El hombre rico y el trabajador

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En un pueblo había un hombre que tenía mucho dinero y era muy dadivoso con quien necesitara alguna ayuda.

Todos lo querían menos uno, que no lo envidiaba pero se quejaba de tener que trabajar duro para obtener el pan diario, mientras que el otro le había dejado la fortuna un abuelo que nunca conoció.

Se imaginaba como serían las cosa si él hubiera sido el heredero, aunque después se lamentaba la pobreza de estos quienes apenas pudieron salir vivos de la guerra.

-La vida no es justa –siempre lo pensaba.

Nunca solicitó la ayuda del hombre aunque muchas veces la necesitó.

Pocas veces cruzó un saludo con el mismo y en el pueblo tenía fama de malgenioso y gruñón, aunque nunca tuvo problemas con algún vecino.

Su vida transcurría en trabajar para poder dar de comer a su familia conformada por cinco hijos y su esposa.

Era el carpintero del pueblo, trabajo que curiosamente heredó de su padre.

Un día el hombre rico enfermó y lo mandó a llamar.

Se negó a asistir al llamado pero su esposa lo convenció y lo consiguió en la cama, con el rostro demacrado y el doctor a su lado.

Le pidió al galeno que los dejara solo y cuando lo estuvieron le dijo.

-Sé que envidias mi riqueza y te parece mal que la regale.

Se quedó mudo, sin poder responder ante esa verdad.

-Como cosa curiosa yo también te envidio.

Esta vez si le respondió.

-¿Qué puedes envidiarme a mí?

-El dinero no hace la felicidad, envidio tu capacidad para trabajar, lo responsable que eres para mantener a tu familia, la educación que has dado a tus hijos, quienes son los únicos que dan los buenos días cuando llegan al colegio.

-Así me enseñaron… -dice y es interrumpido por el hombre.

-Sé que has necesitado dinero y nunca has venido a pedírmelo ni siquiera prestado, también que ha sido por orgullo porque me ves como un sinvergüenza, pero yo no tengo la culpa de mi fortuna, y esta ha sido una maldición en lugar de una bendición, estoy solo, nadie se acerca a mí sin ver primero lo que tengo y no hay nadie que me cuide ahora que estoy muriendo.

Con voz cortante le pregunta.

-¿Qué quiere conmigo?

-Nada, solo verte para despedirme porque tal vez no vengas a mi funeral.

En un gesto de soberbia le responde.

-Yo no lo envidio como usted piensa, me alegra que la gente tenga lo que Dios le provea, solo que no me parece justo que no enseñe a la gente a resolver sus problemas al regalarle dinero. Conozco muchos que han inventado alguna necesidad para ser favorecidos.

-Lo sé.

-Ya me vio que es lo que deseaba, espero que su salud regrese.

Se fue, extrañado aun de tan inesperada petición.

A los días el hombre murió, se realizó un funeral por todo lo alto y a la semana un hombre bien vestido se apareció en su casa y le entregó una carta.

La abrió y leyó las pocas líneas que había en ella.

“Gracias por visitarme, no tengo a quien dejarle el dinero que he heredado y por lo tanto te lo he dejado a ti, el único en el pueblo que le dará el uso adecuado”



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