De kalhh | Pixabay

Las cosas habían cambiado bastante desde mi última visita al bosque en donde solía divertirme con mis amigas y aventurarme en buscar tréboles de cuatro hojas. Y es que hacía años que no iba a ese lugar tan mágico y de ensueño.

Por más que lo intente aquellos recuerdos se desvanecen y son reemplazados por los actuales que distan mucho de los momentos que viví cuando apenas era una niña. ¿Qué fue lo que ha sucedido? No logro comprenderlo a día de hoy.

Entre los últimos momentos que se me vienen a la mente mi tía, una señora con un aspecto extravagante, me sugirió y hasta casi prohibió que visite esa parte del bosque. La zona de los tréboles. Sin más que decir y con su rostro cotidianamente perverso, se fue de mi vida sin saber más de ella.

He preguntado a mi familia sobre qué había sucedido con la tía. Varios rumores llegaban y ninguno me convencía. Está más que decir que la mayoría de ellos eran con un sentido maléfico. Yo aún no me lo creía, si bien recuerdo que alguna vez me brindó cariño, estos últimos momentos eran bastantes incómodos.

Hacía aproximadamente tres meses que decidí regresar a ese bosque. Quizás por curiosidad o tal vez por respuestas. He de decir que no lucía como lo era en mis recuerdos. Esa vegetación verde, tréboles y montones de flores que disfrutaba encontrar ya no estaban. En cambio, la vista que tenía sobre ese lugar era de un ambiente con tonos grises y oscuros, como si algo malo haya sucedido allí. Y esa espesa niebla no hacía más que confirmar lo que presentía. Y yo por ignorar esa advertencia natural me vi involucrada en algo que determinaría un cambio radical en mi vida.

Por mucho tiempo no tenía el valor para afrontar las palabras de mi tía hasta que decidí ir a esa zona prohibida. Me aventuré por allí y extrañas cosas habían comenzado a suceder. La vegetación parecía cobrar vida cada vez que me dirigía hacia el lugar que se me había prohibido. Los pastos se movían agitadamente mientras que las ramas y los árboles hacían unos crujidos aterradores. Eso había activado en mí la desesperación. Tal fue así que había perdido la noción de hacia donde me dirigía, no era mi preocupación eso sino el cómo regresar. Todo se había vuelto tan confuso que al correr más de lo que mis piernas me permitían impacté contra un árbol y me desvanecí.

De Owensart | Pixabay

Al despertar mis ojos vieron pasar a alguien que vestía un atuendo oscuro, tan oscuro como una noche sin estrellas para luego perderse entre la penumbra. A mi alrededor habían varios símbolos que desconocía, la mayoría hechos con ramas y otros tantos dibujados sobre los árboles. Parecía el clásico escenario de una película de brujas por lo que supuse que todo se volvería peor. Por más extraño que parezca el lugar en donde jugaba cuando era pequeña y en donde solía buscar tréboles de cuatro hojas estaba frente a mí. Era imposible que un lugar así, idéntico a como lo fue alguna vez, se hubiese desplazado a tanta distancia, porque he corrido lo suficiente como para perderme y desconocer en donde estaba. Sabía que estaba muy lejos, pero no en donde.

Allí mismo, en donde se encontraban aún los tréboles, la luz de la luna dibujaba un circulo en esa zona, a su vez su reflejo impactaba en una figura que apenas lograba ver a lo lejos. Me dirigí hacia allí y encontré que se trataba de una estatua de cristal de una mujer con alas. Por curiosidad la toqué y sentí que un frio tan helado como el hielo me recorría el cuerpo y lo comenzaba a inmovilizar. Retrocedí y me alejé inmediatamente. En ese instante vi nuevamente ese desconocido ser con su atuendo oscuro y volví a correr pero esta vez sabiendo en qué dirección ir. La vegetación me había marcado un camino de regreso a casa. Y hacia allí fui.

Hoy en día es que cargo con la maldición del ángel de cristal. Ya he dejado de ir a la escuela porque mis compañeros ya no me aceptan como lo que soy ahora. Mi cuerpo comenzó a erupcionar algo extraño en mi espalda que al principio mi médico creyó que era una malformación o en su peor caso, un tumor. Con el tiempo fue evolucionando cada vez más en donde me di cuenta por completo que se trataban de alas. Y no necesariamente aquellas que posee un ángel, todo lo contrario. Estas estaban cubiertas por plumas negras, como las de un cuervo carroñero. En eso me convertí.

De Greyerbaby | Pixabay

Hoy en día es que vivo ocultándome de la sociedad. He empezado a tener la idea de vivir en aquél bosque que me maldijo. Aunque sé muy bien que esto fue obra de mi tía. Cada día que pasa me entero de más cosas sobre su arte de maldad. Realmente he conocido la cara de la oscuridad.

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