Aquel auto se detuvo justo frente a la casa. En medio de la carretera solo íbamos mis amigas y yo. Solemos transitar este camino para realizar nuestra rutina de ejercicios así que, nadie debió sorprenderse por haber estado a esa hora en ese lugar. Aún así, reconozco la soledad de ese lugar, lo peligroso que pudo ser. Todo cuanto teníamos a nuestro alrededor era silencio ensordecedor , en la distancia solo veía ese auto, me pareció sospechoso por su frenazo repentino. Mis pasos redujeron velocidad, los pasos de mis amigas siguieron mi ritmo. Entre continuar el camino y no continuar tratamos de dar respuesta a nuestras corazonadas.

El día estaba oscuro, las nubes cargadas de agua anunciaban tempestad ¿Era entonces un aviso? ¿Debimos retroceder?

A veces la terquedad nos ciega. Decidimos continuar pero los pasos se mantuvieron tímidos, lentos, precavidos... por un momento no logré ver con claridad, no estaba obscuro, tampoco ciega, el miedo bloqueaba la luz en mis pupilas, prácticamente caminé si vista.

De pronto, escuché un chasquido muy cerca de mis orejas, algo de brisa fría se unió al extraño sonido de unos dedos. Ya no era miedo, peor aún, sentí pánico.

El chasquido lo hizo un hombre fuerte, corpulento, de piel morena, grato olor a perfume caro. Era aquel hombre que salió del auto sospechoso ¡Dios!

¡Era mi hijo quien en un auto de lujo me abordó para darme una sorpresa. Casi desmayo del susto!