lejos su comida favorita, pero sopesó la oferta y le pareció una oportunidad que no podía rechazar.

– ¡Ah, pues muchas gracias, menos es nada! Y dígame, ¿a dónde tenemos que ir?

El pájaro señaló con el ala hacia el noroeste.

– Detrás de esos árboles hay una finca enorme y el granjero ha plantado un montón de grano. ¡Podremos comer hasta reventar!

La tortuga negó con la cabeza.

– No, no, no, ahí no quiero ir. Ese hombre se pasa horas vigilando con una escopeta y si me descubre estoy perdido. Tenga en cuenta que yo camino, como es obvio, a paso de tortuga, y que no tengo alas para salir volando en caso de peligro.

El señor Wolo se mostró un poco ofendido.

– ¡Por favor, señor Kuta, no se preocupe por eso! ¿Para qué estamos los amigos?… Yo seré como un guardaespaldas para usted. En caso de que aparezca el granjero le asiré por el caparazón y le trasladaré por los aires a un sitio seguro.

Kuta no acababa de fiarse y temía que la cosa acabara mal para él.

– No sé, no sé… El tipo del que hablamos no se anda con tonterías y a la mínima nos mete un cartucho a cada uno en el trasero.

– ¡Calle, calle, no sea agorero! Venga, hombre, sea usted un poco más valiente. Son las mejores semillas de la zona y le van a encantar, se lo aseguro.

El pobre Kuta tenía tanta hambre que empezó a salivar y se dejó convencer.

– ¡Está bien, iré y que la suerte nos acompañe!

———

El pájaro y la tortuga se dirigieron juntos a la enorme finca. Al llegar, cada uno atravesó la valla a su manera, Wolo sobrevolándola y Kuta escarbando un pequeño túnel para pasar por debajo de ella. Una vez dentro empezaron a desenterrar simientes y a zampárselas con avidez.

– ¿Qué me dice, señor Kuta? … ¿Tenía yo razón o no?

Con la boca llena y masticando a dos carrillos, la tortuga exclamó:

– ¡Oh, señor Wolo, estoy disfrutando de lo lindo! ¡Están tan ricas que creo que me voy a hacer vegetariano!

De repente, en plena degustación, casi se atragantan al escuchar unos pasos, los gritos de un hombre… ¡y el sonido de tres disparos!

‘¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!’

Sin pararse a pensar que dejaba a su amigo tirado en la finca, Wolo salió volando a la velocidad del rayo y desapareció del mapa en un santiamén. Por el contrario el pobre Kuta se quedó quieto como una estatua, observando estupefacto cómo su supuesto colega defensor se largaba a la primera de cambio.

Tras unos instantes de confusión se percató de que estaba completamente solo e indefenso y se puso a temblar. Un minuto después, el rudo granjero apareció ante él con los brazos en jarras y cara de malas pulgas.

– ¡Ajajá! ¡¿Con que tú eres el bribón que me roba las semillas cada día?!… ¡Pues al saco vas! Esta noche mi mujer y yo cenaremos una riquísima sopa de tortuga macho.

Sin decir nada más, agarró a Kuta por el cogote y lo metió en una bolsa de tela que llevaba colgada en el cinturón. El pobre animal, absolutamente horrorizado, empezó a patalear mientras gritaba:

– ¡Señor, por favor, no lo haga, no lo haga!

El hombre le contestó con retintín.

– Perdone usted, señorito, ¿que no haga qué?

– Déjeme libre, por favor. Es la primera vez que entro en su propiedad, se lo prometo. De hecho yo no quería, pero un pájaro que dijo ser mi amigo insistió y yo… yo tenía tanta hambre que…

– No me sirven las excusitas de última hora… ¡Cazado estás y al puchero irás!

Ignorando las súplicas del animal el granjero puso rumbo a casa mientras Kuta, dentro del saco, empezó a maquinar algo para salvar el pellejo y evitar un final atroz: la cazuela.

– Solo dispongo de unos minutos para idear un plan… ¡Ay, creo que no tengo escapatoria!

Estaba a punto de rendirse cuando la bombilla de las ideas que tenía dentro de su cabecita se iluminó. Sin perder tiempo, desde el interior del saco, gritó lo más alto que pudo:

– ¡Señor, atiéndame un momento, por favor! Usted no lo sabe, pero soy un gran cantante. ¿Quiere escuchar mi dulce voz?

Al granjero no le interesaba en absoluto oír canturrear a una tortuga ladrona, pero no quiso parecer insensible.

– ¡De acuerdo, a mí me da igual, canta si quieres!

Kuta tenía mucha imaginación e inventó en rápidamente una simpática canción que le permitió sacar a relucir todo su talento.

Un pajarraco me engañó

en un campo de centeno

y tirado me dejó

para que me atrapara el dueño.

Encerrado en una bolsa

¿cuál es mi destino cruel?

¡Acabar en la barriga

del granjero y su mujer!

El granjero, sorprendido, empezó a partirse de risa.

– ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, qué gracioso eres! No se puede negar que tienes ingenio y cantas estupendamente.

Kuta había conseguido captar su interés y aprovechó la oportunidad. ¡Era ahora o nunca!

– Me encantaría poder cantársela a su esposa también… Si le parece, será mi último deseo.

– Por mí no hay problema, pero ya sabes que después te cenaremos.

———

El granjero llegó al hogar, pero no vio a su mujer por ninguna parte.

– Por la hora que es debe estar en el río haciendo la colada… ¡Iré a enseñarle el botín!

Enseguida la encontró, aclarando la ropa sucia en el agua.

– ¡Querida, mira lo que traigo para ti!

El granjero abrió la bolsa y Kuta asomó la carita para respirar un poco de aire fresco.

– ¡Oh, qué suerte, una tortuga! En cuanto termine nos iremos a casa y prepararemos un caldo especial.

En ese momento, Kuta miró al hombre.

– Recuerde que me prometió que podría cantar a su esposa.

Él le respondió.

– Cierto, y yo siempre cumplo lo que prometo.

La granjera puso cara de asombro.

– ¿He oído bien?… ¿Esta tortuga sabe cantar y quiere que yo la escuche?

– ¡Es toda una artista, ahora lo verás! Tortuguita, demuéstrale a mi mujer lo que sabes hacer.

Kuta trató de ocultar el nerviosismo que le invadía.

– Señora, será un placer actuar para usted, pero aquí dentro hace tanto calor que estoy a puntito de desmayarme. Déjenme en el suelo junto a la orilla para que se me pase el sofoco y me pondré a cantar. Después yo mismo regresaré al saco sin rechistar.

A ambos les pareció que no había inconveniente porque sabían que un animal tan lento jamás podría escapar. Confiado, el granjero colocó a Kuta en la orilla del río.

– Oxigénate un poco aquí fuera y canta la dichosa canción de una vez que se está haciendo tarde.

La tortuga se mostró agradecida.

– Muchas gracias, señores. Esta brisa es maravillosa y ya me encuentro mucho mejor.

Seguidamente, carraspeó para afinar la voz y…

Un pajarraco me engañó

en un campo de centeno,

y tirado me dejó

para que me atrapara el dueño.

Encerrado en una bolsa

¿cuál es mi destino cruel?

¡Acabar en la barriga

del granjero y su mujer!

A la granjera también le dio un ataque de risa.

– ¡Ja, ja, ja!! No sabía que existían tortugas capaces de inventar canciones tan divertidas.

– ¿A que es increíble?… ¡Sin duda estamos ante una tortuga extremadamente lista!

La mujer, entusiasmada, miró a Kuta y le rogó:

– ¡Por favor, cántala de nuevo para que mi esposo y yo podamos bailar! Hace tanto que no lo hacemos…

– ¡Faltaría más, señora!

La tortuga empezó a repetir la tonadilla, que era de lo más pegadiza, y los esposos se pusieron a dar palmas y a danzar alborozados.

Un pajarraco me engañó

en un campo de centeno,

y tirado me dejó

para que me atrapara el dueño.

Se lo estaban pasando tan bien que ni se fijaron que, mientras cantaba, Kuta iba dando pasitos hacia atrás hasta casi tocar el agua con las patas traseras.

Encerrado en una bolsa

¿cuál es mi destino cruel?

Acabar en la barriga,

del granjero y su mujer.

Según entonó el último verso, se tiró al río de espaldas y se dejó arrastrar por la corriente, utilizando su caparazón como si fuera el casco de un barco. Mientras se alejaba vio cómo el granjero y su mujer dejaban de bailotear y se ponían a hacer aspavientos con los brazos, rabiosos por haber sido engañados por una simple tortuga macho.

Cuando los perdió de vista, la inteligente Kuta salió del agua y, sin dejar de tararear la cancioncilla gracias a la cual se había salvado de una muerte segura, buscó un lugar confortable donde pasar la noche.

Un pajarraco me engañó

en un campo de centeno,

y tirado me dejó

para que me atrapara el dueño.

Encerrado en una bolsa

¿cuál es mi destino cruel?

Acabar en la barriga,

del granjero y su mujer.

*Fuente

El elefante y los tres ciegos.

Había una vez tres ancianos que se conocían desde la infancia y disfrutaban pasando buenos ratos juntos. Tenían en común que eran hombres cultos e inteligentes, pero también que los tres eran ciegos de nacimiento. Afortunadamente, a pesar de no poder ver, en su día a día se desenvolvían muy bien, pues todavía estaban en buena forma física, sus mentes funcionaban a pleno rendimiento, podían oler, tocar, escuchar, saborear…

Un precioso día de verano se reunieron en su lugar favorito junto al río, se sentaron sobre la hierba, y empezaron a conversar sobre temas científicos. En medio del interesantísimo coloquio se sobresaltaron al escuchar el sonido de varias pisadas.

El anciano que tenía la barba blanca se giró, y algo inquieto preguntó en voz alta:

– ¡¿Quién anda ahí?!

Por suerte no era ni un espía ni un asaltante de caminos, sino un viajero que llevaba a su lado un enorme elefante con una correa al cuello, como si de un perrillo se tratara.

– Me llamo Kiran, caballeros. Perdonen si les he asustado. Mi elefante y yo venimos a beber agua fresca y ya nos vamos, que para nada queremos interrumpir su agradable charla.

Los tres pusieron una cara bastante rara, mezcla de sorpresa y emoción. El segundo anciano, que tenía barba negra, quiso asegurarse de lo que Kiran había dicho.

– ¿He oído bien?… Ha dicho usted… ¿elefante?… ¿Un elefante de verdad?

El desconocido reparó en los bastones tirados en la hierba y se fijó en la mirada perdida de los tres viejecitos. Fue cuando se dio cuenta de que eran invidentes.

– Sí señor, voy con mi elefante. Es un animal muy grande, pero no se preocupen, no les hará ningún daño.

El tercer anciano se atusó la barba pelirroja y le confesó:

– Hemos oído hablar de la existencia de esos animales, pero a este pueblo nunca ha venido ninguno y no sabemos cómo son. ¿Podríamos tocar el suyo para hacernos una idea del aspecto que tienen?

Kiran se mostró encantado.

– ¡Claro, faltaría más! Es un ser muy pacífico y bonachón. ¡Vengan a acariciarlo, no tengan miedo!

Los tres amigos se levantaron, dieron unos pasos y extendieron la mano derecha. El anciano de barba blanca se topó con una de las patas delanteras y durante un rato la palpó de arriba abajo.

– ¡Ahora ya sé cómo es un elefante! Es como la columna de un templo, o mejor dicho, es como un el tronco de un árbol: cilíndrico, grande y muy rugoso.

Mientras, la mano del anciano de barba negra había ido a parar a una de las gigantescas orejas. El animal sintió unas cosquillitas y la sacudió ligeramente hacia delante y hacia atrás.

– ¡Qué dices, querido amigo, un elefante nada tiene que ver con una columna! Mi conclusión es que parece un enorme abanico por dos razones muy obvias: primero, por su forma plana, y segundo, porque al moverse produce un airecillo de lo más agradable. ¿Es que vosotros no lo notáis?

En ese momento, el anciano de barba pelirroja rozó con la punta de los dedos algo blando que colgaba de algún lugar mucho más alto que él. Era la trompa del cuadrúpedo, pero claro, él no lo sabía.

– ¡Pero qué me estáis contando! Por lo que puedo comprobar un elefante es como una cuerda. Claramente, se trata de un espécimen alargado, flexible y blandito, como una anguila o una serpiente. Sin duda una forma extraña para un mamífero, pero en fin… ¡Por todos es sabido que la naturaleza es sorprendente!

El dueño del elefante observaba la escena en silencio y no pudo evitar pensar:

– ‘¡Qué situación tan curiosa!… Los tres ancianos han acariciado al mismo elefante, pero al hacerlo en partes diferentes de su cuerpo, cada uno de ellos se ha hecho una idea totalmente distinta de cómo es en realidad. Para el anciano de barba blanca, un elefante es como una columna, para el anciano de barba negra, tiene forma de abanico, y para el anciano de barba pelirroja, es igual a una serpiente. Ciertamente, todos tienen parte de razón, pero ninguno la verdad completa.’

Tras esta reflexión decidió que antes de que le preguntaran a él, lo mejor era irse cuanto antes.

– Señores, me están esperando en el pueblo y temo que se me haga tarde. Espero que les haya resultado interesante la experiencia de tocar un elefante. Que pasen ustedes un buen día. ¡Adiós!

Acompañado de su voluminosa ‘mascota’ Kiran se alejó dejando a los tres amigos inmersos en una ardiente discusión sobre quién tenía la razón. Una conversación que, por cierto, duró horas y no sirvió de nada: los ancianos fueron incapaces de ponerse de acuerdo sobre la verdadera forma que tienen los elefantes.

Moraleja: Las personas opinamos en función de nuestra experiencia personal y por eso siempre creemos que tenemos la razón. Si analizas esta fábula verás que los demás, pensando distinto a nosotros y viendo las cosas desde otro punto de vista, también pueden tenerla. Nunca menosprecies otras creencias, otras formas de ver la vida, pues a menudo, la verdad absoluta no existe y todo depende del color del cristal con que se mire. Fuente

Nosotros no nos habíamos ido a dormir, nos quedamos despiertos y nos cubrimos en la sabana y prendimos una vela de modo que no hacía falta prender la luz para poder ver, ahí fue cuando leímos todos los cuentos de antes.

Entre mis hermanos, Frederick y yo, nos fuimos turnando para leer los cuentos...

Estuvimos varias horas despiertos, no queríamos dormirnos tan tempranos ya que le faltaban pocas horas a Frederick para irse a su pueblo, así que queríamos difrutar al máximo su presencia




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¡Esta fue mi entrada para el concurso de #MayniaChallenge día , aquí les dejo el Post Original para los que quieran participar.

En esta oportunidad usé la aplicación de https://www.contarcaracteres.com/palabras.html para sacar la cuenta de la cantidad de palabras que usé en cuento...

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¡Como podrán ver este cuento tiene un total de 8161 palabras!



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